CINE / cuartopoder deja de publicar la crítica semanal de cine a partir de abril

Crítico de cine, un oficio en extinción  

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James Coburn.
El actor estadounidense James Coburn.

De niño, para mí, ser crítico de cine era el mejor oficio del mundo. Sí, era un monstruito, pero imaginen: te pagan por ver películas y a veces acudes a festivales celebrados en idílicas ciudades costeras y con el hotel pagado. Esto, claro, es la imagen frívola del oficio, porque ser crítico es mucho más que eso. Es haber visto antes muchísimo cine, leído mucho sobre él y, a ser posible, tener titulaciones serias (no en plan Cristina Cifuentes) que avalen entrar en el gremio, aunque a mí no me han pedido en la vida ninguno de los diplomas que cogen polvo en casa. También ayuda saber escribir y que se te entienda. Y no lo digo en plan broma, porque hay cada uno por ahí, suelto y sin medicación, que asusta.

La primera estupidez que va asociada a la imagen más estereotipada del crítico de cine es que se dedica a destruir el costoso trabajo de grandes artistas. Lo he leído estos últimos años en cuartopoder.es y en otros medios en los que he trabajado. Para empezar, toda obra que se exhibe en una pantalla es pública y, por lo tanto, debe atenerse a la opinión del espectador. Y el crítico es un espectador. Sí, es de perogrullo, pero muchos todavía no lo pillan. Lo de destruir es una mamarrachada, porque el crítico puede ser también muy constructivo ante una gran película, recomendarla en su estreno, destacarla entre la saturadísima agenda cultural. Sin buenos críticos el gran cine de los sesenta y setenta es impensable.

Otra de las imbecilidades habituales para desacreditar a un crítico es que es un director frustrado. Es una memez, pero muy extendida. Ser espectador y analista de la obra ajena, saber encontrar su valor o lo contrario (su falsedad, su mediocridad o su descarado mercantilismo) no tiene nada que ver con rodar una película. Una gilipollez que se lee mucho en los comentarios de las críticas es “pues ponte tú a rodar, a ver qué te sale”. Sobra valorar semejante exabrupto.

Desgraciadamente, hace mucho que no vivimos en los sesenta o los setenta y la crítica de cine ya no tiene poder ni influencia alguna. Pregunten a cualquiera por Pauline Kael, André Bazin, Andrew Sarris o Roger Ebert y verán qué risas. Desgraciadamente, vivimos en un mercado global en el que las grandes distribuidoras ya no entrecomillan en sus carteles a los crítico, sino a tuiteros que alaban sin sonrojo sus bodrios. La crítica ha sido sustituida por youtubers, influencers, blogueros y tuiteros que no tiene ni puñetera idea de cine, pero poco importa. Un ejemplo: el duopolio español (Atresmedia y Telecinco) no descansa y sigue estrenando toneladas de bazofia respaldada por el público, muy taquillera. ¿Qué pinta ahí la crítica? Nada.

¿Y el cine pequeño pero bueno, el independiente, el bien escrito y rodado, el honesto, el que está hecho con valor y corazón? Poco importa ya. Puedes defenderlo, intentar que la gente lo apoye y lo recomiende, pero no sucede nada parecido. Ese cine sin padrinos poderosos se muere de asco y no dura ni dos semanas en cartel. Hoy, fenómenos históricos como los estrenos de las humildes Opera Prima o Arrebato son impensables.

Y los que se dedican al cine en los medios están acostumbrados a pelotear a los que hacen cine. La razón es sencilla: necesitan contenidos para rellenar miles de páginas y cientos de horas de programas. Entrevistas con actores, directores, sesiones de fotos, asistencia a estrenos, reportajes con material de la distribuidora... Es muy habitual el peloteo mutuo, la complacencia, la complicidad. Los medios viven del cine y el cine de los medios, es un matrimonio con sus roces, pero bien avenido. Y muchas veces los medios forman parte de un grupo mediático que invierte en cine, así que imaginen. ¿Qué puede decir Días de cine sobre una mala película de TVE o el informativo de Telecinco sobre uno de los bodrios de la casa?

Pero lo peor de todo es que falla lo más importante: las películas. Cada año son peores. La lista de las nominadas a los Oscar es de llorar, lo que premian los festivales insultante y la crítica entregada al cine más pueril e inane (o pretencioso y vacío) deprimente. La crítica honesta ya no importa, como ya no interesa el buen cine, arrasado por las plataformas televisivas y un nuevo tipo de espectador que huye de las salas, mientras se baja por la cara el último estreno de Hollywood.

Quizás sea el momento de dejar de hablar de tantas películas que no lo merecen. Ya lo dijo hace años el crítico del New York Times David Thomson, al que ya cité en estas páginas: “Están apareciendo demasiadas películas que no merecen el espacio que consumiría escribir sobre ellas, y no digamos el esfuerzo. Que desafían cualquier respuesta crítica o indagación verbal. Que están más allá del análisis”.

En este diario desaparece la crítica cinematográfica. Echaré de menos ironizar con ustedes y darle al sarcasmo, pero, como dijo Thomson, la gran mayoría de las películas no merecen ni el espacio ni el esfuerzo que les dedicamos. Pero no me despido, el cine seguirá en cuartopoder.es y publicaremos buenos textos sobre tan noble arte. Espero que sigan disfrutándolos. ¿Y la crítica? Pues al baúl de los recuerdos, como hacía Chicho Ibáñez Serrador en el cierre de cada 1, 2, 3. Un baúl con un clavo suelto, nunca cerrado del todo. ¿Recuerdan?

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