Juan Goytisolo (Barcelona, 1931 - Marrakech, 2017) descansa ya donde él, desde su interior más profundo, anhelaba: en el cementerio civil de Larache (Marruecos), junto a la tumba de su amigo más querido, Jean Genet, pues, como me comentaba en cierta ocasión el profesor Jesús Vidal, “Juan vino a Tánger, por primera vez a Marruecos, siguiendo los pasos de Genet, y no porque quisiera escapar, como solía explicar, de la miseria intelectual y política que había en España, en los años 60”. “Podía haber vuelto a Francia, dónde vivía desde 1955, pero aquí estaba Genet”, argumentaba Vidal.
Fuera esta u otras razones, Goytisolo, una vez puso el pie a este lado del Estrecho, se enamoró de Marruecos. Quizá encontró aquí el lugar que buscaba para calmar su espíritu inquieto, una especie de “refugio materno” (Juan había perdido a su madre en un bombardeo, en 1938, con tan solo 7 años y eso le marcó) que le ha permitido después mantener una trayectoria, intelectualmente hablando, fecunda y emocionalmente confortable. Trayectoria en la que, lógicamente, cabe de todo como corresponde a cualquier vida humana. Así, Goytisolo minimizaba desde Marrakech –“Me fui de Tánger porque todo el mundo me hablaba en español y yo quería aprender el dariya [lengua dialectal marroquí]”, me dijo una vez, paseando por la ciudad del Estrecho– la contradicción que todo el mundo entendía como tal (salvo en Marruecos): mientras criticaba abiertamente a una España conservadora, de derechas, pero democrática, obviaba hacer cualquier crítica del país en el que se había establecido, aunque la mereciese mucho más.
Mientras criticaba abiertamente a una España conservadora, de derechas, pero democrática, obviaba la crítica al país magrebí, aunque la mereciese mucho más
Y pienso también que el autor de En los reinos de Taifa (memorias) encontró aquí un espacio vital confortable porque, desde su atalaya en la ciudad Ocre, tenía más fácil desplegar con acierto, de eso no hay duda, los que han sido algunos de sus argumentos intelectuales más brillantes como escritor: el primero, su reivindicación del mudejarismo (amalgama de las culturas cristiana, judía y musulmana) como hilo umbilical, rico e imprescindible, que conduce a los españoles desde la Baja Edad media a la España de hoy. El segundo, el rescate de algunos escritores disidentes del siglo XIX que, por luchar contra el conservadurismo político y defender la heterodoxia, tuvieron que exiliarse, como le sucediera al intelectual ilustrado José María Blanco White, al que la cultura oficial siempre calificó de traidor por defender la independencia de las colonias americanas. Blanco White murió en 1814 en su exilio de Londres, a donde había llegado en 1810.
Conocí a Juan Goytisolo en una sala de visitas del Instituto Severo Ochoa de Tánger, donde habíamos quedado citados para una larga entrevista; digo larga porque el objetivo era hacer, con ocho entrevistas más que mantuve con otros tantos intelectuales españoles y marroquíes, un libro en el que, mediante la conversación pausada, los entrevistados aportasen sus reflexiones acerca de las relaciones y tópicos que perviven en estos dos pueblos del Estrecho. Libro que vería luego la luz bajo el título Conversaciones en Tánger, editado por la Fundación Tres Culturas.
Había preparado la entrevista a conciencia, como requería la ocasión. Con profusión de documentos, notas y datos; media docena de folios con preguntas... ¡Y menos mal, porque las agoté todas! Juan Goytisolo no quería hablar, respondía con monosílabos. Probablemente estaba cansado; quizá tuviera algún dolor o, simplemente, venía enfadado... La cuestión es que tuve que arrancarle con gancho las respuestas. Y sólo cuando nos adentramos en uno de sus temas favoritos: la reivindicación del mudejarismo y de autores como Fernando de Rojas (La Celestina) o el Arcipreste de Hita (Libro del buen amor) para desgranar la importancia que estos autores tuvieron para el devenir del futuro cultural español, sólo entonces, Juan Goytisolo se relajó y empezó a explayarse. El autor de Señas de Identidad a partir de ahí soltó lastre y comenzó a responder con profusión de detalles sobre el tema citado, que le ha ocupado gran parte de su vida. La culminación de la entrevista, al final con relajo, avanzó ya con viento favorable. Mí primer encuentro con el autor de Reivindicación del Conde don Julián, concluiría con una guinda y una sorpresa. La guinda la puso él al afirmar que habían hecho más por la buena amistad entre España y Marruecos el Real Madrid y el Barça que todos los gobiernos juntos, de ambos países. La sorpresa fue mía cuando me dijo que no era necesario que le hiciese llegar la entrevista. "No deseo corregir ni matizar nada", añadió. Y en ese momento no supe discernir si su comentario significaba aprobación o rechazo hacia mi trabajo. Más adelante descubrí que Goytisolo era así; que no era su estilo interferir en el oficio de los otros.
