Premio Princesa de Asturias de las Artes

Asturias vuelve a unir a Scorsese con Coppola

0

Tuve la suerte de conocer y escuchar a Francis Ford Coppola en 2015. Cuando recibió el Premio Princesa de Asturias de las Artes en el Teatro Campoamor, el hombre que se enfrentó a los gigantes del viejo Hollywood dijo: “Puede que un día el cine pueda realizar milagros, pero por ahora me presento más como Sancho que como Don Quijote”. Martin Scorsese, amigo y apadrinado de Coppola, recogerá el testigo en Asturias.

La figura de Coppola es fundamental en la carrera del director de Taxi Driver. En la noche de los Oscar de 2007 aparecieron en el escenario tres figuras del cine norteamericano: George Lucas, Steven Spielberg y Francis Ford Coppola. Abrieron el sobre y leyeron el ganador: Martin Scorsese. Toda la platea se puso en pie. Ese no era un Oscar por una película (Infiltrados), sino a toda una carrera, a toda una vida dedicada al cine. Con el Oscar en la mano, Scorsese miró a Spielberg y dijo de coña: “¿Puedes comprobar el sobre?” No se podría creer que tenía en sus manos el Oscar tras ser nominado y despreciado con películas como Taxi Driver, Toro salvaje, Uno de los nuestros o La edad de la inocencia. Tardaron veintiséis años en premiarlo.

Otros premios le trataron mejor. Por ejemplo los Globos de Oro (cuatro como Mejor Director y 11 nominaciones), los BAFTA (tres premios y otras 11 nominaciones), Cannes (Palma de Oro por Taxi Driver y Mejor Director por ¡Jo, qué noche!) o Venecia (León de Plata al Mejor Director por Uno de los nuestros y Premio Honorífico). Tiene hasta un Emmy como director por su piloto de Boardwalk Empire.

Scorsese nace en el seno de una familia católica. De hecho, llega a pensar seriamente en hacerse sacerdote, pero finalmente concluye que la Iglesia es un negocio y cambia el púlpito por la pantalla en blanco. Gran decisión para los que amamos el cine y somos ateos. Eso sí: la religión siempre ha estado presente en su cine, centrado en el tema de la redención. Todas sus películas hablan de ella.

Con abuelos de Palermo y madre costurera (fantástica señora que, como en el caso de Almodóvar, apareció en muchas de sus películas), Scorsese es hijo del baby boom y de la llegada de la televisión a todas las casas norteamericanas, igual que Coppola. Como él, también de familia italoamericana (igual que De Palma, otro de la pandilla que fue quien le presentó a un tal Rober De Niro), el pequeño Martin fue un niño enfermo. Mientras Coppola sufrió la poleo, Scorsese fue asmático. Jugaba poco en la calle y sus hermanos y padres solo lo sacaban de casa para llevarlo a misa y a las sesiones dobles de cine. Y ahí llego, claro, el arrebato, como les pasó a sus colegas.

Scorsese, ese hombre de pobladas cejas que rueda, monta y habla como una ametralladora, es una Turmix de cines que parecen imposibles de mezclar, como el de romanos, la Nueva Ola francesa, el cine neorrealista y el de Fuller, Bergman, Fellini, Kurosawa, Powell o Pressburger. Una mezcla también muy coppoliana. De hecho, gracias a su amistad los dos han conocido a los grandes juntos.

Scorsese y Coppola se conocieron en la Italia de sus ancestros, en el American Film Festival de Sorrento. Desde aquel encuentro fueron amigos y dos años después Francis era el primero de su generación en tocar el cielo: El Padrino se convertía en un bombazo de taquilla mundial. Gracias a las ganancias que le reportó esta película, Francis se construyó una fabulosa sala de proyección en la que veía películas con su amigo Martin. Se las mandaban del Pacific Film Archive.

Sorprendió Martin con un absurdo corto titulado The Big Shave, en el que un tipo se destrozaba afeitándose. Tenía 25 años y se supone que quería hacer una metáfora de la carnicería del Vietnam que Coppola tan bien trató años después en Apocalypse Now. Luego llegó su primer largo, Who's That Knocking at My Door. Lo hizo con un chaval llamado Harvey Keitel y su montadora para toda la vida: Thelma Schoonmaker.

Ya en los setenta, tras currar como asistente de dirección y montador del documental Woodstock, Scorsese se embarcó en otro documental llamado Street Scenes y conoció al gran John Cassavetes, que le ayudó a pulir su trabajo, sobre todo en la dirección de actores. También le dio un consejo: “Haz películas tuyas, nunca encargos”.

