El apuñalamiento como ‘happening’

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La joven apuñalada en el Art Basel de Miami. / Captura de YouTube

En enero de 2007 el gran violinista Joshua Bell se puso una gorra, unos vaqueros, una camiseta, cogió su Stradivarius y ofreció un recital improvisado en una estación de metro de Washington. Durante los tres cuartos de hora largos que estuvo tocando, unos cuantos viajeros le echaron monedas, algunos levantaron la cabeza del suelo mientras caminaban, unos pocos prestaron atención, más de un niño tironeó a su madre para que se detuvieran y sólo una mujer llegó a reconocer a Bell con nombre y apellidos. El experimento, propuesto por The Washington Post, demostró lo que ocurre cuando la belleza absoluta aparece en el momento inesperado y en el lugar incorrecto. En los pasillos del metro de Washington, la prodigiosa chacona de la Partita No. 2 de Bach (una catedral sonora de la que Brahms dijo que le bastaba imaginarse a sí mismo componiéndola para volverse loco), interpretada por un virtuoso de primera categoría en un instrumento de 1713 valorado en casi cuatro millones de dólares, pasaba tan desapercibida como una cancioncilla cualquiera. Tres días antes, Bell abarrotó de público el Boston Symphony Hall y una entrada normal rondaba los cien dólares. La diferencia es que, sobre el escenario, el violinista llevaba atuendo de violinista y que el público iba advertido y con los oídos atentos y dispuestos. Es muy difícil reconocer un milagro sin aviso.

El contexto siempre marca la diferencia. Nadie esperaba que en una estación de metro fuese a caerle encima, de puntillas sobre las cuerdas de un violín, un Himalaya de la música occidental. En el metro lo normal es que pase un rumano con un acordeón, un mendigo pidiendo limosna o una ráfaga de olor a pies. En la estación de Leytonstone, en Londres, el otro día un hombre empezó a acuchillar a los pasajeros y eso también resultó una sorpresa inesperada aunque, por desgracia, más previsible. Para dotar a su acto de un sentido utilitario, más profundo que la simple violencia, el agresor gritó antes de entrar en faena: "¡Por Siria!" Difícil saber si se trata de un yihadista falto de armamento, de un enfermo mental o de un lerdo homicida, aunque las tres posibilidades no son excluyentes entre sí sino más bien complementarias. Hasta la fecha, el ISIS no ha reivindicado el ataque aunque no se descarta que lo haga, igual que sucedió con la matanza de catorce personas en San Bernardino, California. Los recientes atentados de París y la amenaza terrorista contra diversas capitales europeas dotan al apuñalamiento múltiple en el metro de Londres de una resonancia excepcional. Igual que la sala de conciertos para Joshua Bell, el contexto ha hecho aquí de amplificador: un incidente que apenas ocuparía un recuadro en una página de sucesos ha venido a copar portadas y telediarios. De haber sido el autor de las cuchilladas un borracho, un hooligan o un enfermo mental, la noticia ni siquiera habría saltado a los periódicos.

El contexto (ya lo dije) marca la diferencia. Un apuñalamiento más o menos similar sucedió unos días después en el Art Basel de Miami, la principal feria de arte contemporáneo del continente americano, y el público no se lo tomó en serio. Shin Seo Young gritaba aterrada, con la ropa empapada de su propia sangre, mientras su amiga Siyuan Zhao la acuchillaba con un cúter. A pesar del blindaje policial y de la seguridad que rodea la feria, quienes presenciaban la escena, habituados a las chorradas del arte contemporáneo, se pensaron que estaban ante un happening, un montaje, una provocación o una obra de microteatro. "Tenía que verla sangrar. Tenía que matarla a ella y a dos más" confesó la autora del apuñalamiento después de que la detuvieran y esas declaraciones la excluyeron inmediatamente de la amenaza yihadista. Al tratarse de una chiflada normal y corriente, una chiflada sin reivindicaciones políticas o religiosas, la agresión pasó a engrosar las estadísticas de sucesos y el anecdotario chusco del arte conceptual. Sin embargo, la sangre era tan auténtica como la sangre derramada en el metro de Londres, tan real como la sangre de Bach inundando los pasillos de una estación de metro en Washington.

Washington Post (YouTube)

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