LIBRETERÍA
‘Ava en la noche’, una novela de dobles sombras
- Comentario literario de Pedro Araque sobre la última novela de Manuel Vicent
Narrativa contemporánea: Ava en la noche Autor: Manuel Vicent Edición: Alfaguara
Ava en la noche es una novela de contrastes o, como dice su autor, Manuel Vicent, de dobles sombras: la de los sueños y la de la realidad, la de la inalcanzable belleza del celuloide y la de la maldad, la del héroe obrero clandestino y la del señorito asesino múltiple, la de la luz del Mediterráneo y la de las grises juergas nocturnas de la élite madrileña, la del crimen y sus diferentes castigos.
Escrita con la inteligente e irónica pluma afilada de Manuel Vicent, con aquella precisión artesanal, cínica y atrevida pero también hermosa, que tanto me recuerda a aquellos ‘Daguerrotipos’ que perfilaba el castellonés en El País hace ya casi 30 años. Aquel placer literario que esperaba y deseaba semana a semana. Ava en la noche me resulta, sin duda, una de las novelas imprescindibles de este triste año del covid-19.
De su elegante aguijón no escapa ni uno solo de todo el glamour del Hollywood franquista ni de la élite intelectual del momento. En contraste, las ilusiones inaccesibles de un joven soñador y un mundo a su medida, y su despertar: “La inocencia siempre se pierde después de la primera bofetada del padre”, dirá Vicent.
Obliga a Hemingway a enfrentarse a su peor pesadilla en el callejón del Gato, frente a los espejos aberrantes: la de su imagen. Persigue en la noche las juergas de una inalcanzable Ava Gadner que todo el mundo vio el día anterior. Rescata del mar el sombrero de Berlanga y perfila las líneas maestras argumentales de su famosa película El verdugo. Nada escapa a su ironía. Ni siquiera la clase media española que convierte en héroe a un asesino múltiple, el sobrino de un magistrado del Tribunal Supremo que llegará ser ministro con Franco, un narcisista que confesará a la policía, sin pudor ni arrepentimiento, su despiadado crimen frente a un cocido encargado a Lhardy.
La otra sombra del relato se encuentra en las cafeterías de la Gran Vía donde, como novedad, giran ensartados unos pollos inasequibles para “peatones menesterosos como aquel Carpanta del tebeo”. “Se conformaban —cuenta Vicent— con acercar las manos a ese tinglado y luego se chupaban los dedos con sabañones, empapados con el sabor a grasa”.
De nuevo dos sombras, dos contrastes. La escueta noticia de Grimau frente al verdugo y el despliegue de imágenes de Orson Wells y Ava Gadner en la Maestranza, “ella con gafas de sol y sombrero, él con un puro en la boca semejante al que fumaba en la cola del juicio del asesino Jarabo, y la noticia acompañada con anuncios de coñac Soberado, lavadoras Balay, de la tortilla de patatas familiar los domingos”.
Manuel Vicent refleja en ‘Ava en la noche’ con pulcritud crítica y con una sensibilidad exquisita que, incluso en este mundo irracionalmente polarizado, no ofende ni a propios ni a extraños, un dagerrotipo social de una España muchas veces aberrada o acomodada en nuestros recuerdos o desconocida en su historia:
«Madrid estaba bajo una doble sombra. Un héroe obrero de la clandestinidad y un señorito asesino de derechas, los dos a disposición del verdugo, los dos formando pareja ante la misma muerte. La putrefacción de la oligarquía franquista con cuatro asesinatos en la conciencia y la batalla romántica por la libertad de un luchador de izquierdas. Poco a poco se iban sabiendo cosas. Julián Grimau pertenecía al comité central del Partido Comunista y había sido enviado a Madrid por la dirección desde París. Fue delatado y en noviembre de 1962 la policía lo detuvo en un autobús cerca de la plaza de las Ventas. Durante los interrogatorios en la Puerta del Sol, se dijo oficialmente por medio del ministro Fraga que el convicto había recibido un trato exquisito, pero que en un momento de descuido se había subido a una silla y, aunque iba esposado, pudo abrir la ventana y de forma inexplicable había logrado saltar a la calle desde un despacho de la tercera planta hasta el asfalto de un callejón, donde cayó como un guiñapo entre unos furgones de policía allí aparcados. Junto a aquellos furgones había uno preparado por la funeraria, según contaron algunos testigos, pero el preso había sobrevivido de milagro con graves heridas en el cráneo. ¿No era ese percance al que había aludido Julia en aquella jaula compartida? O tal vez era una costumbre arrojar por la ventana a cualquier detenido como fin de un viaje.
Toda la clandestinidad comenzó a movilizarse. A Julián Grimau se le iba a juzgar por supuestos crímenes cometidos durante la guerra civil, que hacía más de veinte años que había terminado. No había modo de sacudirse aquel cuervo de la conciencia colectiva. Se puso en marcha la recogida de firmas de un manifiesto para salvar a Grimau de la muerte anunciada. En la escuela de cine, David firmó varios manifiestos contra la pena capital y lo hizo con una rúbrica violenta e incluso poniendo por delante el número de carné de identidad, ese documento que tantas desgracias le había causado. Si Julián Grimau no se salvaba, al menos se salvaría David, quien ahora tomaba riesgos innecesarios con el deseo inconsciente de que esta vez su detención se debiera a un acto ideológico lleno de nobleza. Una vez más agradeció a Ava Gardner el haberle abierto los ojos. Era mucho mejor que haberse acostado con ella como cualquier flamenco borracho un amanecer de vino».
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