Aunque he pertenecido varias veces al jurado del Premio Nacional, recuerdo como una de las ocasiones más incómodas de mi vida cuando formé parte del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil hace de esto unos cuatro años. La razón estribaba en que pertenezco a una generación que, de niños, leíamos La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, las novelas del Oeste de Karl May o las aventuras del Tigre de Mompracén, de Emilio Salgari, amén de Julio Verne, las aventuras de Guillermo Brown y, si me apuran, hasta el Quentin Durward, de Walter Scott, el hacedor del género de la novela histórica, o esa maravilla que es El principito, de Saint Exupéry, es decir, la literatura pura y dura que Fernando Savater supo reflejar con bella y justa expresión en uno de sus mejores libros, La infancia recuperada.
Con ello quiero decir que siempre miré con resquemor la literatura hecha para niños y adolescentes basada en cánones pedagógicos. El haber pertenecido a aquel jurado me hizo entender, me tuve que leer bastantes libros, que, al igual que la llamada literatura para adultos, en realidad sólo hay una literatura, la hecha para niños sólo tenía una opción para justificarse: la de poseer calidad literaria. En caso contrario sería, sencillamente, bodrio pedagógico.
Sucede que la industria del libro es todopoderosa, y si antes nos conformábamos con leer a cinco autores, ahora son innúmeros los libros publicados para niños y jóvenes, y, además realizados con formatos muy atractivos, por lo que la competencia es enorme, hasta cruel. Leo poca literatura para jóvenes, o eso creo, aunque hay novelas de claro éxito bastante menos complejas que las realizadas para niños, pero hago incursiones por si me toca, otra vez, pertenecer al jurado del Nacional. Ha caído así en mis manos Silencio... se sueña, de Pilar Lucía López, publicado por SM. Es un libro de 24 relatos, que es de lo mejor que me ha sido dado leer en el género. La autora es una destacada especialista en Pedadogía, rama en la que ha realizado labores durante treinta y cinco años. Es también autora de poemas, uno de ellos abre el libro en cuestión, y de dos libros más de relatos, amén de dos novelas inéditas.
El libro me atrajo porque está dedicado a una edad que siempre me ha parecido un arcano, la previa a la adolescencia, esa de los doce años. Quizá por eso el libro me produjo curiosidad, porque para mí esa edad estaba dotada de opacidad. La verdad es que todavía lo sigue estando, pero quise leer el libro de Pilar Lucía López para descubrir cierta luz en esa opacidad. Y no por lo que la autora pudiera decirme de esos niños que están en la linde de otra fase, sino porque creo que la única manera de conocer los mundos es sumergirse en ellos. Y quería saber si Pilar Lucía López me inundaba de ellos para así poder conocer las cosas de forma alejada de las teóricas, que a estas alturas me interesan poco. Tengan en cuenta que pertenezco a una generación que le dio por educar a sus vástagos leyendo a Jean Piaget y se dio cuenta que lo mejor que podía hacer para mantener la salud de sus hijos era arrinconar esos libros y salir de la cosa con sentido común.
Escribir sobre etapas de la vida que se resuelven en lindes, en fronteras, no es fácil. Tengo atracción por el libro capital de esas fases vitales de lindes, La línea de sombra, de Joseph Conrad y, ya digo, me atrae esa elegida por Pilar Lucía López como metáfora. Y esa metáfora está muy bien explicada en el poema que abre el libro: para Pilar esa edad es frontera del amor y del deseo, es gozo y tormento. Y estoy empleando palabras de la propia autora que describe las distintas fases emocionales de una edad extrañamente emocional. Son el ayer y el mañana resuelto en un presente que se muestra continuo, es excitación, es momento de música y de amigos de amores y de libros, y, claro, el espejo de Narciso, siempre presente, y donde uno se encuentra... y se pierde si le dura demasiado el éxtasis. Los 24 relatos presentes en el libro resuelven estas emociones en situaciones concretas, es decir, narran, son ejemplares.
Esta literatura posee la ventaja de mezclar mito y realidad, arcadia e infierno, y eso sucede porque al ser edad crucial, el mito de la niñez se desvanece en aras de la concreta experiencia de la vida. Su contingencia, un tanto triste pero llena de promesas, y la supuesta arcadia de la niñez, que es arcadia porque es esencia atemporal, se derrumban en pos del infierno de la incertidumbre. La autora, en estos 24 relatos, ha descrito con maestría esta terrible ambigüedad, terrible y estupenda, y cuando la cosa lo ha requerido, ha recurrido a la primera persona, caso de El columpio, que abre el libro. Y el resto de los demás relatos, hay uno muy bello, La sonrisa de Wei, que tiene como principal personaje a un chino. Pueblo que, quiere el tópico, sonríe enigmáticamente, artificio que se muestra como el idóneo para sumergir al lector, que se le supone en esa edad opaca, en sus propio océano emotivo. Ay, la educación sentimental.
Libro terriblemente eficaz. Silencio... se sueña es libro de relatos de índole esencialmente poética. Es libro, pues, de extremada delicadeza y, a la vez, no oculta nada de esa realidad vivida en esa edad de la linde a la adolescencia. Libro, pues, de ajustada querencia, libro dotado de una calidad literaria indiscutible. Por mi parte, estupor por haberme sumergido en ese laberinto vital. Ni que decir tiene que lo celebro.
Muchas gracias Juan Ángel por tu crítica. Me sorprendió mucho y la tomé como un regalo que alguien me hacía sin conocerme.
Me alegro mucho que te haya evocado tus lecturas y tus recuerdos como adolescente. Esa era mi intención al escribirlos. Revivir quien hemos sido y seguimos siendo a pesar de los años y las capas que queremos ponernos. Escribí casi todos en primera persona para que el lector se identifique con cada uno de ellos. Todos seguimos siendo adolescentes y lo de madurar nos cuesta toda la vida.
Muchas gracias de nuevo por tu crítica. Espero conocerte personalmente cualquier día.
Pilar Lucía Lópe