Regreso a Comala

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El escritor Juan Rulfo en una imagen de archivo.
El escritor Juan Rulfo en una imagen de archivo. / icm.gob.mx

En breve se cumple el centenario del nacimiento de Juan Rulfo y la Biblioteca Nacional, la Fundación Ortega-Marañón, la Universidad Autónoma de Madrid y la Fundación Juan Rulfo se están movilizando para celebrar la efeméride como se merece. Rulfo ha pasado a la historia de las letras con sólo dos libros cenitales en su haber: los cuentos de El llano en llamas y esa extraña y alucinante pesadilla que es Pedro Páramo. Aparte de Rimbaud y de Salinger, no hay muchos escritores que hayan sacudido la literatura de ese modo con una obra tan breve, un verdadero movimiento sísmico que abrió caminos inesperados para la novela.

Entre otros muchos, Borges y Sontag celebraron Pedro Páramo como un verdadero hito de la literatura. García Márquez ha contado que su descubrimiento (igual que el de El siglo de las luces, de Carpentier) marcó el rumbo definitivo a su narrativa, esa prodigiosa mezcla de realidad y ficción, de historia y fábula que acabaría denominándose "realismo mágico". El genio colombiano dijo que en toda su vida únicamente había leído dos libros que lo dejaran despierto toda la noche: uno, La metamorfosis de Kafka, el otro, Pedro Páramo.

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo cuando ella muriera. Le apreté las manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo.

Facsímil de la primera edición de 'Pedro Páramo', de Juan Rulfo.
Facsímil de la primera edición de 'Pedro Páramo'. / Fondo de Cultura Económica

Así, con este estilo seco, recio, urgente, contagiado de oralidad, comienza una de las novelas más cortas y perturbadoras del pasado siglo. Como si el protagonista, Juan Preciado, nos la estuviera contando en voz alta. No obstante, esa aparente sencillez no debe engañarnos: Rulfo corregía y corregía, suprimía y adelgazaba el texto hasta quintaesenciarlo en ese castellano preciso y mineral que parece cortado a hachazos. Más que ningún otro novelista, llevó al límite esa observación de Thomas Mann que dice que un escritor sólo es alguien para quien escribir es mucho más difícil que para otros. En su caso, resultaba una tarea tan exigente, tan agotadora, que después de los relatos de El llano en llamas (1953) y de la publicación de Pedro Páramo (1955), Rulfo sólo volvió a dar a la imprenta en tres décadas una novela corta ambientada en las peleas de gallos, El gallo de oro, aunque él la consideraba un relato. En realidad, se trata más bien de un proyecto argumental, escrito hacia 1956, que serviría de base para la película homónima de Roberto Gavaldón, con guión del propio director, de Carlos Fuentes y de García Márquez.

Cuando le preguntaban -y lo hacían con frecuencia- cuándo volvería a publicar un nuevo libro, Rulfo respondía que estaba absorbido en la escritura de otra novela, La cordillera. Durante mucho tiempo se pensó que era una artimaña para intentar eludir la confesión de que había abandonado la literatura, pero después de su muerte los herederos del escritor confirmaron que en su archivo personal había fragmentos de dos obras inconclusas, Ozumacín y La cordillera. Quizá el centenario nos depare la sorpresa de descubrir algún manuscrito inédito de Rulfo.

Había motivos de sobra para pensar que esos manuscritos no existían, debido al tono de broma con que solía eludir los apremios y exigencias de sus admiradores. En 1974, en una reunión con estudiantes en la Universidad Central de Venezuela, dijo que ya no escribía más porque la narración de Pedro Páramo y los cuentos de El llano en llamas los había copiado, más o menos tal o cual, de las historias que le contaba su tío Celerino. A alguien le dio por investigar y se supo que el tío Celerino existió realmente. Algún tiempo después un estudioso americano publicó un ensayo titulado Las fuentes orales en la literatura de Juan Rulfo.

Mexicana hasta el tuétano mismo de su imaginación y su idioma, Pedro Páramo es la historia de la revolución traicionada, del cacique que se corrompe y del pueblo que sufre bajo su dominio y sus caprichos. También esconde en su interior el viaje personal de Rulfo -que perdió primero a su padre y luego a su madre cuando sólo era un niño- en busca de sus orígenes al centro de un infierno, Comala, que escenifica el fin de los ideales rotos. Rulfo logró con Pedro Páramo un experimento narrativo al límite que se lee de un tirón, una crónica de la orfandad, un horripilante cuento de fantasmas, un laberinto de espacios y de tiempos donde los vivos y los muertos comparten un espejismo hecho de palabras.

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