En una inolvidable escena de Viaggio in Italia (1954) de Roberto Rossellini, Ingrid Bergman presencia junto a George Sanders el momento en que unos arqueólogos desentierran, entre las ruinas de Pompeya, a una pareja de momias entrelazadas en un abrazo eterno. Bergman no puede soportarlo y se echa a llorar, no sólo por la emoción del descubrimiento sino porque el fogonazo de ese fósil cubierto de cenizas le ha abierto los ojos sobre las grietas abiertas en su matrimonio, la estupidez del orgullo, la inutilidad del rencor y la fragilidad de la vida. Comprende que más tarde o más temprano todos terminaremos igual, aplastados bajo la lava del tiempo.
Pompeya es una radiografía de la raza humana. Para historiadores y filólogos, Pompeya no tiene precio. Entre sus muros calcinados por la lluvia de fuego han aparecido pintadas escatológicas, dibujos sexuales, versos eróticos, anuncios comerciales, rabietas e insultos muy semejantes a los que adornan cualquier servicio público en una estación de trenes. Desde que en abril de 1748 se descubrieron los primeros cuerpos conservados bajo la pátina del Vesubio, cada vez está más claro que los antiguos romanos tenían los mismos anhelos, inquietudes y miedos que nosotros.
En 1913, en la llamada Casa del Criptoportico, aparecieron dos figuras petrificadas fundidas en un abrazo definitivo. Los primeros investigadores supusieron que eran una madre y una hija; después se pensó que se trataba de una pareja de amantes. Por la postura de los cuerpos no son exactamente los mismos que mostró Rossellini en su película, pero esta semana hemos sabido, gracias a los análisis de ADN de los restos óseos, que los célebres amantes eran, en realidad, dos jóvenes de sexo masculino. La revelación no viene a añadir ningún dato nuevo sobre la homosexualidad en la antigua Roma: Virgilio, Catulo, Horacio y Ovidio escribieron a menudo sobre el tema; Suetonio y Tácito dieron noticia de matrimonios entre hombres; y es un hecho conocido, al menos desde Gibbon, que el único emperador al que le gustaban exclusivamente las mujeres era Claudio (lo cual no es precisamente un buen argumento a favor de los heteros). Sin entrar en detalles sobre las distintas consideraciones entre sexualidad activa y pasiva, por no hablar de la reprobación del lesbianismo, puede decirse que, como en tantas otras cosas, los romanos eran mucho más modernos de lo que parece.
Tal vez lo más significativo del descubrimiento de Pompeya sea la manera en que han reaccionado ciertos sectores de la opinión pública: no hay más que leer los comentarios al respecto para concluir que la homofobia goza de una mala salud de hierro. Desde insignes tontos sol que se preguntan cómo se puede extrapolar una preferencia sexual del hecho que dos hombres mueran abrazados bajo una tempestad de fuego a godos recalcitrantes que se resisten a la evidencia científica, sospechando que los investigadores han falsificado las pruebas de ADN para socavar desde dos milenios atrás el concepto tradicional de familia. Los pobrecillos recuerdan aquel chiste del mexicano que le dice a otro mexicano que en su pueblo son todos muy machos. “Pues en mi pueblo” responde el aludido, “somos la mitad machos y la mitad hembras, y no vean lo bien que lo pasamos”.
Muy bueno
Pregunto.. No serian primos?. Unas personas en un apocalipsis como fue aquello.. El ser humano busca refugio, u ayuda al más cercano. Los humanos tenemos esas reacciones. El titulo, me chirria un poco!!..
No, no eran primos. El ADN ha demostrado que no hay parentesco entre ambos.
Primero , no puedes referirte a una pareja de homosexuales como maricones.