LITERATURA / La editorial Acantilado publica el séptimo título del escritor norteamericano

‘Un día en el atardecer del mundo’, de William Saroyan

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William Saroyan
El escritor californiano de origen armenio William Saroyan. / Youtube

Acantilado, God blessed’ em, está editando poco a poco las cosas de William Saroyan. Un escritor californiano, de origen armenio, ahora casi olvidado pero que fue muy importante entre los años 30 y 50, sobre todo. Y para mí. Saroyan fue un nombre y un rostro inseparables de mi adolescencia y mi construcción como lectora, junto a los rusos blancos y los ingleses. ¿Y a mí qué me cuentas?, dirá quien esto lea. Pues, también es verdad, pero si no lo digo, reviento.

Tú estás loco, papá, La comedia humana, Breve viaje, hermosa carroza, El tigre de Tracy...títulos que publicó aquella Plaza y Janés y ahora recupera, mejorados, Acantilado.

Lo que tiene Saroyan es que te cuela en su ambiente, tanto si es en su Fresno natal, como en la Gran Manzana, haciéndote sentir que perteneces a ese ambiente. O desear que a los personajes de la historia les fuera algo mejor, porque te caen simpáticos, pero el autor no concede favores. Y eso que es todo lo contrario a pesimista. Y tampoco es que sea un desagradecido hacia la patria que lo acogió junto a su familia cuando emigraron. Es que Saroyan veía las cosas y las decía, aunque no fuera oportuno decirlas en ese momento.

Como cuando escribió Las aventuras de Wesley Jackson (Acantilado, 2006), por ejemplo, en plena Segunda Guerra Mundial, disfrutando de un permiso ya que él mismo era soldado. Era un encargo oficial con el fin de que promoviera el buen rollo entre soldados ingleses y propios. Su relato se convirtió en un alegato antibelicista muy en su estilo: nada ruidoso, pero contundente, así que la novela tuvo que esperar a que se acabara la guerra para ver la luz. Y el recluta Saroyan por poco pierde el pellejo ante un tribunal militar.

En esta novela, Un día en el atardecer del mundo (Acantilado, 2017), traducida por Stella Mastrangelo, es grande la carga de melancolía que libera: esa melancolía tan americana del desarraigo, como contó muy bien Wim Wenders en París, Texas (1984), la peli que protagonizó el recientemente fallecido Harry Dean Stanton. O como las pinturas de Edward Hopper. Es muy autobiográfica, y deja entender la relación de camaradería entrañable entre el autor y sus hijos y su respeto por los personajes que jalonaron su vida.

Un día en el atardecer del mundo, de William Saroyan
Cubierta de la novela 'Un día en el atardecer del mundo', de William Saroyan. / Editorial Acantilado

Sus novelas tienen mucho de teatro, salvando las distancias que van de las tablas a la solitaria lectura. Mucho diálogo, muy elaborado, redundante sin serlo, como esas conversaciones con sus hijos, cuando los lleva a ver un partido de los Yankees contra los Dodgers -a los que, por cierto, dedica el libro-, en las que, sobre todo la pequeña Rosey, su adorada niña, pregunta y repregunta como una avezada reportera que quisiera sacarle el jugo a su entrevistado. Con tanta gracia y naturalidad que más que leerlo, parecería que se está presente en ese diálogo.

Un personaje de la historia critica al protagonista –un escritor, claro- el que en sus obras no haya trama suficiente, no pasen cosas, aventuras, desastres amorosos, asesinatos... La trama, donde Saroyan, es la vida misma salpicada en unos diálogos frescos y directos, sin paja. Así describe él la personalidad de sus personajes.

Injustamente tildado de sentimental, seguramente porque al crítico en cuestión le parecía que había que cambiar el rumbo y el color de la narrativa norteamericana del momento, un mal día Saroyan perdió su estrella, dejó de estar de moda.

Ya lo dejó escrito Julio Carlo Baroja, que tenía una intuición fina sobre los asuntos humanos: “¿Qué son en realidad? [las personas célebres] Son lo que quieren los demás que sean, se achican o agrandan a voluntad”.

Hay quien, con mucho acierto, me parece, apunta a que los relatos de Saroyan, llenos de optimismo a pesar de los tiempos difíciles de la Gran Depresión, ya no fueron apreciados cuando la sociedad norteamericana nadó en cierta abundancia en la posguerra (no en Europa, por cierto, donde la gente moría de hambre).

Valores saroyanianos como el amor, el respeto por la verdad, la lealtad, las cosas sencillas de la vida cotidiana, la paciencia con los defectos de los otros... ya no molaban como antes, cuando Woody Guthrie iba por ahí cantando This land is your land o Brother, can you spare a dime? Así que mi admirado escritor de juventud pasó a engrosar las filas del olvido.

Pero las modas pasan, como nosotros, y siempre habrá en alguna parte un editor admirable que rebusque encontrando pequeños tesoros, como éste que sucede un día en el atardecer del mundo; título bonito. Y siempre habrá alguien que los lea.

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