El ‘ghetto’ de mis hermanos

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Hertz Dovid Grein es uno de los interlocutores decisivos de “Sombras sobre el Hudson”, la gran novela coral de Isaac Bashevis Singer sobre el exilio judío en Norteamérica. Posterior en una generación a Henry Roth, el argumento de Singer ya no es únicamente la penuria económica, sino la huída apresurada del exterminio que la Alemania nacional-socialista había anunciado, a tambor batiente, sobre la judería europea. “Shotens báim Hodson –éste es su título en yidish- fue publicada por Isaac Bashevis mediante entregas periodísticas entre enero de 1957 y el mismo mes de 1958. El público de Singer en esa época era exclusivamente judío y poblaba los barrios pobres de Nueva York y su periferia. La sinceridad del narrador es absoluta porque se dirige a sus compañeros de exilio, algunos de ellos amigos y familiares que, como él, sólo disponían de los recursos de su vieja cultura materna para responder a los desafíos de un entorno nuevo –y a menudo hostil- en un tiempo, además, en que todo lo hasta entonces conocido se desvanecía y viraba al tono sepia de los recuerdos familiares.

Singer escribe doce años después del fin de la II Guerra Mundial, pero el relato discurre, entre el deseo de afirmación de su identidad y el desarraigo de la tradición, hacia atrás, atrapando la vida de un grupo de judíos polacos y rusos llegados a Nueva York en las vísperas de la “Shoah”. Los protagonistas son “sombras” de un pasado reciente que vagan en la ciudad de los rascacielos al concluir los años cuarenta sin saber bien quiénes son. Su nueva identidad está todavía por definir, pero Hertz Dovid Grein responde a lo largo del relato como el “alter ego” y, al mismo tiempo, como el contrapunto del narrador.  Estamos en 1947-1949, los años fundacionales del Estado de Israel y de su primera guerra con sus vecinos árabes, y Singer se disfraza con el atuendo del doctor Solomon Margolin.

Margolin-Singer decide rehacer su vida en Norteamérica, mientras que Grein apuesta, después de muchas dudas, por emigrar al joven Estado de Israel y regresar, como si no fuera un sueño imposible, a la vida y a la herencia cultural de sus padres en la lejana y desconocida Jerusalén. Antes de su partida, Grein escucha la grave admonición de Margolin: “cuando se desvanece la fe, los judíos se asimilan, y si se les concede un país, matarán exactamente igual que los gentiles”. Y apostilla: “ni la fe ni el exilio se crean artificialmente”.  El modo de vida antiguo es ya sólo ceniza: “la clase de judío que está creciendo allí distará del padre de usted tanto como sus propios nietos”, insiste Margolin en su diálogo con Grein. Se acabó el vivir de espaldas al mundo, a las leyes de la naturaleza y a contracorriente de la Historia. Ya no es posible ser judío ni siquiera en el barrio de “Me´á Shearim de Jerusalén. Margolin-Singer abandona el café de Broadway donde se desarrolla la conversación sentencioso como los profetas del “Tanaj”: “cuando se trata de los judíos no existe el progreso”. El judío nunca hallará reposo. “Sólo existe una cura: ¡el olvido!

Judíos viejos y judíos nuevos. Un idioma, el “yidish” de los judíos centroeuropeos, como el propio Singer, que poco después acabará en los anaqueles de las lenguas muertas, al lado del latín, frente a la creación del hebreo moderno. La aniquilación de los judíos europeos y la destrucción de su cultura, a la vista impertérrita de todo el mundo civilizado, serán la semilla de un judío distinto al asesinado por Hitler. El judío acusado de pusilánime, falto de verecundia, motivo de desprecio por sus vecinos gentiles, es un hombre vegetariano al que, paradójicamente y de la manera retroactiva con la que la posmodernidad suele reconocer los pecados de sus ancestros, hoy es objeto de culto intelectual y exhibición del turismo de masas. La Toledo de las supuestas Tres Culturas, la Praga finisecular de Kafka o las sinagogas desiertas de Budapest son la tarjeta postal de la buena conciencia.

La Shoah –el telón de fondo de “Sombras sobre el Hudson”- es la confirmación de los sionistas, la prueba irrebatible de sus profecías y el antecedente inmediato de la creación y el reconocimiento por la ONU, 50 años después del nacimiento del sionismo, de que los judíos –los que voluntariamente lo acepten, que no son todos- necesitan organizarse en un Estado independiente si quieren preservar su integridad y su permanencia en el mundo.

Muertos o expoliados los viejos vegetarianos de las aldeas judías de Polonia y la Unión Soviética, ha llegado la hora de los carnívoros. Los judíos israelíes y sus hijos –los sabras- sobreviven, como ese cactus del desierto del que llevan su nombre, tostados al sol, vigorosos y en medio de la violencia más inaudita. Porque, ya desde la misma partición de Palestina aprobada por la ONU en noviembre de 1947, leen la declaración de intenciones de los dirigentes palestinos y de los estados árabes: “Lo que la ONU ha escrito con tinta, nosotros lo borraremos con la sangre de los judíos”.

