CINE / Para Hollywood, las películas del Salvaje Oeste se convirtieron en último reducto de la épica

Otros cinco grandes westerns… y uno de pitanza

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Otros cinco grandes westerns. El director John Ford en Monument Valley.
El director estadounidense John Ford en el sobrecogedor Monument Valley, en la frontera entre Arizona y Utah, y escenario de westerns tan emblemáticos de su filmografía como Centauros del desierto, de 1956.

Si en los cuarenta y los cincuenta el western estalló en algunas rutilantes obras maestras (el dream team de la semana pasada podría ser sustituido sin ningún problema por Centauros del desiertoRío RojoCaravana de mujeresIncidente en Ox Bow y Veracruz), en las décadas siguientes el género tomó un sesgo reflexivo y melancólico que anunciaba su propio fin. Desde que el gran patriarca, John Ford, echara la vista atrás, al imponente monumento de su legado, los mejores artífices de Hollywood (más un italiano enamorado del Far West hasta las trancas) contemplaron el western como el último lugar de la épica.

Horizontes de grandeza (1958), de William Wyler.

Tal vez cualquier otro director que no fuese Wyler se hubiese estrellado ante las pretensiones pantagruélicas de esta tragedia patriarcal instalada en el Salvaje Oeste. Todo, absolutamente todo en esta película es desmesurado: el paisaje, el rancho, los personajes, los odios, las pasiones, el argumento, la duración, la grandiosa banda sonora de Jerome Moross. Hay una pelea a puñetazos que dura toda la noche, una cabalgada que se alarga varios días y una rivalidad entre familias que se prolonga durante generaciones. Gregory Peck es un marino recién llegado a un país sin ley, un pisaverde que aguanta las fanfarronadas del capataz, un hombre tranquilo al que no le gusta mostrar su coraje en público. Cuando le preguntan si alguna vez ha visto algo más grande que esas enormes praderas, responde sin inmutarse: “Sí, un par de océanos”.

Otros cinco grandes westerns. Cartel de 'El hombre que mató a Liberty Valance'.
Cartel de 'El hombre que mató a Liberty Valance'.

El hombre que mató a Liberty Valance (1962), de John Ford.

John Ford es el western. Sentó las bases del género desde El caballo de hierro y La diligencia, las llevó a la perfección en sendas cumbres del séptimo arte –Centauros del desierto y Pasión de las fuertes– y cerró su leyenda con la trilogía de la caballería. Puede hacerse un decálogo con los mejores westerns de la historia y el problema sería que más de la mitad serían suyos. Pero, aunque filmó otros después, El hombre que mató a Liberty Valance, los contiene a todos: es la recapitulación, la meditación crepuscular sobre un mundo y una cierta manera de hacer cine. Nadie jamás ha contado una historia con tanta perfección, con un flashback dentro de otro flashback dentro de otro flashback, esa soberana cadencia narrativa en que el humor, la brutalidad, la ironía, la melancolía, el drama, la injusticia y la violencia tienen el tono de una balada. El periodismo, la pedagogía, la ley, el amor y la política: Ford tiene la virtud de trenzar todas las líneas en una rosa del desierto que debió haberse marchitado décadas atrás y que renace sobre un ataúd de diez dólares.

Los profesionales (1966), de Richard Brooks.

Basado en una novela de Frank O’Rourke, Brooks escribió un guión trufado de tantas frases geniales que casi hace olvidar la astucia del argumento, el brío de la dirección y el brillo de un reparto insuperable: Lee Marvin, Burt Lancaster, Claudia Cardinale, Ralph Bellamy, Robert Ryan, Woody Strode, Jack Palance. Cuatro especialistas que se dirigen a rescatar a una mujer en manos de un revolucionario y que descubren, como advirtió Carlos Fuentes, que la frontera entre México y Estados Unidos es una cicatriz donde cada uno encuentra su destino.

- «No piensas en otra cosa que no sean mujeres, whisky y oro de catorce quilates».
- «Amigo, acabas de escribir mi epitafio».


Hasta que llegó su hora, del italiano Sergio Leone. / Películas de YouTube

Hasta que llegó su hora (1968), de Sergio Leone.

Con tres westerns a sus espaldas, Leone había desmenuzado y reinventado el género entre guiños a Kurosawa, un cinismo atroz, diálogos lacónicos y tramas quintaesenciadas. También lo trasplantó a Almería con la ayuda de Clint Eastwood y de Ennio Morricone. Esta vez, tras los títulos de crédito más largos y majestuosos del cine, Leone anunciaba un homenaje al Oeste americano como nadie había hecho jamás y nadie iba a repetir nunca, pero también insistía en una exasperante lentitud que dotaba a la acción de una intensidad alucinante. Consiguió que Henry Fonda prestara sus increíbles ojos azules a un asesino sin escrúpulos y, en el duelo final, los enfrentó a las pupilas minerales de Charles Bronson ahondando en unos rostros monumentales como las catedrales de Monument Valley. De esta película puede decirse lo que dijo Borges de La Eneida: Leone se propuso una obra maestra y curiosamente la logró, ya que las obras maestras suelen ser obras del azar o de la negligencia.

Otros cinco grandes westerns. Cartel del film 'Grupo Salvaje'.
Cartel del film 'Grupo Salvaje', de Sam Peckinpah.

Grupo salvaje (1969), de Sam Peckinpah.

Peckinpah, el poeta de la violencia, se pasó toda la vida intentando dirigir la carga suicida de la Brigada Ligera. Ensayó de niño, jugando con los amigos de su barrio, hasta lograr que cuatro bandidos venidos a menos encarnaran una crucifixión brutal e irrepetible. Desde el tiroteo de la obertura, simbolizado por el martirio de un escorpión a manos de unos niños, hasta el prodigioso paroxismo de plomo del final, todo en esta cinta maravillosa destila amistad viril, luz crepuscular, camaradería en crudo y una irrefrenable nostalgia de la infancia. Como dice Pike Bishop en la voz de William Holden: “Todos soñamos con volver a la niñez. Aun los peores de nosotros. Quizá sobre todo los peores”.

Sin perdón (1992), de Clint Eastwood.

Y de propina, el clásico indiscutible del género en las últimas cuatro décadas. Más allá de los intentos de Peckinpah (Pat Garrett y Billy el niño), Huston (El juez de la horca) o Penn (Pequeño gran hombre) por revitalizar a base de ironía y mala leche el western en los setenta; más allá de la decadencia que todavía brilló con algunos destellos en Silverado o El jinete pálido (curioso remake fantasmal de Raíces profundas), fue el propio Eastwood, que alcanzó fama mundial como el Hombre Sin Nombre en la trilogía de Leone, el que labró el epitafio definitivo con esta obra maestra. Eastwood guardó durante diez años el extraordinario guión de David Webb Peoples para encarnar con verosimilitud la decadencia de su propia leyenda. Viejos pistoleros sin rumbo, niñatos miopes con ansias de sangre, mujeres encallecidas y periodistas lameculos forman el telón de fondo de esta sangrienta fábula que se desencadena por un motivo ridículo: una puta que se ríe de un cliente porque la tiene muy pequeña. Little Bill (incomparable Gene Hackman) refuta toda la mitología de los duelos a revólver en un parlamento magistral y William Munny lo recupera con una masacre y una escopeta. El final entre la lluvia, la oscuridad de la noche y la botella vacía en mitad del barro, es algo así como la antimateria del western.


Tráiler de la película 'Sin perdón', de Clint Eastwood. / THE WILD BUNCH WESTERN (YouTube)

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