La guinda la puso al afirmar que habían hecho más por la buena amistad entre España y Marruecos el Real Madrid y el Barça que todos los gobiernos juntos, de ambos países
Durante los últimos 15 años me he vuelto a ver varias veces con el autor de Juan sin tierra; hemos compartido algún té y paseos; siempre en Tánger. También algunas cenas en la Casa de España, a la que, por cierto, le gustaba acudir, según decía. De Goytisolo siempre me llamó la atención su actitud circunspecta; no sonreía mucho, la verdad. Es cierto que le conocí con 60 años cumplidos y a esa edad uno se vuelve prudente y más reservado. También supongo que tantas batallas vividas reivindicando la justicia, o su experiencia como observador en las guerras de Bosnia, Irak o Chechenia, a las que dedicó tantos esfuerzos en su calidad de escritor e intelectual comprometido, le habían minado, a estas alturas, el ánimo. Efectivamente, creo que el autor de un libro tan representativo de su sentir personal, como es La Chanca, ya no necesitaba, cuando lo conocí, hablar tanto, ni ser tan polemista como parece que fue en su juventud; sin duda, el paso del tiempo le había hecho más sabio.
Cuando Juan Goytisolo comparecía para dar una conferencia o presentar alguno de sus libros –no importaba en qué ciudad de Marruecos– la gente acudía como si se tratase de un divo. Nunca he visto la sala de conferencias del Instituto Cervantes de Tánger tan llena como cuando venía Juan Goytisolo; de hecho, la biblioteca, la más importante que España tiene en el extranjero, lleva su nombre. Su generosidad defendiendo a Marruecos mientras criticaba a la España más rancia y pacata, “entusiasmaba” a los marroquíes. Así que acudían casi en masa a escucharle, incapaces de hacer autocrítica y reflexionar sobre la situación de su propio país, mientras asentían complacidos a los asertos que sobre España emitía el escritor.
Cuando Goytisolo comparecía para dar una conferencia o presentar algún libro –no importaba en qué ciudad fuese – la gente acudía como si se tratase de un divo
Un día, tomando un té con él y su chófer y amigo, que le acompañaba siempre, y el hijo de éste, salió el tema de los premios. Por su condición de disidente perpetuo, escritor fronterizo y ajeno a cualquier movimiento político organizado desde que simpatizara en su juventud, en los primeros años 50, en Francia, con el Frente de Liberación Nacional argelino (FLN), el autor de Homenaje a Cernuda (otro de sus autores fetiche) aseguró despreciar los premios, en general. No tengo ningún interés en comer del pesebre del poder, me vino a decir cuando le comenté que se rumoreaba que él era ese año el candidato más firme a obtener el galardón del Premio Cervantes. Y es que días antes, un director de uno de los institutos Cervantes que hay en Marruecos, me había comentado que, efectivamente, “han sondeado a Juan para ver si aceptaba el Cervantes y este ha rechazado tal posibilidad”, me concretó.
Afortunadamente, todos cambiamos; no somos materia necrosada. Y el original y brillante escritor Goytisolo aceptaría años más tarde –se da la paradoja de que gobernando el PP, él, que era un hombre inequívocamente de izquierdas– el Premio Cervantes del año 2014. Nada que objetar por el premio; al contrario, pienso que fue merecido pues, en mi opinión, es uno de los más importantes autores en lengua española de los últimos cincuenta años.
No tengo ningún interés en comer del pesebre del poder, me vino a decir cuando le comenté que se rumoreaba que él era ese año el candidato más firme a obtener el galardón del Premio Cervantes
He traído a colación está anécdota, no con el afán de criticar al gran literato recientemente fallecido, no, sino para, aprovechando este hecho, ahondar en lo contradictoria y cambiante que es la condición humana. Evolucionamos. Y gracias a ello puedo cerrar este artículo con dos situaciones que dicen mucho del sentir y el pensar singular del autor de Campos de Níjar. La primera la extraigo de la entrevista que le hice para el libro antes citado, aunque él ya se había expresado de este modo en otras ocasiones. Goytisolo solía decir de sí mismo que era “castellano en Cataluña, afrancesado en España, español en Francia, latino en Norteamérica, nasrani en Marruecos y moro en todas partes”. La segunda son las tres frases que pronunció al final de su última conferencia en Tánger, justamente unos días antes de acudir a recoger el Premio Cervantes. Cuando ya se levantaba para irse, alguien le preguntó sobre el revuelo que en ese momento se había organizado en España con la búsqueda infructuosa de los huesos de Miguel de Cervantes. Sin pensárselo, Goytisolo respondió: “Sobre eso irá mi discurso en la entrega del premio. Deberían dejarlo en paz [en referencia a Cervantes]. Esto sólo sirve para enriquecer la burocracia oficial”. Y de un plumazo suprimió el protocolo que exige no desvelar el contenido del discurso a la opinión pública hasta el momento en el que el galardonado lo pronuncie ante los reyes y académicos. Genio y figura, Juan Goytisolo. Y sin duda, un gran defensor de la libertad.
Bonita semblanza, Joaquín Mayordomo.