El día en que lloró Manuel Fraga

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Manuel Fraga en 1989, la época dorada del narcotráfico. / Wikipedia

Aki Kaurismaki, famoso cineasta finlandés, aterrizó la semana pasada en Compostela y comentó que "Cataluña no sabe una mierda de independencia", que en ese asunto de la independencia Cataluña tiene bastante que aprender de Galicia. No es el único director de cine extranjero que ha hecho declaraciones recientes sobre política española. Pocos días atrás, en Palma, Oliver Stone tachaba a Aznar de "perrito faldero de Bush", una afirmación menos novedosa y bastante menos polémica. En cuanto a la opinión de Kaurismaki, podría ser avalada o refutada sin muchas prisas por algunos de mis amigos gallegos: "Hombre, depende".

En lo que no le falta razón al finlandés es en señalar que Galicia, tupé de España, verso suelto de la península ibérica, siempre ha ido un poco por libre. Álvaro Cunqueiro ya había descubierto el realismo mágico antes de que García Márquez llevara a Aureliano Buendía a conocer el hielo. Una tarde que juntaron a Torrente Ballester y a Borges en un congreso literario en Sevilla, la audiencia se frotaba las manos aguardando un gran cruce de eruditos sobre el Quijote, por ejemplo, pero rápidamente los dos ancianos defraudaron a todo el mundo y se pusieron a hablar de bastones. Hay una foto célebre que testimonia el encuentro en donde se ve ambos acariciando puños e intercambiando cegueras. Aunque a menudo lo empleen como insulto, ser argentino también es otra forma de ser gallego.

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Cubierta del libro de Nacho Carretero.

Tierra de frontera, entre Portugal y España, entre el mar y la tierra, entre la vida y la muerte, Galicia ha sido el escenario de algunos de los fenómenos más pavorosos y estrambóticos de las pasadas décadas. Por ejemplo, el auge del narcotráfico. Por ejemplo, Fraga. Lo más curioso es que ambos fenómenos estaban unidos y no por casualidad, como demuestra Fariña, el impresionante reportaje de Nacho Carretero sobre los narcos gallegos publicado por la editorial Libros del K.O. En el libro, más o menos a razón de una por página, hay citas literales que valen por una querella, una amenaza o un accidente de tráfico. Se dice, por ejemplo, que el PP gallego estaba metido en el contrabando desde los tiempos en que se llamaba AP y que la podredumbre iba de docenas de alcaldías hasta la mismísima espalda de Feijoó. Que cuando Mariano Rajoy, que por aquel entonces estaba empezando a ascender en el partido, fue a quejarse de esas relaciones peligrosas, el propio Manuel Fraga le aconsejó que se fuera a Madrid, que aprendiera gallego, se casara y tuviera hijos. Más aún: un juez asegura que no hay un solo partido en Galicia que no haya sido financiado con dinero del narcotráfico.

En Fariña abundan las hipérboles y los momentos climáticos, como el momento en que Sito Miñanco, uno de los grandes capos de las rías, les dijo a los magistrados que les juzgaban: "Menos mal que yo no creo en la violencia porque si no, os mataba a todos". No menos inverosímil es el momento en que, en 1988, don Manuel Fraga recibe a Carmen Avendaño portavoz de Érguete, la asociación de Madres contra la Droga. La mujer llevaba un folio con 13 puntos en los que explicaba detalladamente la tragedia que estaba arrasando a la juventud gallega. "¿Se los digo uno a uno?" preguntó. "No" respondió Fraga. "Dígamelos todos seguidos". La mujer no había terminado de hablar cuando vio que el mitológico preboste levantaba la cara: estaba llorando. "¿De verdad está pasando todo eso?" preguntó Fraga.

En 1988 al hombre que le cabía el estado en la cabeza, no le cabía una sencilla verdad que sabía hasta el último tonto que pisara la calle. Pero lo difícil no es creer que Fraga preguntara eso. Lo difícil es suponer qué es lo que pensaba él al preguntarlo y también que pensaría que pensaríamos. Entre el balancín de esas dos suposiciones extremas -o un perfecto hipócrita o un completo imbécil- se ha ido columpiando durante cuatro décadas el PP y la política española.

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