Escribir con el corazón

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Yo no soy periodista, pero escribo en los periódicos desde hace muchos años. Sé, por esa humilde y prolongada experiencia, que el periodismo es una forma de hacer “literatura” (y no sólo un método de ejercitar la “escritura”, como sucede en otros oficios, como el de abogado  o político, en los que el texto escrito forma parte de un proceso que sólo se cualifica por sus resultados: en estos casos el proceso se diluye como si nunca hubiera existido y sólo importa su final, quién gana el pleito o las elecciones). En la literatura no hay ganadores ni perdedores, porque no hay forma de medir los resultados en una actividad -el periodismo y otras formas literarias- que no aspira (o no debería aspirar) a ganar ninguna batalla por el poder, el dinero o la preeminencia social, que son los fines que ordinariamente persiguen los actores que debaten en la arena política, económica o judicial (y también sus comparsas de algunos medios periodísticos, que realmente no son periodistas legítimos sino escuderos con derecho a percibir de su señor “los gajes del oficio”). Ser periodista es otra cosa.

Ser periodista es trazar la mitad de un círculo y esperar –tener fe- a que aparezca el interlocutor que ponga la otra mitad. Ser periodista es dar el primer paso para constituir una comunidad. ¿Qué une, entonces, al periodista y al lector para, a pesar de todas las diferencias que puedan separarles, recibir este contacto con la precisión que da la vida real –y no un ensueño metafísico- el nombre de comunidad? Quizás pocas cosas, aunque son las únicas que por sí mismas hacen decentes a los hombres: el amor a la libertad, la pasión por la justicia y la búsqueda sin contraprestaciones de lo que cada uno cree que es la verdad. La verdad casi nunca comparece, es difícil reconocerla, pero todos somos capaces de detectar e identificar sin demasiados problemas la cara de la mentira. Bien: saber que la mentira es mentira no es una verdad menor.

¿Cómo se hace buen periodismo, cuáles son las fórmulas para transitar por ese proceso comunicativo sin fines tangibles para el que escribe y que sólo se justifica por la intención de “mover y conmover” al lector, esa carrera de relevos en la que la entrega del testigo supone el único fin y el agotamiento de la actividad de escribir? No hay recetarios a mano, pero yo creo que debe hacerse manchando los pinceles hasta que el periodista matice un color que sea el producto de una doble mirada: el periodista debe escribir con la cabeza y también ha de escribir con el corazón.

Escuchar, seleccionar la noticia que le llega y luego difundirla o analizar sus ángulos más cerrados son las cuadernas del trabajo periodístico, la estructura sobre la que finalmente descansa el artículo. Es una labor que los periodistas hacen con la cabeza. Es lo más patente del oficio, pero en sí misma resulta insuficiente para publicar un artículo en el periódico. Apenas hay respuestas convincentes a las emociones que sentimos y tampoco percibimos las notas exactas que identifican y discriminan los sentimientos humanos. Pocas veces podemos ponerles nombres adecuados, nos falta un diccionario de las emociones. Pero los sentimientos existen, son reales. Escribir es también lanzar señales de reconocimiento, marcar nuestra posición –poner una boya- en el mar tumultuoso en el que todos flotamos para que alguien acuda a recatarnos. Un artículo es como la “balsa de la Medusa”, el cuadro de Géricault que ha recibido la maravillosa mirada de Julian Barnes, quizás el mejor relato moderno sobre la vida de los náufragos, aferrados a una tabla a la deriva entre sentimientos de impotencia y desesperanza, pero también animados por el anhelo de salvación. Los náufragos probablemente emiten señales inútiles porque el océano no dispone de una tierra firme dentro de sus ilimitadas fronteras y está permanentemente lleno de otros náufragos, tan indefensos y frágiles como el periodista. La catástrofe acecha, pero esas señales –la escritura del náufrago que hace literatura- la han transformado en otra cosa, en un proceso liberador. Escribir con el corazón es el reverso –la otra faz es la mente- de un proceso que no llega –confesémoslo- a ninguna meta. Sin embargo, escribir con el corazón es la única forma plausible de poner nombre a las cosas y encontrarles una explicación. El lenguaje libera, no porque sea capaz de cambiar el mundo, sino porque puede intentar explicarlo.

El periodista no existe si no tiene lectores. Necesita abrir el correo electrónico y ver la respuesta que espera: “hay tantos mensajes nuevos”. Lectores, sí, que sean amigos, pero que simultáneamente no lo sean. Los periodistas necesitan que el lector les lea como “el hombre dentro del pecho” del que habla Adam Smith en su “Teoría de los sentimientos morales”. No somos nada – si se me permite incluirme en las filas de esta honrosa profesión- sin un espectador imparcial que nos despierte si nos ensimismamos, un lector del que deseamos su aprecio pero que, con su objetividad y su juicio sin composturas, nos ayude a forjar nuestra razón de ser y estar en “la Red” o en los soportes de papel. Y también que nos enseñe algo más importante en el plano moral, a ser humildes sin ser serviles, y a conservar siempre nuestro respeto a la verdad y nuestro autodominio.

3 Comments
  1. Mara9 says

    El lenguaje libera porque verbalizar implica buscar, encontrar o en casos extremos crear el sentido del mundo. Y todo lo que tiene sentido es humano.

  2. celine says

    Lo que más cuesta es escribir con honradez, ¿no? Sí, con el corazón y con la mente; me gusta. Y con honradez, sin nada que ganar excepto una conciencia agusto consigo misma. O ganar la paz que produce el deber cumplido. Sin aplausos ni medallas.

  3. Jota Mos says

    Literatura y periodismo no están tan alejados, cuando ambos manejan el mismo arma , que es la palabra. La literatura maneja principalmete la ficción, pero busca ser veraz en ella. El periodista maneja la veracidad de la información , pero luego maneja la originalidad del punto de vista, la elucubración de lo que pudo pasar o puede suceder. Pero esta claro que la primera siempre es más subjetiva y la otra más objetiva. Ambas son igual de nobles, enrriquecedoras y necesarias si se hacen con honrradez y seriedad, pero como todo no siempre sucede así, aunque eso sí, para el periodista la verdad siempre colgará sobre él como una espada de Damocles, mientras que al literato la fantasía siempre será un recurso. Pero no es una más que otra, pues sus fines también son distintos, aunque tengan en común el buen uso de la palabra.

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