Hace 30 años sonaba en la radio la canción de Mecano Mujer contra mujer. Fue valiente, hablaba de lo que hacían dos lesbianas “debajo del mantel”. Estamos hablando del año 88 y España todavía se desperezaba de décadas de fascismo, machismo, homofobia (que todavía era rampante) y el mangoneo de la Iglesia. No era nuevo. ¿Cuándo, en nuestra larga historia, la Iglesia no se ha entrometido en todo, no ha rapiñando, reprimido y hasta asesinado?
Ver en el documental Pero que todos sepan que no he muerto, de Andrea Weiss, fragmentos de los cortos documentales de The March of Time, con curillas fascistas dando misa obligatoria a presos republicanos hace que a uno se le revuelva el estómago. Entre el material de archivo también vemos al “campechano” en un desfile militar, sonriente junto al dictador fascista.
Este documental se atreve a recordar que nos rodean la desvergüenza y la infamia por todas partes. Y es durísimo ver imágenes de fosas comunes, los cráneos con tiros en la nuca, de gente que fue torturada, maniatada con cables, que se meó o se lo hizo encima segundos antes del tiro de gracia. Es desolador saber que en mi país se hizo eso y que no se ha reparado, y que todavía se ríen de los desaparecidos muchos herederos, hijos y nietos de los golpistas.
«Bien lo escribió Lorca,
el primer muerto LGTB y uno de los grandes protagonistas del documental:
“Un muerto en España está más muerto que en cualquier otro lugar del mundo”. Y él fue el más famoso»
Bien lo escribió Lorca, el primer muerto LGTB y uno de los grandes protagonistas del documental: “Un muerto en España está más muerto que en cualquier otro lugar del mundo”. Y él fue el más famoso, pero luego estaban los otros, los anónimos, a los que se les aplicaba la Ley de vagos y maleantes y que más tarde se llamó Ley de peligrosidad social. Los llamados “prisioneros sociales” eran encarcelados junto a asesinos y violadores. Y todo sospechoso de ser bujarra o mariposa era detenido sin abogado y torturado en los calabozos. Los franquistas llegaron hasta aplicar “terapias de aversión”, que era como la tortura de La naranja mecánica pero aplicando descargas eléctricas cada vez que en la pantalla aparecía un tío en pelotas.
La mujer a la que le gustaba otra mujer fue invisibilizada durante mucho más que los 40 años que duró la dictadura. Como cuenta el documental, ellas no sufrieron cárcel y torturas físicas, pero sí ser invisibles. A los fascistas no se les pasaba por la cabeza lo del lesbianismo y estaban más centrados en los “invertidos”. Eran tan cortos los fachas que separaban las playas en zonas de hombres y de mujeres. ¡Menudo paraíso para las chicas que buscaban chicas! Ellas, para reconocerse, se preguntaban: “¿Tú eres librera?”. O la pregunta más conocida: “¿Tú entiendes?”.
Pero el régimen no reprimió en solitario, fue todo un país el que insultó, pisoteó y se burló de los gays. En algunos casos hasta los asesinó. Granada, sin ir más lejos, tiene una vergonzosa historia reciente: allí delataron a Lorca. Fueron los Rosales, falangistas de alto rango.
España fue un país espantoso en el que las madres denuciaban a sus hijos a la policía por ser gays. Hijos que eran encarcelados, torturados y violados en los calabozos. “Haz lo que quieras con ese maricón”. Un país espantoso en el que ese maricón no podía volver a trabajar en la pastelería donde curraba ni en ningún sitio porque la policía y medio pueblo pregonaba que era homosexual. Un país que le obligaba a ser un indigente, un desterrado, un paria o finalmente un chapero.
«España es ese país cuyo presidente se jacta de no dar un duro para recuperar a los 120.000 enterrados en las cunetas, pero financia con dinero público el mausoleo del dictador fascista que amparó su asesinato»
Pero no solo “fue”. España ES un país espantoso: hay unos 120.000 españoles enterrados en las cunetas. Solo Camboya nos supera en este holocausto, en estos crímenes de lesa humanidad. Estamos hablando de un espantoso país en el que su presidente se enorgullece y saca pecho por no dar un euro para la memoria histórica, por todos los asesinados. Estamos hablando de un país en el que se conocen fosas en todo su territorio excepto en Ibiza y Menorca.
España es el único y espantoso país de la Unión Europea que financia con dinero público el mausoleo de un dictador fascista, un asesino de masas. Un mausoleo que debería ser un lugar de visita para recordar la vergüenza pero en el que la citada Iglesia todavía mangonea y al que peregrinan ultras de todo el país.
Desgraciadamente, trabajos como Pero que todos sepan que no he muerto nos recuerdan lo vergonzoso que es ser español.
El plan B:
Richard Linklater, un señor habitualmente adorado por la crítica, regresa con La última bandera. La cosa va sobre la guerra de Irak y de un padre que debe enterrar a su hijo muerto en esa guerra. Es una especie de remake de El último deber pero que no tiene a Jack Nicholson (Bryan Cranston lo intenta, pero ya quisiera), ni la sutileza del director Hal Hashby. Interesante, pero olvidable.