Mario Vargas Llosa y su pesarosa contradicción

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Mario Vargas Llosa conversa con la periodista Montserrat Domínguez, durante la presentación en Madrid de su último libro, 'Cinco esquinas'. / Efe (Chema Moya)

Llevo años pensando que a Mario Vargas Llosa le sucede lo mismo que a Èmile Zola. Iba también a referirme a Brecht o a Tolstoi pero la cosa me parece excesiva hasta como metáfora: su literatura está muy por encima de lo que piensa o, dicho de otro modo, en sus novelas lo literario siempre triunfa sobre el discurso ideológico o moral. Y eso a pesar de que en sus últimas entregas los personajes no pasan de ser, muchas veces, ejemplos de alguna virtud, moralidad, actitud liberal ante la vida, o, por el contrario, ejemplos de aquello que no se debe ser, nacionalista, corrupto, afín a los totalitarismos, violento...

Le sucedió con sus dos últimas novelas, El sueño del celta y El héroe discreto; tan equivocado estaba el protagonista de la primera en su afán nacionalista como acertado en su virtud y bondad el de la segunda, y ese exceso de doctrina hacía que las novelas se le escapasen de las manos, así, la escena del avión al final de El héroe discreto; pero estas narraciones siempre se salvan porque hay en ellas genuina creación literaria. Así, el diálogo en El sueño del celta entre Roger Casement y su guardián carcelero: lo mejor de la novela y, como muchos opinan, una estupenda pieza teatral si se desgajara de la misma.

MARIO VARGAS LLOSA CINCO ESQUINAS
Portada del nuevo libro de Mario Vargas Llosa. / Alfaguara.

Vargas Llosa acaba de publicar Cinco esquinas (Alfaguara), título que alude a un barrio de Lima. En la presentación de la misma, en Círculo de Bellas Artes, acto mediático y mundano donde los hubiere, uno tuvo un ataque de nostalgia recordando cuando en las presentaciones de las novelas de Vargas Llosa, hace años, asistíamos periodistas culturales y se hablaba de literatura. El autor se refirió al periodismo que se hacía ahora y la crisis del mismo, al fin y al cabo Vargas Llosa, como García Márquez, comenzó desde muy joven en el oficio y, aprovechando que su novela trata, entre otras muchas cosas, del amarillismo de la prensa, que colaboró en gran medida a sostener el régimen de Fujimori, colocó sobre el tapete la crisis de la misma, aunque, sin argumentar, claro, puso como ejemplo de fenómeno cultural de nuestro tiempo a la revista ¡Hola!. Viniendo de un escritor fascinado por la literatura pop, miremos La tía Julia y el escribidor y algunas opiniones vertidas en La civilización del espectáculo, en principio tamaña opinión no debería extrañar. El problema es cuestión de medida: es opinión donde el exceso de la misma no se justifica, todo lo contrario, por una cuestión de amor. Y es probable que en ella tenga que ver Isabel Preysler menos de lo que imaginamos: al fin y al cabo el autor es ahora sujeto de portadas de esa revista en justa proporción a las de Isabel. Siempre salen juntos. Los únicos que van a salir ganando son los lectores de ¡Hola!: gracias a esa profusión leerán las buenas novelas de Mario Vargas.

A tenor del primer capítulo de la novela, que se ofreció en primicia al mundo en versión digital, me temí lo peor, pues Vargas Llosa, últimamente, combina pasajes desafortunados con otros de rutilante calidad e incontestable valía; así la parte dedicada en La fiesta del chivo a los conspiradores que están esperando atentar contra Trujillo, que es de lo mejor salido de su pluma frente a ciertos capítulos en que lo previsible, la violación de la chica, tiende a lo cursi. Desde luego es cierto que en muchos libros de Vargas Llosa hay erotismo, por ejemplo, Pantaleón y las visitadoras, aunque esta novela es ejemplo de comicidad, pero el autor no pasará a la historia de la literatura por ser creador de este tipo de escenas. Antes bien, hay un elemento huachafo, como lo hay en las obras de Alfredo Bryce Echenique, en ellas, y no olvidemos que el término puede ser sinónimo al cursi español. Este primer capítulo de Cinco esquinas prometía navegar por esa senda. Por fortuna nada de eso es cierto en el resto de la narración.

La novela está ambientada en los últimos años del gobierno de Fujimori, cuando campeaba por allí el Montesinos encubridor de asesinatos, extorsiones y robos a mansalva, y trata, asimismo, de Sendero Luminoso, que Vargas Llosa ha retratado en algunas otras novelas como Lituma en los Andes, mediante el uso de elementos de thriller muy bien manejados, como hizo en la mencionada Lituma o en obras como ¿Quién mató a Palomino Molero?. En Cinco esquinas hay tramas, por tanto, propias de novelas de detectives, pero sobre todo lo que se describe es un país azotado por el miedo y en esto, en esas descripciones, Vargas Llosa se muestra como un maestro, y ello a pesar de esas incursiones en el amor, Chabela quedándose a dormir en la casa de Marisa, que siempre, siempre, terminan en aire de bolero. En eso no tiene remedio.

Corrupción a espuertas, amarillismo de la prensa, el terrorismo utilizado como arma política del miedo, en una palabra, el Perú de Fujimori y Montesinos, sí, pero Cinco esquinas, por suerte, no es sólo esto, de ser así estaríamos ante un estupendo reportaje periodístico, sino que es un alarde de descripción psicológica de los personajes, donde la hipocresía se enseñorea de la vida de las gentes. En este sentido hay personajes plenos, como Rolando Garro, el bestial director de Destapes, o Quique, empresario al que se extorsiona por haber participado en una orgía, desde luego, Juan Peineta, recitador de versos, y la reportera Retaquita, Julieta Leguizamón...

No destaparemos más de la novela, ya que lo importante es leerla. Sólo decir que Vargas Llosa ha tendido al final feliz, lo que en literatura es alarde de coraje, ya que por ahí se cuelan demonios terribles. No olvidemos que la esencia de la literatura está en la tragedia y sus destinos.

En fin, una novela que resulta un canto a la libertad de prensa, de información.

Luego, nos habla de la revolución cultural de ¡Hola!

Lo dicho.

1 Comment
  1. clara says

    Tiene mérito leer ahorita a Varguitas. La pasta y el glamour dejaron su mente solo para escribir bazófia en El País.

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