Scorsese, como Coppola, es quien es agracias a Roger Corman, productor de cine de Serie B. Los dos tienen una carrera gracias a él y en especial a Paul Rapp, productor asociado de Corman, que pidió a Scorsese el encargo de rodar Boxcar Bertha. Su siguiente proyecto, Malas calles, se atascaba. Scorsese le mandó el guión a Francis y este se lo pasó a Al Pacino, pero no supo nada más del tema, silencio total. Tras reunir el dinero para su modesta producción, Malas calles mostró al verdadero Scorsese: su violencia descarnada, sus matones, sus improvisaciones, su impresionante uso de la cámara, su frenético montaje y su fabuloso uso de los temas musicales. Críticos como Pauline Kael, gran defensora también de Coppola, vieron que ahí había cine por todas partes.

Pero la película no tuvo una gran taquilla y había que comer y seguir haciéndose un nombre en la industria. La actriz Ellen Burstyn conocía a Coppola por haber trabajado a las órdenes de dos de sus amigos: Peter Bogdanovich en La última película y William Friedkin en El exorcista. Cenando, una noche Burstyn le comentó a Coppola que había leído un guión que le entusiasmaba y buscaba un director joven y con talento. Francis le habló de su amigo Martin y le aconsejó ver Malas calles. Así lo hizo y al día siguiente Burstyn lo llamaba para dirigir Alicia ya no vive aquí, tras la que por fin llegó su primera obra maestra: Taxi Driver.

Imagen de la película Taxi Driver con el protagonista, Robert de Niro. / Taxi Driver (Facebook)
Imagen de la película Taxi Driver con el protagonista, Robert de Niro. / Taxi Driver (Facebook)

Pero cuando se suponía que por fin había llegado a lo más alto y tras ganar nada menos que la Palma de Oro de Cannes, Scorsese se la pegó con el musical New York, New York, cuyo tema musical se hizo mundialmente conocido gracias a Frank Sinatra. Y aquí Scorsese vuelve a coincidir con Coppola, que en esa época también se arruina con su musical Corazonada.

Maldito en Hollywood y adicto a la cocaína, Scorsese rodó el inconmensurable documental musical El último vals y se despidió así de sus locos y drogadictos años setenta. Sintiéndose acabado, aceptó rodar por encargo Toro salvaje, un viejo sueño de su amigo De Niro. La película no logró una gran taquilla, pero le brindó al actor su segundo Oscar tras el conseguido por El padrino II, de Coppola. Con De Niro regresó Scorsese con el fracaso de taquilla El rey de la comedia, humor negro que volvió a repetir en ¡Jo qué noche!, una película que no le gustó a Francis. Al leer el guión le dijo a Martin que no se creía el personaje principal, no se tragaba que el tipo tuviese tan poca iniciativa.

Los ochenta siguieron con El color del dinero, La última tentación de Cristo e Historias de Nueva York, película de episodios concebida por Woody Allen. Su idea era rodar una película de tres episodios al estilo Boccaccio 70 (de De Sica, Fellini, Monicelli y Visconti). De uno se encargaría él y de los otros dos Scorsese y Spielberg. Pero este último declinó la invitación y entonces entró Coppola, que al año siguiente rodaba El padrino III, por la que fue nominado al Oscar el mismo año que fue nominado Scorsese con su segunda obra maestra: Uno de los nuestros. Ese año los dos fueron derrotados por Bailando con lobos. Un auténtico escándalo.

A continuación Scorsese volvió a olvidarse del consejo de Cassavetes y rodó una loca película que le encargó Spielberg llamada El cabo del miedo y otra vez con De Niro, con el que regresó a la mafia con Casino, otra obra maestra. También de esta década es la fabulosa La edad de la inocencia y Kundun. Cerró los noventa con Al límite, un intento de hacer otra vez Taxi Driver pero que resultó ser una película fallida, histérica.

En los 2000 llegó su decadencia al conocer a DiCaprio, un histrión. Con él rodó irregulares películas (Gangs of New York, El aviador, Infiltrados, Shutter Island y El lobo de Wall Street) a las que se sumaron Hugo y Silencio, también olvidables. Estamos a la espera de ver The Irishman, nada menos que con De Niro, Pacino y Pesci. Salga lo que salga, siempre será un Scorsese, que bien merecido tiene, como su amigo Francis, este nuevo reconocimiento.

Leave A Reply