CINE / "De haber sido cineasta, Homero habría hecho westerns", aseguraba Guillermo Cabrera Infante.
Cinco grandes westerns
De haber sido cineasta, Homero habría hecho westerns. La frase es de Cabrera Infante y no deja de tener su punto de exageración, pero tampoco anda muy desencaminada. En cuanto a fundación de un espacio mítico, el western no se refiere tanto a la conquista de un territorio como a la ética y la imaginería de ese territorio: no una crónica sino una épica. Con toda seguridad, los auténticos Wyatt Earp, Jesse James, Butch Cassidy o Sundance Kid apenas tienen algo que ver con los comisarios y pistoleros de la pantalla, pero tampoco Aquiles o Héctor, de haber pisado Troya, serían capaces de soltar sus formidables parlamentos homéricos. Esta es una selección personal, sin repetir director y por orden cronológico, de cinco de los mejores westerns de los cincuenta, la edad dorada del género.
Winchester 73 (1950), de Anthony Mann.
En la década de los cincuenta, Anthony Mann puso en pie algunas de las grandes epopeyas del género, pero lo cierto es que nunca pudo igualar el esplendor de esta obra maestra. Con James Stewart, Shelley Winters y Dan Duryea en los papeles principales, basado en una historia escrita a medias entre dos guionistas míticos, Borden Chase y Robert L. Richards, la originalidad del enfoque consistía en contar los diversos episodios de la trama a través de la posesión de un rifle, el Winchester 73 del título, que va pasando de mano en mano hasta culminar en un inolvidable clímax de venganza.
Solo ante el peligro (1952), de Fred Zinemman.
Prodigio de tensión narrativa, el clásico de Zinemman es también un estudio de la cobardía y una alegoría de la caza de brujas. El impecable guión estaba firmado por Carl Foreman, que acabaría ingresando en la lista negra, y por pura paradoja fue protagonizado por uno de los delatores más famosos de Hollywood, Gary Cooper. Uno a uno, los amigos y vecinos a los que pide ayuda el sheriff van haciéndose a un lado, atemorizados ante la llegada inminente de los cuatro asesinos, y al final sólo le ayuda su mujer, encarnada por Grace Kelly.
Raíces profundas (1953), de George Stevens.
El animador escocés Norman McLaren filmó una vez un homenaje al western que consiste en una raya horizontal y un punto que se va acercando desde el fondo hasta ocupar toda la pantalla: luego va empequeñeciendo hasta desaparecer otra vez a lo lejos. La raya es el horizonte y el punto, el pistolero eterno, es decir, John Wayne. Ninguna otra película representa mejor la simplicidad de líneas del western que la obra maestra de Stevens, con la salvedad de que el pistolero --Shane, un hombre harto de la violencia que busca empezar de cero y encuentra una familia que lo acoge-- es Alan Ladd. Por supuesto, la paz no dura mucho, el pistolero no puede escapar de su destino, un niño quiere imitarlo y al final lo llama a voces en el final más poético del género.
Johnny Guitar (1954), de Nicholas Ray.
Como no podía ser menos, Ray, uno de los chicos malos de Hollywood, dio la vuelta a todos los cánones del género: las protagonistas son dos mujeres, el pistolero lleva una guitarra en lugar de un rifle y la épica consustancial al western está bañada de melodrama. El momento en que Vienna --inmensa Joan Crawford-- y Johnny --tremendo Sterling Hayden-- se enfrentan a su pasado da forma a uno de los grandes diálogos del séptimo arte:
– Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años.
– Te he esperado todos estos años.
– Dime que te habrías muerto si no hubiese venido.
– Me habría muerto si no hubieses venido.
– Dime que me quieres como yo te quiero todavía.
– Te quiero como tú me quieres todavía.
– Gracias. Muchas gracias.
Río Bravo (1959), de Howard Hawks.
A Hawks le fastidió mucho que un sheriff pudiera titubear antes de un tiroteo y plantó a la gárgola por excelencia del western, John Wayne, en el centro de una Ilíada que empieza como una película de cine mudo y termina con una balacera. Hawks eliminó los amplios espacios abiertos, los desiertos, las cabalgatas, para centrarse en el ambiente claustrofóbico de la pequeña comisaría donde el sheriff y sus tres amigos --un borracho, un anciano burlón y un muchacho inexperto-- harán frente a una ingente banda de pistoleros. Walter Brennan roba todas las escenas en que aparece, Dean Martin recobra el pulso gracias a una siniestra tonada mexicana, Ricky Nelson canta, Angie Dickinson deslumbra y John Wayne “sostiene todo el tinglado”, como dijo cuando Hawks le ofreció interpretar casi el mismo papel en el que quizá sea el remake más perfecto de la historia del cine: El Dorado.
y ford y huston donde están ..????