La cosa ha tomado rumbo de acontecimiento en el ámbito de la lengua española: hace unas horas la viuda del escritor Carlos Fuentes (Panamá, 1928; México DF, 2012), Silvia Lemus, autora del prólogo a la novela que ha cuidado Julio Ortega, ha presentado en México, junto a los escritores Cecilia Toussaint, Ignacio Padilla y Federico Reyes, que leyeron fragmentos de la obra, la última novela de su marido, Aquiles o el guerrillero y el asesino, que se publica en Latinoamérica y en España bajo los sellos Fondo de Cultura Económica y Alfaguara dentro de los actos de un homenaje al escritor bajo el título, “Carlos Fuentes está hoy aquí”. Y en realidad se trata de un acontecimiento literario en tanto en cuanto el autor de La muerte de Artemio Cruz fue uno de los grandes de la lengua, amén de hacedor del boom latinoamericano. Si, además, tenemos en cuenta que esta novela, que Carlos Fuentes tardó 20 años en escribirla, era objeto de curiosidad y culto antes de que se publicara, la rehizo y corrigió varias veces, no es de extrañar tamaña expectación. Por otra parte, el mismo Fuentes quería que esta novela se publicara una vez acabara, nunca antes, el mayor conflicto guerrillero de Latinoamérica, el que destroza Colombia desde hace ya medio siglo.
A Carlos Fuentes siempre le fascinó la figura de Carlos Pizarro, líder guerrillero, que entregó las armas con objeto de conseguir la paz y que fue asesinado cuando viajaba en un aeroplano dentro de la campaña electoral para presidente de la República, a lo que aspiraba. Esa fascinación le llevó a no atreverse, a dudar, del modo en que debía encarar el personaje. Parece que las reticencias desaparecieron cuando él mismo entra como personaje siendo testigo en el avión del asesinato que llevaba a Pizarro a Barranquilla, un soleado jueves de abril de 1990, cuando representaba al partido que fundó, Alianza Democrática M 19, donde fue uno de los dirigentes máximos de la guerrilla, su comandante entre 1986 y 1990, que lleva el nombre de Movimiento 19 de abril y que quiso no desapareciera como enseña en tiempos de paz.
Carlos Pizarro fue ametrallado en el avión por Gerardo Gutierrez Uribe, alias “Jerry”, sicario que tenía órdenes de gentes de ámbito paramilitar, Carlos Castaño, por ejemplo, aunque también se habló de que Alberto Romero, máximo responsable de seguridad de Colombia, tenía cierta responsabilidad en el asunto. Nunca terminó de esclarecerse el suceso aunque desde luego a estas alturas es ridículo suponer que Pablo Escobar tuviera algo que ver en el asesinato, como se dijo en un primer momento.
Carlos Pizarrro, líder de una paz imposible que parece da sus últimas boqueadas guerreras, mártir de una nueva manera de entender la política en Colombia, una víctima de la regeneración... Julio Ortega, que ha sido el encargado de la edición de la novela de Carlos Fuentes, llama la atención sobre la enorme cantidad de géneros híbridos en que está imbricada la novela: es crónica, es ensayo, es soliloquio, es reflexión sobre la vida y la política pero, sobre todo, es narración pura y dura.
La literatura comienza donde acaba el mito. Pero Carlos Fuentes, que es autor con una clara pasión por el mismo, ha hecho de esta novela un relato donde ficción y realidad se unen en una especie de pesadilla extraña donde se desemboca casi en una alegoría llena de simbolismos buscados en los mitos fundadores de Occidente. Carlos Pizarro es Aquiles, claro, pero las correspondencias homéricas en esta obra no acaban aquí pues hay tres jefes de la guerrilla que asumen el rango de héroes legendarios: Jaime Batean, uno de los fundadores del M 19, es Diomedes; Álvaro Fayad es Pelayo; y el fundador, Iván Marino Ospina, es Cástor. Ni que decir que Carlos Fuentes, el que narra, el mensajero, es Hermes, porque se limita a describir al modo de un notario que no juzga motivos, barbaridades, injusticias, crueldades y corrupciones, sobre todo corrupciones, la lacra silenciosa que destroza el país y llega, claro, a la misma guerrilla. No juzga. No hace falta, con describirlo basta. Por eso se mata al mensajero.
Carlos Fuentes no ha querido entrar en el relato de sucesos brutales, como el secuestro en la Embajada de la República Dominicana en 1980, ni cuando se asaltó el Palacio de Justicia en 1985 (murieron 43 civiles, 9 magistrados de la Corte Suprema, 11 soldados, 33 guerrilleros, 11 desaparecidos) sino que se ha centrado en la comprensión de la personalidad de los guerrilleros, “héroes por fuera, niños por dentro” y las ambigüedades esenciales en que se mueve su vida, marcada ya por un destino estrecho y oscuro.
Pizarro, adalid de la paz, hombre que fue un formidable guerrillero pero que, al final, le pudo el lado de hombre de paz, aquel que soñó con extender ésta por la América Latina. Esta novela podría formar parte de la trilogía Crónicas de nuestro tiempo, que estaría integrada por Diana o la cazadora solitaria, Prometeo o el precio de la libertad y esta Aquiles... colofón de su obra reunida bajo el título La Edad del Tiempo, vocación balzaquiana de un escritor que hizo de los conflictos de su continente el meollo de su obra.
Novela, pues, que cierra una obra ingente y muy importante en la literatura latinoamericana del siglo XX... novela ya del siglo XXI. La sombra de Carlos Fuentes es alargada.
El Otegui colombiano.