Diario del anciano averiado

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Elvira Huelbes

Portada del libro de Salvador Pániker. / megustaleer.com
Portada del libro de Salvador Pániker. / megustaleer.com

Cuarta entrega de los diarios de Salvador Pániker, Diario del anciano averiado (Random House, 2015) es un paseo literario por la memoria del escritor y fundador, con Nuria Pompeia de la editorial Kairós. El libro va desde el año 2000 –que arranca en un clima de optimismo económico: "La OCDE pronostica la llegada de una onda de crecimiento que habrá de durar hasta el 2020"- hasta el 2004, en que promete continuar “si hay suerte”.

Una vuelta, digo, por la facilidad con la que va contando sus cosas, sin demasiados tapujos, dejando entrever capítulos de su vida sentimental que, en estos apenas cinco años, incluyen alguna que otra historia de amor, sin que le estorben los ochenta y tantos en canal que ya luce el escritor. Y también lo que va apareciendo en los noticiarios.

En las más de 400 páginas del libro, Pániker da cuenta de la muerte de Ernest Lluch “que nos ha dejado sin conocer la humillación de la vejez”; del desastre del abandono de las Humanidades en los estudios de Bachillerato, fundamentales para entender el sentido de la vida; de las razones por las que casi nadie es como debería ser, según la advertencia de Ortega y Gasset: “Toda vida es, más o menos, una ruina entre cuyos escombros tenemos que descubrir lo que la persona tenía que haber sido”.

Pániker sigue siendo fiel a la apertura total de orejas en la contemplación y comprensión de la realidad del “animal humano”. Su transcurrir entre Oriente y Occidente le ha dotado de cierta facilidad para pasar del pensamiento ortodoxo a formas más poéticas de plantearse la existencia. Su concepto de “retroprogresión” –del que se siente muy orgulloso- aspira a que racionalismo y misticismo vayan juntos, se complementen. Abunda en éstas y otras reflexiones en el libro. Como la aspiración a una “paideia global” con que el animal humano transcurra menos desamparado por la vida.

Fundador, hace ya unos cuantos lustros de la Asociación por el Derecho a Morir Dignamente, Pániker retorna a la idea de que cada cual decida la hora de su fin sobre la Tierra, aunque él no tenga la menor prisa. Citando a Félix de Azúa, cree que “el verdadero arte es una negociación con la muerte” lo que, en una España, la nuestra, tan poco dotada para la negociación, no es moco de pavo.

Echando mano de la música –melómano impenitente como es- Pániker traza una teoría de la recomposición de la vida en la vejez. Nada de viruelas, más bien, rectificación del rumbo: como hizo Beethoven en sus últimos cuartetos o Lizst, que abandonó la tonalidad poco antes de morir o Juan Sebastián Bach, que pasa de los encargos para componer lo suyo.

O Brahms, quien compone Cuatro canciones serias, un año antes del final de su vida, en 1896, en una de las cuales, con texto del Eclesiastés, “sentencia que los hombres no tienen ninguna superioridad sobre las bestias”. En más de una ocasión aprovecha Pániker “para protestar por el trato que damos a nuestros hermanos, los llamados animales irracionales”.

Doctor en Filosofía y en Ingeniería industrial, Pániker se entiende bien con los recursos del pensamiento oriental y el occidental. Fluyendo entre el budismo (“El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”) y el epicureismo, el tantra y el tao y una curiosidad intelectual insaciable, abona el terreno donde deambular estos años de vejez saludable, si salvamos algún catarro de vez en cuando.

Muy interesantes sus párrafos sobre cómo domeñar el ego: una empresa titánica que no acaba nunca. Por cierto que desvela la existencia de una obra suya inédita, probablemente muy recomendable: Genealogía de la lucidez, que espero ver pronto por la librería de mi barrio.

En suma, queridos veraneantes, una lectura para despedir el verano, ahora que las primeras nubes parecen presagiar, antes de la cuenta, la llegada del otoño y de la lucha contra el frío, contra todos los fríos que nos amenazan, contra todos esos fríos.

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