El arte de la memoria de Juancho Armas Marcelo

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La rentrée literaria se abre este año, entre otros títulos, con un libro esperado hace tiempo, el primer tomo de las memorias del escritor Juan Jesús Armas Marcelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1946), donde bajo el significativo título de Ni para el amor ni para el olvido, editado por Renacimiento, se da cuenta de una década significativa en la biografía de este escritor, la de los setenta, cuando después de un arresto domiciliario, decide irse, estamos en el 72, a Barcelona y allí conocerá a Carlos Barral, a Carmen Balcells, a la mayoría de los escritores latinoamericanos que recalaban por aquel entonces en la capital catalana, de Vargas Llosa a Bryce Echenique y donde pasará cierto tiempo gozando de lo que denomina en el libro “el esplendor de la libertad” que le otorga la ciudad.

Ni que decir tiene que en ese ejercicio de memoria hay algo más que el goce de la libertad: a posteriori el haber asistido a aquel momento tan especial de la cultura literaria que se gestaba en Barcelona te ofrece el ser testigo, tener el raro privilegio, de ser partícipe único de aquellos años. Ni que decir tiene que Juancho Armas siempre recuerda aquel tiempo con la emoción del que se sabe deudor de sus maestros. Y Barral fue uno de ellos. También Mario Vargas Llosa.

El libro, que ha comenzado con aspectos esenciales, da cuenta, luego, de un inventario intelectual y sentimental: sus comienzos en el mundillo literario canario, que le asfixia, y que hace que después de algunos dimes y diretes, decida establecerse , con carácter definitivo, en Madrid en el 78. Fue al año siguiente, cuando Armas, junto a Pepe Esteban, dirija el I Congreso de Escritores en Lengua Española en Canarias, un congreso que ha pasado ya a los anales de la historia de la literatura en español de la segunda mitad del pasado siglo. No era para menos: estaban todos... o casi todos. Desde Vargas Llosa a Juan Rulfo, de Juan Carlos Onetti a Arturo Azuela, de Jorge Edwards a Luis Goytisolo, Alfredo Bryce Echenique y Ernesto Sábato... con un acto inaugural que abrió el presidente de la RAE, Dámaso Alonso y con la asistencia de Clavero Arévalo, el entonces Ministro de Cultura. Hubo también ausencias de última hora, como la de Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Octavio Paz, que se disculparon por motivos de agenda. La delegación cubana, que no quiso asistir, ni siquiera se justificó.

Juancho Armas Marcelo nos habla de ese I Congreso con ánimo denodado y objetivo. Me explico, denodado en lo que tiene de reivindicación de la pasión literaria, objetivo porque después de pasados tantos años ese I Congreso dejó huella a pesar de las ausencias y de las inevitables miserias que muchos suponen consustancial al mundillo literario cuando es propio de nuestra condición. A este respecto recuerdo una comida con Mario Vargas Llosa de las que Fernando R. Lafuente organizaba bajo los auspcios de ABC en la que muchos se refirieron en términos despectivos respecto a la pomada literaria. A lo que Vargas Llosa respondió que comparada con la que se masticaba en la política la literaria era un juego de niños bien intencionados.

El libro incide también en la familia, en una suerte de de reflexión sobre el oficio... condición que se muestra como la verdadera vida para un escritor como Juancho Armas. Muchos buscarán con denuedo, cosa que ya dijo Vargas Llosa era juego de niños, alguna maldad del escritor sobre colegas suyos y se exaltarán cuando encuentren los nombres de Rosa Regás o Mario Muchnick. Ejercicio absurdo y que en el fondo es despreciativo con la actitud de este libro, un ejercicio de la memoria que nos redime a todos los que estamos en el oficio, comenzando por el propio Juancho Armas, porque es una apasionada defensa del arte, de la literatura y de las consecuancias morales que eso lleva consigo.

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