Del narcocorrido y las metáforas cósmicas

  • ‘Diez Planetas’ (Editorial Periférica) es el título del último libro de Yuri Herrera (Actopan, México, 1970), uno de los mejores escritores latinoamericanos de hoy día
  • La generación a que pertenece Herrera parece que antepone la teoría literaria al resultado de la escritura en sí misma
  • Es un libro distinto: el narcocorrido ha dado paso a ciertas metáforas cósmicas que se desarrollan en nuestros diez planetas próximos

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Diez Planetas (Editorial Periférica) es el título del último libro de Yuri Herrera (Actopan, México, 1970), uno de los mejores escritores latinoamericanos de hoy día, perteneciente a esa generación que en cierto modo, para bien o para mal, se ha visto influenciada por la pervivencia de un escritor como Roberto Bolaño, quién en cierta forma renovó un panorama literario que se había enredado en un peligroso bucle forjado por los escritores del boom y del post boom y del que hay que reconocer. Y esto lo digo ejerciendo de abogado del diablo, que ofreció una salida por la que se precipitaron con denodado entusiasmo aquellos que percibían como una losa la influencia del boom.

La generación a que pertenece Herrera parece que antepone la teoría literaria al resultado de la escritura en sí misma, tachando esta última actitud como ingenuidad imperdonable. En cierta manera la cosa es inevitable porque al igual que en el arte el concepto, el plan, parece primar sobre el resultado del objeto y buena parte de las nuevas generaciones de escritores han salido de las escuelas de escritura, con lo que a veces se gana en autoconciencia lo que se pierde en frescura y libertad. Quizá sean tiempos de alejandrinismo, unos tiempos de escritores muy cultos y muy tendentes a justificar cada palabra escrita con supuestos rigores que para sí quisiera un músico conceptual. Esta actitud genera también una logorrea de la que parecen ser campeones nuestros vecinos del Norte: ahora cualquier escritor parece moldeado por las hornacinas de la pedantería parisina aunque el modelo sea el muy persistente anglosajón, en especial la literatura norteamericana, que para esta generación posee algunos nombres casi consagrados pero donde brilla con especial intensidad David Foster Wallace.

Sirva todo esto para decir que si bien existe un hálito de todo esto en la obra de Yuri Herrera, posee unas cualidades de escritor muy notables que le hacen en cierta manera un autor muy apartado del destino de la mayoría de los miembros de su generación que como todas las generaciones, las que hubo, hay y habrá, están condenadas a ser anécdotas en el recuento de la Historia. Es editor, es autor de libros infantiles, Los ojos de Lía,  de algunos ensayos, de cuentos que se encuentran en curiosas antologías como SomoZombis o Road to Ciudad Juárez pero, sobre todo, ha escrito unas cuantas novelas como Trabajos del reino, Señales que precederán al fin del mundo y La transmigración de los cuerpos que le han hecho acreedor de ser uno de los grandes escritores mexicanos de hoy día y de haber renovado mediante una mirada que se acerca mucho a la de Rulfo pero donde el campesino ha sido sustituido por músicos que cantan narcocorridos y son heridos por el mudo de manera similar. Son los nuevos humillados y ofendidos de una realidad, la del norte de México lindante con los Estados Unidos donde la delincuencia, el narcotráfico y la emigración clandestina se funden en una amalgama indistinguible.

La literatura que tiene que ver con el narcotráfico y los narcocorridos parece interminable pero especulo con la posibilidad de que la mayoría de esos libros queden relegados al olvido pues esa violencia hiriente, intensa e infinita no es fácil de ser trascendida en sus justos términos. Lo hizo Bolaño en 2666 reflejándola en un modo documental: el horror de lo sucedido en Ciudad Juárez no era fácil de describir. En este sentido pocas veces ha alcanzado pleno sentido la palabra indescriptible.

Las novelas de Herrera reflejan ese mundo y ha conseguido un equilibrio entre lenguaje, estilo y tema de modo original e incontrovertible. Christopher Domínguez Michael habla de una poética de lo oprobioso para definir su obra y Elena Poniatowska dijo de su escritura que era fulgurante... en cualquier caso esa obra, trátese de un cantante que termina componiendo canciones para un capo de la droga o trátese de la emigración, la obra de Herrera es una de los testimonios más logrados en esa temática e incluso hay quién habla que posee como nadie ese lirismo seco de Rulfo.

Diez Planetas es un libro distinto: el narcocorrido ha dado paso a ciertas metáforas cósmicas que se desarrollan en nuestros diez planetas próximos. Es un libro de ciencia ficción, es un libro de relatos, algunos tan cortos que pueden ser calificados de microcuentos. Veintitrés relatos que muchos comparan con los metafóricos universos de Ursula K. Leguin y Philip K. Dick con vetas de Borges, de Kafka y demás, lo que vale poco más que para que el lector se haga una idea de lo que se va a encontrar, si es que tales comparaciones no les despistan.

Hay cuentos como “Zorg, autor del Quijote”, que especula con la posibilidad de que la obra haya sido escrita por un extraterrestre y que es de los que más páginas ocupan del libro, usa ocho, como “Los conspiradores”. Son estos cuentos como la espina dorsal a la que se adhieren los demás y donde se encuentran relatos como “Catálogo de la diversidad humana”, que pese a su brevedad está forjado al modo de una pequeña obra maestra, por lo conseguida.

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