Comer poco y no morir en el intento de vivir

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Elvira Huelbes 

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Imagen: Planeta.

Un par de libros escritos por sendos médicos aconsejan a sus eventuales lectores comer poco y rechazar ciertos alimentos –particularmente los de origen animal- para no morir tan pronto ni vivir con cargas de enfermedades. Se trata de Un día, una comida (Zenith, 2016), de Yoshinori Nagumo, y Comer para no morir (Paidós, 2016), de Michael Greger y Gene Stone. Ambos best sellers en sus respectivos países y regiones: Corea y Japón, uno, y Estados Unidos, el segundo. Por una razón u otra, los dos libros rompen ciertos mitos sobre alimentación que parecían inamovibles.

Llevan años ofreciendo las cadenas televisivas de todo el mundo sus programas de cocina en plan pesadilla o master chef para todas las edades, incluidas las tempranas, con la promesa de convertir a gente normal en grandes cocineros de fama mundial, capaces de hacer llorar de placer a los paladares más exigentes. Grandes comilonas para grandes festejos, sin que parezca que el contenedor de todo ello, el sistema digestivo humano y sus enlaces orgánicos diversos, tenga límites ni pueda resbalar por el tobogán de los achaques, las diabetes, los ataques cardíacos y los cánceres.

Y he aquí que desembarcan estos dos libros como elefantes en la cacharrería de los masterchefs para desbaratar la alegría de las grandes bufés que se organiza el personal a la que tiene un pretexto, o sin él. La buena noticia es que con no leerlos se arregla la cosa.

En su libro, el doctor Nagumo se explaya sobre el llamado gen de la supervivencia, que, según investigaciones recientes –dice- parece activarse cuando se pasa hambre. En cambio, cuando estamos saciados, lo que se pone en marcha es el gen del ahorro, encargado de velar por el mantenimiento de la especie, con lo cual el metabolismo acumula grasa y nos ponemos cual focas. Para este médico sexagenario, la cosa es sencilla aunque no fácil. Hay que comer sólo una vez al día, alimentos que se ha estudiado que son especialmente saludables: verduras, coles particularmente; frutas con la piel, semillas, cereales integrales, germinados, algas... En esta relación coinciden ambos galenos.

Según él, cuando suenan las tripas porque cunde la gazuza, no hay que salir pitando a zampar lo primero que pilles. Muy al contrario: "Hay que disfrutar de ese momento. Cuando empieza a sonarme el estómago, es el momento en el que se activa la sirtuina, el gen de la supervivencia. Al pasar hambre, este gen escanea los 60 billones de células que tiene el cuerpo y repara las que están defectuosas o dañadas. Esto significa que no sólo afecta a la esperanza de vida, sino que también sirve para frenar el envejecimiento".

El doctor Nagumo se ha utilizado a sí mismo como conejillo de Indias y por eso habla desde su propia experiencia, después de haber sufrido, a sus cuarenta y tantos, un infarto de caballo que por poco se lo lleva de este Valle de Lágrimas.

Como ocurre con los seguidores de dietas restrictivas, está convencido de que reducir en un 25 o un 30 por ciento las cantidades que comemos normalmente es óptimo para la salud. Pero sin desatender los nutrientes necesarios, que provienen todos –prácticamente- del mundo vegetal.

Nagumo escribe en un tono paternal con el ánimo de convencer a la gente de que no se trata de sacrificarse sino de encontrar el hueco por donde acomodar la dieta de cada cual. Advierte a los golosos, ay, de que el azúcar es una sustancia más peligrosa que el colesterol, pero a la vez invita a hacer experimentos con la comida.

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Imagen: Planeta.

Por su parte, el médico americano relata un hecho de su infancia, cuando diagnosticaron a su abuela, de 65 años, una muerte inevitable por enfermedad coronaria terminal. La señora se recuperó gracias a una casualidad: la emisión televisiva de un documental que hablaba de Nathan Pritikin, pionero de la “medicina del estilo de vida”, capaz de hacer retroceder esa fatalidad cardíaca, con dieta vegetal y moderado ejercicio físico. En realidad, casi nada nuevo bajo el sol, aunque ahora resulte muy fácil decirlo. Hablamos de los años 50, y la abuelita del médico no sólo se recuperó sino que acabó caminando 16 kilómetros diarios.

Greger divide el tocho en dos partes. La primera analiza las enfermedades más comunes entre los humanos en la actualidad: corazón, pulmones, cerebro, diabetes, Parkinson, cáncer de distintas partes, hipertensión, etc.

En la segunda parte, señala los alimentos preferidos por eficaces, que llama “Los 12 Magníficos del doctor Greger”, que son legumbres, bayas, otras frutas, verduras crucíferas, de hoja verde, otras verduras, semillas de lino, cereales integrales, frutos secos y semillas, hierbas aromáticas, bebidas y ejercicio físico.

El buen médico incluye alguna recetilla fácil y rápida y un apéndice con amplia selección de bibliografía y una conclusión: “Adoptar una dieta basada en alimentos integrales de origen vegetal y recuperar los niveles normales y saludables de sensibilidad a la dopamina puede ayudarle a vivir con plenitud y a experimentar más alegría, satisfacción y placer con todo lo que haga. Y no sólo con lo que coma”.

Como lo de morir es tarea obligada de todos, habrá que repetir con otro ilustre galeno, Kim Williams, presidente del Colegio Americano de Cardiología: “No me preocupa morir, pero no quiero que sea culpa mía”.

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