Lea Vélez publica La olivetti, la espía y el loro, una bella evocación de Encuentros con las letras, el mejor programa cultural de RTVE

Los sorprendentes recursos de la memoria

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Lea Vélez (Madrid, 1970) , hija de Carlos Vélez, director del mejor programa cultural que de lejos se ha hecho en RTVE, Encuentros con las letras, y de María Luisa Martín, vinculada con el ente, como se decía antes, y con la que colaboré en el programa Autorretrato, de José Luís Jover y Pablo Lizcano, es una escritora dotada de cierta buena fortuna: une una pasión desenfrenada por los libros y todo aquello que los rodea con un talento indudable para la escritura. Vélez es, además, guionista de televisión, sus aportaciones han sido nada menos para series de éxito como La verdad de Laura y Luna Negra, porque, de nuevo, amaba desde pequeña apasionadamente el cine. La música es su tercera pasión, ésta con un cariz más underground pues se pasó alguna temporada recorriendo los pubs irlandeses que pululan por el barrio de Malasaña madrileño versionando a Bob Dylan o a Fleetwood Mac, aunque desde 2011 compone temas propios, que hace conocer a sus amigos de Brighton, de esa ciudad era su marido. Y, last but not least, su lado de madre, que tiene que ver mucho con su mejor lado literario.

Y como persona de vérsatiles intereses, en esto se muestra con evolución clásica, comenzó su andadura literaria con pasos trémulos: publicó su primera novela, El desván, en colaboración con una amiga, Susana Prieto, que era compañera en su trabajo de guionista: el resultado fue un libro inteligente, escrito con conocimiento de la cocina y gracias a ello el libro alcanzó las cinco ediciones, cosa que anima sobremanera en una primera novela. Quizá por ello quiso repetir experiencia, y en 2006, publicó La esfera de Ababol, con Susana Prieto, y dos años más tarde, también con Prieto, Tiza, que es una sátira sobre los principios de la educación, cosa que obsesiona a Vélez pues en El jardín de la memoria, que creo es su mejor libro por ahora, y en Nuestra casa en el árbol, evoca una estancia en el citado pueblo inglés, otorgando a la memoria de su marido muerto una sentida elegía donde se aúna ese tono emotivo con la determinación de educar a sus propios hijos sin interferencias de los poderes fácticos. En este sentido, la lectura de aquella novela me recordó las experiencias de Bertrand Russell en Summerhill o los textos que sobre la educación escribió Michel Foucault.

Luego de esas primeras excursiones literarias, Vélez halló su propia voz como narradora, y escribió La cirujana de Palma. Pero fue con la ya citada El jardín de la memoria y en Nuestra casa en el árbol donde la escritora ha logrado su mejor tono, ya digo, esa mezcla de autobiografía donde se junta la determinación más coherente con la persistencia de la memoria, que es tema recurrente en su obra y, desde luego, la característica que mejor la define.

Persistencia de la memoria... Lea Vélez acaba de publicar un libro emotivo, La olivetti, la espía y el loro (Sílex Ediciones) donde evoca a su padre, Carlos Vélez, mediante un recurso muy inteligente y que en definitiva mejor define la trayectoria de su progenitor: durante una mudanza, Vélez descubre en la bodega de su casa varias cajas que llevan ahí desde los años setenta, que es cuando se rodaron los programas de Encuentros con las Letras. Se trata de material de ese programa, por lo que a Lea Vélez no se ocurre otra cosa que dar testimonio de aquellos años, los de la extinta UCD, los años en que RTVE fue más libre, los años en que se emitieron los programas de Encuentros con las Letras, donde colaboraron gentes como Fernando Sánchez Dragó, Andrés Trapiello, Miguel Bilbatúa, José Luís Jover, Daniel Sueiro, Jesús Torbado, también Fernando Gómez Redondo y Paloma Chamorro, que venían de Galería y que, más tarde, en el caso de Chamorro, realizó La Edad de Oro, un programa que dio a conocer lo más granado de la Movida madrileña, por ahí andaba un demasiado expectante Pedro Almodóvar, por lo que los maldicientes bautizaron a la cosa como “La Edad del Morro” y en el se entrevistaron a figuras como Italo Calvino, José Larrea, Camilo José Cela, Jorge Luís Borges, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Susan Sontag, Marguerite Duras, Susan Sontag. Montserrat Roig...

Irrepetible. Pero el libro de Lea Vélez va más allá pues es un recordatorio de cómo se sacrifican por intereses políticos y prejuicios variopintos a gentes que, como su padre, hicieron programas de calidad en el ente. Carlos Vélez fue víctima de la España cainita: viniendo de Falange, como Rafael Conte, donde colaboraron juntos en Acento , la revista de la FUE que quiso ser un puente cultural con el exilio y donde Manuel Fraga Iribarne ejerció de censor según el aire le diese de cara o no, y a pesar de tener amigos en el PCE, caso de Esther Benítez e Isaac Montero, fue preterido tanto por las derechas, que le consideraban un traidor, como por la izquierda, que desconfiaba de su pasado fascista.

La parte más emotiva y justa del libro. Lo dejamos aquí... con suspense.

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