Las oscuras obsesiones de Francis Bacon

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Imagen del cartel de la exposición de Francis Bacon. /www.guggenheim-bilbao.es

El Guggenheim de Bilbao estrena temporada a lo grande, como si Louise Bourgeois no le hubiese bastado, ahora le toca el turno a uno de los pintores más dotados del siglo XX, lo que es mucho decir, y genuino representante de los grandes de la pintura en la segunda mitad de esa afortunada centuria, Francis Bacon. El título, Francis Bacon: de Picasso a Velázquez es ilustrativo de la didáctica de esta muestra que se inaugura el 30 de septiembre y estará entre nosotros hasta el 8 de enero de 2017.

Hacía diez años que Francis Bacon no se exponía en España, cuando el Museo del Prado le dedicó una retrospectiva, 78 obras, entre las que se encontraban 16 de los trípticos más representativos del pintor. Pero la muestra del Guggenheim difiere de la presentada en el Prado porque trata de confrontar pintores e influencias: sabido es que Francis Bacon estuvo muy influido por la pintura francesa y española. De ahí que la exposición cuente con 80 obras entre las que se encuentran lienzos como San Francisco en oración ante el Crucificado, de El Greco, que procede del magnífico y desconocido Museo de Bellas Artes de Bilbao; El bufón del primo, de Velázquez, procedente del Museo del Prado; Busto de un hombre en marco, escultura magnífica procedente de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, obra del genial escultor tan afín en modos y maneras a las de Bacon, y, por último, procedente de una colección particular, Composición. Figura femenina en una playa, de Pablo Picasso, entre otras varias.

Tremendo francófilo, como su paisano Samuel Beckett, con el que mantiene una inquietante similitud, Bacon fue un apasionado lector de literatura francesa: no se le escapaban autores como Racine, Balzac, Baudelaire y Marcel Proust y cuando descubrió a Picasso creyó sumergirse en un continente que le llevó a Van Gogh y, luego, a franceses como Degas, Manet, Serat, Gauguin y Matisse. De hecho, cuando era casi un niño se enfrentó con la obra de Poussin, La masacre de los inocentes, en Chantilly y quedó impresionado, pero fue luego, estamos en 1927, cuando el arte se le reveló con Picasso que exponía Cent dessins en la Galería Paul Rosenberg de París. Esos dibujos le llevaron a querer ser pintor. Pocos casos hay tan claros de revelación.

Artist : Francis Bacon (Ireland; England, b.1909, d.1992) Title : Study for self-portrait Date : 1976 Medium Description: oil and pastel on canvas Dimensions : Credit Line : Purchased 1978 Image Credit Line : ©Francis Bacon, 1976/ARS. Licensed by VISCOPY, Sydney. Photographer Credit : Jenni Accession Number : 209.1978
Estudio para autorretrato (Study for Self-Portrait), 1976 / www.guggenheim-bilbao.es

Acabada la guerra, Bacon dejó Londres y se fue a vivir a Mónaco, desde donde dominaba el continente y desde donde intensificó sus contactos con París: Bacon siempre pensó que la gran muestra de su carrera como pintor fue la que se llevó a cabo en la capital francesa en el Grand Palais, en 1971, y ello a pesar de que por esas fechas había muerto su amante, amén de que hasta el año 1985 tuvo estudio en Le Marais.

Pero Bacon, como bien se demuestra en la exposición del Guggenheim, tuvo otra pasión: la cultura española. Y no sólo porque fue en definitiva un artista español el que determinó su vocación, sino porque gran parte de sus obsesiones tuvieron origen en la obra de artistas españoles. ¿Hace falta referirnos al retrato de Inocencio X que Velázquez realizó en 1650 y de cuya interpretación llegó a realizar más de 50 obras? De esas obsesiones y de su método de trabajo valga como anécdota que Bacon nunca llegó a ver el cuadro original que cuelga en la Doria Pamphili de Roma. Tuvo esa oportunidad en 1954, cuando visitó Roma, pero prefirió guardar en su memoria la reproducción que le sirvió de modelo y que, suponemos, no sería gran cosa desde el punto de vista técnico.

Pero no sólo de Velázquez vivió Bacon. Zurbarán le fascinó, al igual que El Greco y, cómo no, Goya, del que se quedaba colgado cuando iba al Museo del Prado, museo que visitó muy a menudo en sus últimos años, cuando vivió en Madrid esporádicamente, como hizo en Sevilla; Málaga o Utrera, en compañía de su último amor, un joven banquero español, y ciudad en la que murió en 1992.

Bacon, el pintor más obsesivo del siglo, que es siglo de grandes obsesos. Pintó repetidamente el Inocencio X, como si el cuadro nunca se agotase, en eso se parecía a Picasso, obseso de Velázquez y Rafael y como muestra de la devoción por el pintor de Las Meninas, se sabe que visitó en solitario, gracia que el Museo le concedió, la exposición monstruo que el Prado organizó sobre Velázquez en 1990, origen de las grandes muestras de las que gozamos ahora y que se mostró rentable hasta llegar a ser modelo de las posteriores habidas en Madrid.

La exposición del Guggenheim es temática, como no podía ser de otra manera tratándose de Bacon, y está dividida en secciones significativas, muy didácticas: La fuerza de un retrato; Juntos, pero aislados, con cuadros donde se representan grupos; Tauromaquia, basado en el poema de Lorca sobre la muerte de Ignacio Sánchez Mejías y los grabados de Goya; Picasso, la puerta al arte, cuadros homenaje al pintor malagueño; Jaulas humanas, donde se presentan lienzos con sus famosas cajas; Figuras aisladas, un lienzo de Inocencio X, cómo no; Esencia vital; Cuerpos expuestos … en fin, las obsesiones de Bacon que en sus cuadros están mezcladas formando un uno indivisible.

Una de las grandes exposiciones del año.

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