Vicisitudes (Alfaguara), es el título de la última novela de Luis Mateo Díez, uno de los grandes escritores españoles con que contamos hoy. En ella nos topamos con una serie de capítulos que valdrían como pequeños relatos independientes y que de esa manera actúan al modo de resumen de las obsesiones desperdigadas por una ya voluminosa obra. Premio Nacional de Literatura, haciendo doblete, Premio de la Crítica, Académico de la RAE, a cuya sede no falta cada jueves en que hay reunión, Luis Mateo Díez desvela en esta entrevista ciertas claves de su narrativa, a la vez que hace una defensa firma del realismo y trata aspectos del futuro del español desde su perspectiva de académico.
-- En cierta manera parecería que Vicisitudes resume buena parte de sus obsesiones...
-- Es un libro de llegada y, a la vez y como tal, una incursión en la totalidad de mi mundo, quiero decir de mis geografías, personajes, modos de vida, pensamiento. La aspiración de una comedia humana sostenida en mis teóricos poderes narrativos.
-- La obra se inscribe enmarcada en esos paisajes imaginarios fácilmente reconocibles, Celama, Doz, Solba, Mentra... aún recuerdo cuando comenzó el ciclo de Celama en aquella bella edición azul. ¿Podría decirnos la razón de habitar paisajes que en el fondo están muy apegados a sitios concretos?
"El interés fundamental de mi obra siempre fue crear un territorio propio y que todo lo que pudiese escribir sucediera en él" |
-- El interés fundamental de mi escritura siempre fue conquistar un territorio propio, crearlo, hacerme con él, y que todo lo que pudiese escribir sucediera en ese territorio. Se trata de una provincia imaginaria, nutrida de Ciudades de Sombra y que tiene una Comarca en el suroeste que es Celama.
-- Sigo su obra desde Memorial de hierbas, es decir, prácticamente toda si prescindimos de primeros escarceos poéticos, obra ya importante en su vastedad. A pesar de la enorme diferencia de todo tipo entre aquel Memorial... y Vicisitudes le pido un esfuerzo para que se señale correspondencias que atenderían a una coherencia narrativa ya desde sus comienzos...
-- La coherencia podría estar en esa geografía, matizadamente simbólica o al menos metafórica, y en sus habitantes, seres que resumen elementos sustanciales de mi propia visión de la condición humana: fragilidad, desgracia, placer, humor, tragicomedia, rutina, extravío… Perdedores que acumulan pérdidas y que, con frecuencia, andan por caminos de perdición. Y por supuesto, la escritura, un estilo que intenta llegar lo más lejos posible, unas palabras afines al interior misterioso de esos seres, las únicas en que ellos pueden existir. El estilo se ha ido depurando para hacer más expresivo, verdadero, convincente, ese mundo. No me interesa la escritura cero, ni la barroca, sino la sustancial, y he aprendido mucho de los grandes poetas, tanto o más que de los grandes narradores.
-- Sus primeros libros se debían a cierta estética neorrealista que luego derivó a una indagación en el expresionismo, aunque muy personal. ¿Está de acuerdo con esta apreciación?
-- Sí, el realismo, complejo, el que puede heredarse de nuestros clásicos, tuve en seguida la perspectiva expresionista, que siempre me interesó mucho, y no tardando la contaminación de la literatura del absurdo. Han sido pasos dados con naturalidad, acaso porque ya en aquel inicial neorrealismo había cargas expresionistas y un gusto por el absurdo de la vida. Mis viejos personajes se emparentan sin remedio con los más recientes.
-- Otra característica suya de los últimos años es su interés en lo policial, no en el thriller. Hay en algunos textos suyos una indagación en lo policial como parte del misterio de la vida...
-- La vida es un asunto a resolver, dijo alguno de mis personajes, me parece que un inspector. La trama es la noche, dice otro que deambula por esos mundos fantasmagóricos. Lo policial tiene ese poder de la indagación, de la investigación, me gusta su deriva casi metafísica.
