A veces leo críticas de compañeros y me pregunto si es que me he equivocado de película y he visto otra. Lo paso fatal. Me ha vuelto a pasar con la nueva película del original Nacho Vigalondo, apreciada por la crítica española y extranjera (he leído gilipolleces realmente grandes) y que a mí me ha parecido infantil, una película pobremente escrita y que tiene un giro final de auténtica vergüenza, de lo peor que he visto en años.
En Colossal Anne Hathaway es una chica que sale mucho de farra y anda perdida y sin curro. Su novio, un triunfador bastante insufrible, la echa de su piso (le hace hasta las maletas el muy cabrón). Así que ella deja Nueva York para volver a su pueblo, donde ocupa la vacía casa de su familia. Y resulta que en el bar de un amigo descubre que un monstruo gigantesco está destruyendo Seúl. Pero eso no es lo mejor: ella está conectada al monstruo, que en la tele hace sus mismos gestos. Sí amigos, como lo leen.
Hay quien ha escrito que el punto de partida de este absoluto delirio es “genial” aunque a mí me parece bastante pueril. Aun así se puede reconocer cierta originalidad de partida en Colossal: pretender fusionar el cine de monstruos tipo Pacific Rim con el cine indie generacional tipo Beautiful Girls. El problema es que Vigalondo no logra, ni de lejos, una buena comedia fusionando esos dos mundos, esos dos géneros. Y lo peor: cuando llega la “explicación” en el citado giro, se carga la película de manera estrepitosa.
Vigalondo no consigue concretar el tono de la película, que podría haber sido una buena comedia gamberra. De repente se pierde, irremediablemente, en el terreno de un cine deprimente, oscuro. Y además de una trama ridícula y caprichosa (un porque sí tras otro, sobre todo en su tramo final) sus personajes están mal dibujados. Hathaway regresa al pueblo pero no sabemos nada de su vida: nada de sus padres, familiares, orígenes... Nada. Solo sabemos que es una chica locuela, caótica y algo sucia, pero también muy lista y aplicada gracias a un flashback a su infancia, una innecesaria explicación de todo este delirio.
Tampoco conocemos su trabajo, a qué se dedica una mujer de 35 años, qué le gusta en la vida, qué ha estudiado... Solo sabemos que le va demasiado el bebercio y tirarse a un tío bueno si se le pone a tiro. En este sentido, me alucina leer que esta película plantea el “empoderamiento” femenino. En fin. La palabra “empoderamiento” de por sí es deleznable, pero es que la metáfora y la tesis que plantea la película es de un insustancial de asustar: Hathaway, como toda mujer, debe luchar contra los machos, que la reprimen y envidian sus aptitudes. Aptitudes que, todo sea dicho, desconocemos por completo.
Lo mismo se puede decir de los personajes masculinos que la rodean, otro auténtico desastre. El personaje de Jason Sudeikis es un ser bipolar con cambios de comportamiento arbitrarios y precipitados. Aunque se presenta como un tipo de lo más noble, de repente, y con una pobre justificación, trata a la protagonista como a una auténtica basura. El personaje acaba siendo insoportable para el espectador y el momento “voy a quemar mi bar” es de auténtico sonrojo. ¿Y los demás? Dan Stevens es un novio triunfador no sabemos por qué, Austin Stowell un filete de ternera y Tim Blake un cansino monigote.
Lo peor que se puede decir del trabajo de Vigalondo es que no le interesa la realidad que le rodea o no parece tener mucha idea del tema, la verdad. Sus personajes están escritos a base de garabatos antojadizos, tienen muy poco que ver con personas reales, reconocibles, con una historia. Y si para colmo me lo explicas todo en el citado flashback o en diálogos de bochorno (como el del enfrentamiento final entre Hathaway y Sudeikis) apaga y vámonos.
En fin, otro intento fallido de un realizador que sigue a la deriva tras películas tan erráticas como Extraterrestre (con premisa parecida pero con un humor mucho más grueso) y Open Windows (película vacía y tramposa protagonizada por una inexpresiva actriz porno). Los cronocrímenes sigue siendo hasta la fecha su película más acabada y también era irregular.
Lo mejor: La realización y la dirección de actores. Hathaway está estupenda y Sudeikis es un actor inmenso con un personaje muy poco trabajado.
Lo peor: La explicación con el flashback y la aparición del monstruo al final. Terrible.
El plan B:
No es que en Los últimos años del artista: Afterimage haya demasiado cine, pero sí cuenta con un gran tema y está dirigida por un grande del cine en su despedida: Andrzej Wajda. Su película se centra en Wladyslaw Strzeminski, un eminente artista polaco, y el acoso al que le sometió el régimen comunista, una panda de gangsters que perseguían un arte de propaganda y consideraban la vanguardia como algo enfermizo y capitalista.
Wajda, que murió el año pasado, se pasó nada menos que 40 años intentando levantar esta película que cierra su carrera y su vida. Su título, Afterimage, se refiere a las ilusiones ópticas que continúan apareciendo bajo los párpados tras mirar un objeto que refleja la luz.