“Buenos días, soy español... con perdón”. Esta era una frase pronunciada por un director financiero de una de nuestras grandes del Ibex entre bastidores del Spain Investors Day celebrado a finales del pasado mes de noviembre, en el que un servidor estuvo presente de principio a fin. Dicho foro tuvo el don de la oportunidad, ya que en pleno ataque especulativo contra lo ibérico (y no precisamente los embutidos), pudieron venir unos 200 inversores de todo el mundo para relacionarse con 30 empresas del Ibex, la CECA y el Gobierno, cuya facción económica acudió casi en bloque para convencer a los gestores de que España es algo más que la porquería con la que inundan los mercados los hedge funds bajistas.
Exceptuando a Red Eléctrica, no hay ninguna empresa españolas sin una fuerte y creciente presencia en el extranjero. Alrededor de dos tercios de los ingresos de las compañías del privilegiado índice proceden de fuera y, ojo, no se trata ya sólo de Latinoamérica. Podemos hablar de EE UU, Reino Unido, Alemania, Asia... Hemos conseguido crear colosos multinacionales, algo que hace sólo 20 años era ciencia ficción.
Todo esto es un gran logro y habla de la madurez de nuestra economía, así como del talento de nuestra clase dirigente. Resulta patético que ataquen indiscriminadamente a los miembros del Ibex por su riesgo España, cuando está tan diluido. Lo hemos denunciado y seguiremos haciéndolo. Claro que...
En clave local, no es tan buena noticia esa enorme diversificación. Existe un riesgo añadido para nuestra clase trabajadora: a los grandes colosos domésticos les empieza a sobrar gente en España a espuertas. Creo que no peco de loco si digo que BBVA, Santander o Telefónica (por citar las joyas de la corona) reducirían encantados de la vida un 15% (o más) sus plantillas en nuestro país, que es desde hace tiempo un mercado maduro. El crecimiento llega de Brasil, México, Asia, Europa del este... pero no de aquí.
Si no realizan ese fuerte ajuste es por muchos motivos, principalmente la presión política que pueden sufrir. Pero me consta que en las grandes corporaciones ponen ahora todas las facilidades del mundo para que se marchen sus trabajadores. Ejecutivos o personal medio, da igual. Talentosos o del montón, tampoco importa. Se les abre la puerta con todo el cariño, las mejores condiciones posibles y mucha discreción.
A cambio, eso sí, se está valorando mucho la capacidad de moverse. El que quiera progresar en estos grupos le va a tocar hacer las malestas y conviene que sea pronto. De momento, se está primando que se marche el trabajador en calidad de ‘expatriado’, con buenas condiciones y ayudas... pero ya hay quien se está planteando que un cambio de país es, simplemente, contratar al trabajador en el país de destino y poco más. La movilidad será, simplemente, que el empleado se vaya de un sitio a otro, sin más.
No todas las empresas van a tener la sensibilidad que dicen que tiene Doña Esther Koplowitz, que ha ordenado que las reducciones de costes de su compañía impacten lo menos posible en la plantilla. Es una decisión con gran sensibilidad humana, que raya en lo maternal, pero ocurre que la compañía es de ella.
Eso no lo puede decir alegremente un presidente que luego se las verá en junta de accionistas con un fondo de inversión extranjero al que no le importan lo más mínimo las cuestiones humanas. Al contrario, intentan soltar lastre poco a poco, sin que se note demasiado.
Conviene que vayamos cambiando el chip. Será difícil prosperar en una corporación haciendo carrera sólo en España y no me refiero a los altos cargos. El personal sedentario en nuestro país, con muchos años de vida en una misma compañía y siempre en la misma ciudad, empieza a ser mirado con ojos sospechosos. Ninguno de los grandes del Ibex se atreve a realizar un fuerte ERE en nuestro país, pero tienen muchas ganas.