-- Usted siempre se ha manifestado como un defensor del realismo, pero creo que su visión es tan amplia que abarcaría otros segmentos considerados por los académicos fuera del mismo. Sin embargo, ¿no echa de menos en la literatura española opciones de otro tipo que aquí han sido hasta hace poco preteridas? Me refiero a la literatura fantástica, por ejemplo...
-- El realismo acaba siendo, si lo entendemos sin anteojeras, la totalidad. Lo real, lo surreal, lo que se ve y lo que se sueña, otra cosa los instrumentos, la chatez costumbrista, que tanto nos amilanó o la explosión sin trabas, con la imaginación inventando la vida.
-- Los nombres de sus personajes, tan ligados a la persistencia visigoda en el Noroeste forman ya parte esencial de su obra. ¿Podría contarnos algo del origen de todo esto que ha llegado a ser tan importante como los paisajes imaginarios? Yo diría que de la misma importancia. Además, usted es un escritor de personajes.
"En mis ficciones son los personajes los que marcan la pauta, lo que hacen la revelación de lo que escribo, suelen ser muy parlanchines " |
-- En mis ficciones son los personajes los que marcan la pauta, lo que hacen la revelación de lo que escribo, contando o viviendo, ya que suelen ser muy parlanchines y también muy dados a narrar sus propias vicisitudes o peripecias vitales. Tienen nombres peculiares, lo que indica también su identidad misteriosa. No se entregan a la primera de cambio, hay que andar tras ellos para apresarlos. Un territorio imaginario, aunque lleno de referencias y sugerencias reales, parece pedir nombres imaginarios, tanto personales como geográficos.
-- Podría ampliarnos esa idea suya de que es escritor de emociones más que de ideas...
-- De emociones, de sentimientos, aunque ellos transmitan también el fulgor del pensamiento, las ideas que ajustan la vida de cada cual, de cada personaje. Las huellas de las grandes ficciones tienen siempre el matiz irremediable de las sensaciones, la emoción de lo que solo puede suceder en la novela. La verdad es que las ideas, las buenas ideas tan necesarias para esclarecer la vida, la realidad, la actualidad, las encuentro mejor en los ensayos, en la filosofía, en el pensamiento puro y duro, y en el periodismo de altura.
-- ¿Qué tareas urgentes se plantea la Academia en el ámbito del español y el cambio vertiginoso a que dan lugar las nuevas tecnologías? Se lo pregunto porque usted posee la atalaya privilegiada en este sentido de pertenecer a la RAE que, por cierto, lleva una política modélica respecto al español en América.
-- La Academia, con todas las Americanas en la Asociación, cubre un papel notarial en la lengua y procura estar al tanto de todo lo que en la misma sucede. La infraestructura tecnológica en la misma es extraordinaria y en la dirección del próximo diccionario esas aplicaciones serán sustanciales, todo ello como contribución a la totalidad del patrimonio por el que las academias velan que, como sabes tiene una expansión creciente. La Academia asumió y llevó a cabo el intento de que exista del español una conciencia común, y se está logrando. El nuevo diccionario irá llegando a la red según avanza, año tras año y, al tiempo, se construye uno histórico, uno de los grandes proyectos que completará la visión total de lo que es y ha sido nuestra lengua. La página de la Academia en la red tiene una media de un millón diario de visitas. Se trabaja a fondo y es, en todos los sentidos, un trabajo enriquecedor y fructífero. La lengua es nuestro mayor bien común.
-- Muchos críticos se refieren a los escritores que comenzaron en los ochenta como la generación de la socialdemocracia, supongo que por los años de Felipe González, vale decir, la nueva narrativa española. ¿Cómo ve, a años vista, aquella eclosión que parece imposible vuelva a producirse?
-- Siempre hay una nueva narrativa, parece que entonces también la hubo. Todo era más o menos nuevo de aquella, hacía falta el membrete de la novedad. No sé si es necesaria la eclosión, lo que es cierto es que ahora mismo surgen excelentes narradores, y muy variados.