¿Todos los judíos son israelíes o, cuando menos, proisraelíes? Ciertamente no. Muchos de ellos, entre los que no escaseaban los judíos norteamericanos, habían aceptado el consejo de Margolin y se disponían a olvidar hasta su propio nombre en la tierra de acogida. La “Shoah” no sólo dio el último y decisivo empujón al Estado de Israel; también convirtió a gran parte de la diáspora judía, convencida hasta entonces de la necesidad de su integración o asimilación a la cultura y los valores de la mayoría dominante entre cuyos resquicios buscaban un hueco, en una comunidad de destino. La historia, la de ellos y la de los demás, cambió en un giro brusco e inesperado.

Actualmente hay en el mundo unos 13 millones de judíos, de los que poco más de 5 millones (el 40%, aproximadamente) residen en Israel. Un número similar vive en Estados Unidos. Muchos judíos no son sionistas, pero la mayoría está atada hoy en día a su madre Israel por un gran cordón umbilical que ninguna de las dos partes quiere romper. Israel es, quizás, la vanguardia y la clave de la identidad de numerosos judíos. Cuando un judío de la diáspora emigra a Israel, hace la “aliáh”, que significa “subida” en el idioma hebreo. Es una palabra de connotación moral, porque un judío que se establece en Israel hace “aliáh” aunque proceda de la cumbre del Everest. Al contrario, un judío que se marcha de Israel es un “yordim”, es decir, un judío que baja y “desciende” de la tierra de los judíos y pasa a residir en otro sitio de rango inferior. Es una degradación, no en la relación entre los israelíes y los demás pueblos del mundo, que es horizontal, sino en la imaginación de gran parte de los israelíes sobre la identidad judía. Aunque no por eso el emigrado pierde sus derechos.

Esos 5 millones y medio de israelíes viven en un territorio exiguo de 21.643 km2, aislados en el centro de un doble circulo. En el círculo interior vive una población palestina de número similar a la que los israelíes han sometido, a la manera “hobbesiana”, después de casi cien años de violencia, guerra continua y terrorismo. En el circulo exterior, los israelíes están cercados por más de cien millones de musulmanes con los que han combatido en numerosas ocasiones desde 1947-48. El odio, o en el mejor de los casos el recelo, es mutuo. Eso no es todo, porque el ambiente generalizado de sospecha reina también en el mismo centro que separa a los dos círculos, porque en el territorio de Israel hay cerca de un millón y medio de ciudadanos israelíes de etnia árabe.

En su breve existencia, Israel no ha disfrutado de un minuto de reposo. En medio de una violencia inaudita, Israel apenas goza del reconocimiento de sus vecinos como Estado legítimo, porque su propio origen es todavía a fecha de hoy inaceptable para gran parte del mundo árabe y musulmán. Los europeos, por su parte, no son demasiado proclives a conceder a los israelíes el beneficio de la duda. Muchos occidentales extrapolan la percepción de sus propias circunstancias materiales y anímicas y la trasladan, mecánicamente y sin solución de continuidad, a la terrible geografía, humana y política, del Oriente Medio. Israel ha hecho un uso desmesurado de la fuerza militar por tres razones fundamentales. La primera en el tiempo fue la formación de la mentalidad sionista como reacción a los pogromos europeos de finales del XIX y a escándalos antisemitas como el “affaire Dreyfus”, y su paralelo abandono de la religión y la cultura judía tradicional. El segundo es el estado de guerra, larvada o explícita, con los palestinos y la mayoría de sus vecinos, que obliga a los israelíes a tensar todos los resortes de su defensa y a vivir en alerta perpetua. El último argumento, relacionado con el anterior, es de naturaleza geográfica. Israel tiene una gran densidad de población en un espacio minúsculo. Carece de lo que en el argot militar se denomina profundidad de campo. Debe hacer frente a las amenazas del exterior con anticipación y extraterritorialidad, llevando el conflicto fuera de sus estrechas fronteras, ya que una guerra desarrollada en su territorio pondría en gravísimo riesgo la supervivencia del pueblo judío de Israel.

Israel es un Estado democrático, pero anómalo. Los israelíes creen, y no les faltan argumentos razonables, que el catastrófico pasado de los judíos exige una mayoría hebrea dentro de los contornos de un Estado, que no se basa simplemente en la ciudadanía, como es normal en otras latitudes. Los israelíes suelen ser bruscos y nerviosos (aunque tienen virtudes) por la tensión extrema que ellos mismos, sus padres y abuelos, se han visto obligados a soportar desde los cuatro puntos cardinales de su periferia. ¿Paranoia? Seguro que sí. ¿Excesos? Seguro que sí. ¿Crímenes, incluso? La respuesta ya la dio, antes de desaparecer para siempre y desgraciadamente con escasa probabilidad de herederos, Salomón Margolin, la voz de la nostalgia eterna de Isaac Bashevis Singer. La voz de los cementerios judíos.

