Rocco Siffredi se confiesa

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El actor porno Rocco Siffredi en la alfombra roja de la Mostra de Venecia, donde presentó el documental 'Rocco', sobre su adicción al sexo. / Efe

Creo que había una película porno en la que Rocco Siffredi hacía el papel de sacerdote. Puede que hubiera más de una o puede que no hubiera ninguna; no me hagan caso, no me fijaba mucho en los argumentos. El caso es que, durante el pasado festival de Venecia se presentó Rocco, un documental de Thierry Demaiziere y Alban Teurlai, donde el gran semental confiesa su adicción al sexo como si quisiera dar pena. La película narra la vida de un hombre pegado a una polla, 190 centímetros en vertical controlados por 23 horizontales, más de 1.700 películas con cuatro o cinco polvos cada una, y eso sin contar sus hazañas detrás de las cámaras. "Mi pene dirigía mi vida" dice Rocco. "Durante veinte años lo hacía al menos tres veces diarias. Y sólo cuando quise dejarlo, me di cuenta de que no podía. Empecé a ir con prostitutas. Y después viejas, transexuales, cualquier cosa que se moviera".

Rocco, en efecto, suena como William Munny al final de Sin perdón, sólo que con los pantalones bajados. Ahora, en el documental, se arrepiente mucho de sus excesos, la infinidad de veces en que traicionó la confianza de su esposa Rozsa Tassi, el modo en que se degradó ante la mirada de sus hijos. Confiesa que tuvo deseos de suicidarse, que apretaba el acelerador a doscientos kilómetros por hora. "Me subía a un avión y esperaba que se precipitara", dice. Los cineastas franceses aseguran que Rocco, por primera vez, ha buscado la redención delante de las cámaras, ha decidido desnudarse con la ropa puesta.

El problema, claro está, es que en un avión suele viajar más gente, incluidos los pilotos, y que acelerar en una carretera es la mejor forma de destrozarle la vida a otros. Algunos críticos se han apresurado a señalar las notas falsas que se cuelan a través de esta masturbación sentimental, las lágrimas de cocodrilo mezcladas con su arrepentimiento mustio. Como decían Les Luthiers: "No nos engañemos, es muy fácil obrar mal y luego arrepentirse. Lo difícil es arrepentirse primero y luego obrar mal". Muchas chicas ingenuas se juntaron con Rocco y se arrepintieron más temprano o más tarde.

Porque más allá del cachondeo, la diversión y la jodienda, hay un lado sórdido, muy sórdido, en el cine pornográfico. Al parecer, Rocco escarba un poco, muy poco, en ese pozo. En España son tristemente célebres los abusos del director Torbe. El año pasado ocho actrices denunciaron a la estrella porno James Deen por violación. Una de ellas contó en el tribunal que Deen la sodomizó sin su consentimiento y que, mientras lloraba, todo el equipo de rodaje se puso a aplaudir. Otra dijo que, durante una fiesta de la productora, la agarraron entre varios hombres y mujeres, Deen le orinó en la boca y luego le metieron una botella por el recto. Hay abusos en la industria del porno que van mucho más allá de una relación consentida entre adultos y sólo ahora están empezando a salir a la luz. En el documental dedicado a su vida y milagros, Rocco justifica ciertos excesos de sus películas con el peregrino argumento de que hoy las cosas han cambiado mucho, que antes el machismo imperaba en los rodajes y que las actrices ni siquiera tenían orgasmos de verdad. "No hemos mostrado el falso goce de las mujeres sino sus heridas y su dolor". No parece que las mujeres disfrutaran mucho, la verdad.

No he visto Rocco y no sé si quiero verlo, pero creo que este documental sobre el semental italiano no tiene nada que ver con Porn Star, la leyenda de Ron Jeremy. Incluso físicamente, Rocco y Ron parecen la antítesis uno de otro: Rocco es alto, guapo y musculoso; Ron bajito, feo, gordo, peludo y bigotudo. Pero a otro nivel, las diferencias son mucho más profundas. Ante las cámaras, Ron no muestra heridas, ni dolor, ni tormento -no digamos ya tendencias suicidas-, y se pasea por la vida riéndose de sí mismo y de su despelotada gloria. Las actrices que han trabajado con él dicen que se trata de un tipo divertido, amable y encantador. Sólo hay una cosa de la que se arrepiente Ron y es de no haber triunfado como actor serio. Como muchos otros, empezó a hacer porno sólo para dar el salto a Hollywood, pero el éxito inesperado lo llevó a encallar en la cima del cine para adultos. No ha descendido de ahí en décadas, por mucho que lo intentó, y al final se ha resignado a ser simplemente un fauno alegre y juguetón. Fracasó incluso como monologuista cómico, un terreno donde su buen amigo Al Lewis (el entrañable abuelo de la Familia Monster) dice que no tenía ni pizca de gracia. En el medio centenar de películas serias donde le han dado un cameo, Ron Jeremy casi siempre se moría en su primera aparición, para que no estorbara. Hizo muchas veces de gángster, de gigoló o de sí mismo, y en una comedia adolescente a mayor gloria de los KISS, de guardia de seguridad, pero, que yo sepa, nunca se le ocurrió interpretar a un cura. Aunque no me hagan mucho caso.

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