CINE / Homenaje al mítico guionista una década después de su muerte

10 años sin Azcona

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El director José Luis Cuerda en el homenaje que el cine le ha rendido a Rafael Azcona.
El director José Luis Cuerda en el homenaje que el cine le ha rendido a Rafael Azcona. / I.R.RAFAEL

España es un país absurdo, patético, grotesco y cruel, un país plagado de corruptos, mentirosos, jetas, estafadores, trepas, arribistas... por eso Rafael Azcona era su guionista ideal. Por eso fue el mejor guionista que ha dado este chirigotero país.

La gente del cine se acordó de él y organizaron en la Academia 'En recuerdo de Azcona', encuentro en memoria de los 10 años que han pasado desde su muerte. Acudieron al acto representantes de la oficialidad peliculera. Entre otros, los hermanos Trueba, José Luis García Sánchez, Carlos Saura, Antonio Giménez Rico, Juan Diego, Pedro Olea, Manuel Vicent y José Luis Cuerda, que dijo que cuando le preguntan cuál es su película favorita dice El apartamento de Billy Wilder, y Plácido de Berlanga, con guión de Azcona”.

El homenaje sirvió también para presentar el libro Viaje a una sala de fiestas y otros escritos dispersos (1952-1959), publicado por la editorial Pepitas de Calabaza. El tomo es una recopilación de más de medio centenar de textos de Azcona publicados en los años 50 en los diarios 'Pueblo' y 'Arriba' y en la revista de decoración 'Vida y Hogar'. Y es que antes de ser reconocido, Azcona escribió mucho y de forma mal pagada. Nunca pasó hambre, pero tuvo periodos de vida en los que las pasó canutas. En los primeros años en Madrid celebraba un ingreso en el banco desayunando tres huevos fritos con chorizo. Escribir en España es eso, pasarlas putas.

Pero Azcona tuvo mucha suerte porque no paró de currar nunca, algo rarísimo en el mundo del cine, un absoluto privilegio. Desde el comienzo de su carrera hasta su muerte raro era el año en el que no estrenaba película. Azcona le dio sin parar a la tecla pero también se pasó años “haciendo pared”, buscando la inspiración en sus cafés preferidos. Así lo recordó Pedro Olea: “Trabajaba con Rafael en cafeterías. Hablábamos de las noticias, de lo que veíamos, y de vez en cuando de la película. Después se encerraba y en una semana tenía la estructura y los diálogos”.

Azcona fue el mejor guionista que ha tenido este país primero porque fue un genio y segundo porque su vasta producción fue una rareza ya que en España no se tiene respeto al guionista y generalmente son los propios directores quienes perpetran los guiones. Los hitos académicos de Azcona son esa obra maestra llamada Plácido, nominada al Óscar a la mejor película de habla no inglesa (le arrebató el premio Ingmar Bergman con Como en un espejo) y Belle Époque, ganadora del Oscar.

En los Goya Azcona logró doce nominaciones en las categorías a Mejor guión original y Mejor guión adaptado y seis premios Goya por El bosque animado, ¡Ay, Carmela!, Belle Époque, Tirano Banderas, La lengua de las mariposas y Los girasoles ciegos.

Su carrera empezó con un guión basado en una novela suya, El pisito. La película no puede ser más actual: la única manera que tenía un obrero de tener un piso era casarse con una anciana para heredarlo. El guión lo firmó con Marco Ferreri, que fue su maestro en la escritura para el cine y con el que hizo después El cohecito, también basada en una novela suya. Algo curioso es que Azcona no volvió a la novela y por pura vagancia, le resultaban más cómodos y fáciles los guiones. Otras novelas suyas son Vida del repelente niño Vicente, Los ilusos, Pobre, paralítico y muerto y Los europeos.

Su primera obra cumbre llega muy pronto. Tras conocer a Berlanga escribe con él la inmensa Plácido, basada en una campaña franquista real. Aunque parece una coña inventada por Azcona, el famoso “Ponga un pobre en su mesa” fue real, existió. Otra vez esa España absurda, patética, grotesca y cruel.

Solo dos años después Azcona firma su segunda obra maestra incontestable: El verdugo, que se presentó en el Festival de Venecia y justo cuando Franco acababa de ordenar el fusilamiento del comunista Julián Grimau y la ejecución de los anarquistas Francisco Granado y Joaquín Delgado. Y por garrote vil. De hecho, Franco era entonces conocido en todo el mundo como “El verdugo”.

Diego Galán recordó que “la idea de la película le surgió a Berlanga a través de la imagen que le había transmitido un amigo abogado cuando le contó su experiencia en una ejecución: un grupo de personas había conducido a rastras a la víctima, una mujer que se resistía, mientras que otro grupo lo había hecho igualmente con el verdugo, al que incluso hubo que inyectar un sedante y prácticamente arrastrar hasta el lugar de la ejecución”.

El diálogo final El verdugo es brutal: Verdugo joven: “¡No lo haré más, no lo haré más!”. Verdugo viejo: “Eso dije yo la primera vez”. Los finales felices, por cierto, le ponían enfermo a Azcona: “Qué estupidez esa del final feliz como garantía del taquillazo. ¿Lo tiene Romeo y Julieta?”.

Tras estos hitos, Azcona no sabe superarse y mezcla mucho cine de encargo en Italia y películas alimenticias de Pedro Masó con sus trabajos con Berlanga (que tampoco es capaz de superarse) y Saura (un cine glacial y onanista que se pasea por muchos festivales).

Lo peor tras su época dorada: El divorcio que viene, La corte del faraón, Moros y cristianos, Sangre y arena, Tranvía a la Malvarrosa y Son de mar.

Lo mejor tras su época dorada: ¡Vivan los novios!, La escopeta nacional, El bosque animado, ¡Ay, Carmela! y La lengua de las mariposas.

Tristemente, nada ha cambiado desde que se fue Azcona. El guionista en España sigue siendo ninguneado y el trabajo de guión, el más importante en una película, minusvalorado y mangoneado. “El guionista es la puta del cine”. Lo dijo el maestro.

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