Israel ha asaltado brutalmente varios barcos en aguas internacionales y ha matado a algunos de sus pasajeros. Mal hecho. Lo de menos es el conocimiento detallado del suceso en sí mismo y las verdaderas intenciones de los navegantes. Lo más terrible son las muertes en toda su desnuda elocuencia. Y también la inevitable desmoralización de la sociedad israelí por el uso continuo de la fuerza máxima por parte de su Estado. El Estado israelí es muy fuerte, la comunidad judía de Israel lo es mucho menos. No sé de qué manera los israelíes pueden salir de la trampa de Gaza, ni la forma de renunciar a la policía sumaria que tanto les gusta, en realidad, a los asesinos monstruosos de Hamas, al régimen sirio del “Baaz” o a los “ayatolás” iraníes para perpetuar su odio y su resentimiento hacia Israel y cerrar todas las puertas a la paz. Todos ellos son sordos. Los que deben, y son capaces, de reflexionar son mis hermanos de Israel. Porque, como nuestros ancestros comunes, los israelíes – ellos lo saben- siguen viviendo en un “ghetto”, mental y geográfico. Aunque ahora sea un “ghetto” armado e hipertrofiado por la memoria pública de los israelíes.

“Lehaim”: por la vida.

9 Comments
  1. celine says

    Bello y claro. Sholom, Bernstein.

  2. cienciasycosas.blogspot.com says

    No todos los judíos son responsables de lo que haga el gobierno de Israel, aunque para algunos, parezca que sí.

  3. Anna Grau says

    La sed de verdad sólo se sacia con artículos como este. Moltes gràcies, Félix Bornstein.

  4. Mara9 says

    Mientras hay inteligencia y compasión hay esperanza.

  5. tito says

    ¿Esto es parte de la campaña gubernamental israelí tras la matanza de la semana pasada? ¿Ese furor por publicar en internet que surge tras cada matanza de civiles?

  6. Eulalio says

    O sea, Israel es una víctima otra vez, de su contexto, de su pasado y de sí mismo. Para no extendernos en agravios, podría recordar también las resoluciones del consejo de seguridad de la ONU que incumple, aunque sea por «defensa propia». La guerra de Irak se produjo por un incumplimiento similar con un objetivo bastardo.
    Creo que el sometimiento a la legalidad internacional es la única manera de legitimar el estado de Israel, y de paso conseguir su salvación, la salvación de sí mismo y de su violencia.
    Saludos

  7. mazapán says

    Un vistazo al mapa actual de Israel-Palestina nos muestra algunos datos objetivos:
    De la antigua Palestina (anterior a 1947), en la actualidad 85% de estos territorios están en manos israelíes y el 95% del suelo agrícola, así como recursos naturales son explotados por israelis.
    Una información extensa y desde diferentes perspectivas, amplia el conocimiento y pemite al propio intelecto, de manera sosegada y racional, formarse una opinión propia.
    El artículo, con fecha 5-6-10, de Uri Avnery, muestra un lúcido análisis sobre el abordaje al barco de nacionalidad turca, por militares israelís.
    El premiado periodista, judio nacido en Alemania, y activista a favor de la paz entre Israel y Palestina, nos da su visión de los acontecimientos en un artículo titulado: «Mata un turco y luego descansa» (que nadie se asuste, el titulo es una frase, según explica él, de un conocido chiste).
    http://www.uri-avnery.de Saludos

  8. Jota Mos says

    La diferencia entre la persecucción y exterminio de los judios, junto con otras minorías y grupos sociales, por los nazis y las de siglos anteriores (también fueron perseguidos por Stalin) es que Hitler lo hizo de una manera biológica y no ideológica. Aunque un judio estuviese adapatado al pais donde viviese, su condición bilógica de judío, por encima de creencias, le condenaba. Por lo tanto ni la conversión le salvava por ser un ser estigmatizado. Eso justifica de por sí el que este pueblo tenga un lugar en el mundo donde refugiarse, pues ni aún adaptandose, y eso lo han hecho los judios muchas veces, basta ver la historia universal de la cultura, le eximió de la condena.
    Quizas y esto es plena utopía, lo ideal sería una confederación de tres estados, Israel, Cisjordania y territorio de Gaza, con una capital confederada en Jerusalen. Ese estado confederado debería tener un nombre nuevo y bandera nueva correspondiendo a su nueva condición. Por que no Palestina que era el nombre de aquel territorio. también dos lenguas, hebreo y arabe. Y aunque ese territorio no forma parte de Europa, dejarle la posibilidad de pertenecer a la Unión Europea pues esto le daría un futuro más solido y protegido. Ademas ¿No hemos sido en buena parte los europeos y nuestras politicas antisemitas los que hemos ido creando este nudo gordiano a lo largo de la historia.? Pero esto, claro esta son palabras en el viento.

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