‘Cama’: por qué es más fácil llevar el feminismo a la calle que a la intimidad del hogar
- 'Cama' reflexiona sobre lo que ocurre cuando una mujer y un hombre se ven atrapados en el (conflictivo) esquema de pareja tradicional.
"Esta es mi vida". Sobre el escenario apenas una cama, una mujer y hombre. La frase suena rotunda y desesperada. Es fruto del cansancio, de tener que explicar muchas veces lo mismo, de discutir, de verse obligada a defender constantemente una convicción profunda. Es la expresión de la protagonista femenina de 'Cama', una obra de Pilar G. Almansa, que reflexiona sobre lo que ocurre cuando una mujer y un hombre se ven atrapados en el (conflictivo) esquema de pareja tradicional. El telón se levanta (solo en sentido figurado) hasta el 27 de octubre en los Teatros Luchana.
"La sociedad está en un punto de inflexión", explica Pilar G. Almansa, que también ha estado tras la dirección de obras como 'Banqueros vs. zombis', 'Lucientes' o 'Pacto de estado'. La dramaturga pretende plantear más dudas que certezas. En la primera escena aparecen dos personas que se acaban de conocer. Reflexionan sobre uno de los grandes temas del momento: "La revolución feminista se ha hecho sin reventar nada", dice ella. "¿Has oído hablar de las nuevas masculinidades?", dirá él más tarde.
Después llega el enamoramiento. Caricias, poesía, pasión, ilusión, cotidianidad, rutina. Almansa apuesta por los grises, los nudos complejos y los personajes nada maniqueos. De repente, lo individual y el peso de lo sociocultural entran en esa cama. Los olvidos al poner una lavadora y los "levántate tú, que no curras" cuando llega la maternidad componen la nueva escena. "-¿No querías ser madre? - Claro que sí, pero no de esta manera". La inercia les lleva a encajar en el molde que la sociedad ha diseñado para ellos. "Es el último reducto. Es más sencillo salir a la calle a protestar por la brecha salarial que cuando estás con una persona individual, a la que quieres y te quiere a ti", explica la autora: "A veces el amor no es suficiente".
El personaje masculino de la obra es joven, complejo y ya ha crecido en la igualdad legal de las mujeres. "Yo no quiero hacerlo mal, pero solo sé hacerlo mal", se confiesa en una de las escenas. Los roles de género pesan también sobre ellos. "Hay hombres que son patriarcales y no son conscientes, otros son patriarcales y lo ejercen, lo disfrutan e incluso se rebelan contra esa justicia que es el feminismo", explica Almansa, que recuerda que la igualdad "no es solo cosa de mujeres".
La obra es una reflexión sobre cómo deshilachar las dinámicas de poder que también operan dentro de la pareja y que a veces son sutiles y están naturalizadas. "Las mujeres hemos pasado por varias olas del feminismo donde cada una se ha replanteado cómo trasladarlo a su vida y creo que lo que falta es que los hombres se replanteen también su modelo de masculinidad". Sobre las tablas vemos a un hombre que parece comprometido con la igualdad, pero "resbala" en la vida cotidiana. "La revolución también va de equivocarse. No pasa nada. Yo también tengo rasgos patriarcales", explica la directora.
La protagonista va cargando con los "resbalones" patriarcales, con los cuidados, con los clichés: "Ella lo dice 'esto es mi vida'. No tiene 200 años para esperar a alcanzar la igualdad. Eso hace que sea más urgente", reflexiona Almansa. La directora cree que a las mujeres "nos han educado para consentir en un sentido muy amplio", pero advierte a aquellos que se escudan en lo aprendido: "Ser torpe es muy cómodo, aprendes. Yo tampoco nací feminista".
Almansa intenta trasladar al escenario esa dificultad que entrañan las relaciones y que a veces la ficción ignora para centrarse solo en la etapa del enamoramiento. Lo que viene detrás es más difícil de guionizar. "En las parejas que he visto las cosas dejan de funcionar por razones complejas que llevan a una incomunicación, pero la historia de la tercera persona es más de ficción de la vida real. Es lo que yo veo a mi alrededor". La obra plantea varias de preguntas que tanto ellas como ellos se llevan después a casa: ¿De verdad merece la pena?