La familia es un manantial rebosante de alegría. Aunque no suele tener mucha prensa adicta, yo –y Dios sabe que no lo hago por llevar la contraria a mis colegas- despliego aquí el estandarte de la institución familiar, incluidos sus miembros por afinidad, los llamados “parientes políticos” (¿se usará, dicho sea de paso, el adjetivo “políticos” para designar indirecta y elípticamente a los miembros de la familia biológica con el nombre oculto de “parientes militares”, como si la familia fuera una eterna guerra de guerrillas?; más vale que aparque ya la contestación a dicha pregunta si no quiero poner un prematuro punto final a mi artículo). Sigo sin más interrupciones: la familia es un ágape permanente de dicha y consuelo omnicomprensivos. Porque esta fuente de placeres compartidos que es la familia de estirpe romana abarca también el lado económico de sus componentes, si bien en tiempos de recesión, como los actuales, conviene que algunos espabilen un poco. Por si acaso.
La hoy añorada bonanza económica de hace apenas tres o cuatro años trajo a nuestra sensata España un espíritu renovado de competitividad que sólo los resentidos de siempre podían confundir con un apetito desordenado de malicia. Algunas autonomías hicieron gala de un dinamismo ejemplar (ejemplar, porque contagiaron a las que, naturalmente, no querían quedar rezagadas) y eliminaron en la práctica los impuestos de sucesiones y donaciones. “Pongamos que hablo de Madrid”, comunidad en la que Esperanza Aguirre concedió en ambos tributos una reducción en la cuota del 99% para las herencias y donaciones entre padres e hijos (con exclusión de los “afines” porque la Presidenta tiene un gran corazón, pero no es idiota), y también las habidas entre los cónyuges. De esta forma, una herencia de unos 800.000 euros (después de aplicar la exención por la vivienda habitual y, aunque parezca extraño, una reduplicada reducción por parentesco), que antes suponía una cuota a ingresar de casi 200.000 euros, pasó con dicha reforma a importar la no muy exagerada cifra de 2.000 euros de cuota a ingresar. Y con las donaciones, aunque la sima en la que caía la Hacienda autonómica no era tan profunda, ocurría otro tanto. Este esquema, con menor progresividad, beneficiaba lógicamente a los tramos inferiores de la escala patrimonial, a todas las herencias y donaciones, incluidas las de “menor cuantía”, aunque supongo que no hace falta señalar con el dedo a los que se llevaban la parte del león.
Tampoco parece necesario indagar demasiado en algunas causas coadyuvantes de la sequía que sufren actualmente nuestras cuentas públicas, dada la mentalidad legal imperante hasta hace poco, de la que Madrid es sólo la que ostenta su perfil más agudo. El caso es que, en medio de los ajustes presupuestarios que todos los poderes están haciendo para poner a dieta al déficit y la deuda, podemos preguntarnos de manera legítima: ¿continuarán vigentes durante mucho tiempo esos privilegios fiscales para las herencias y donaciones? Porque, a fecha de hoy, esas medidas de gracia no son fórmulas legales de pasado, por muy imperfecto que ahora nos parezca ese pretérito. Las bonificaciones fiscales, en este caso, siguen vivas y coleando. La respuesta a la cuestión señalada sólo está en las manos del legislador, pero dicha obviedad es motivo de incertidumbre para cualquier padre o madre previsor. Simétricamente, la preocupación de los padres por el futuro de sus hijos es motivo de ansiedad para estos últimos. Pudiendo llegar a la angustia que siente el corazón de un buen yerno o una buena nuera, que añaden a sus rectas intenciones hacia los suegros su entrega, preferente y desinteresada, a la contraparte de su misma costilla. Los bienes hereditarios o donados son privativos de su adquirente, ¿pero es el Código Civil un muro infranqueable para el cónyuge abnegado y de buen corazón?
Como es de mal gusto proyectar sobre el presente la sombra futura de lo inevitable, que además puede llegar acompañado de cierta amargura fiscal, examinemos la procedencia de no demorar en exceso el análisis, caso por caso, sobre la oportunidad de las transmisiones “inter-vivos”, teniendo siempre la prudencia de no aflorar plusvalías en el IRPF del donante si la transmisión no consiste en metálico. Valgan esta advertencia y esta reflexión para preservar y aún reforzar el cariño dentro de la familia; para alentar el afecto natural de los padres y, especialmente, el afecto “político” de los suegros. Lo digo exclusivamente para contentar a los cínicos inveterados que piensan que hay que recetar vitaminas sentimentales a la familia política, aunque sea imposible satisfacer el recelo de los escépticos. El 99% de los suegros (por repetir el número mágico de Madrid) sólo tiene ojos para ver la belleza de la nuera y las atenciones del yerno, que suele ser todo un caballero. Lo que la suegra no ve son los ojillos libidinosos del fisco.
Jolines. Hay que ver cómo es esa suegra.