Jerusalén

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Oriente Medio, visto con los ojos occidentales al uso (los del turista que cree saberlo todo o los del consumidor de imágenes y noticias por control remoto), es una representación perfecta del teatro del absurdo. Como soy, he sido y seré un pecador occidental, para lo bueno y lo malo, no voy a presumir ahora de una mirada sagaz sobre esa región del mundo. Pero cuando viajo a la zona, físicamente o de otra manera (porque hay muchas formas de viajar), a veces me digo a mí mismo: “si quieres enterarte realmente de algo, lo mejor es ser humilde, abrir bien los ojos y dejarte llevar”. Mal que bien el librillo de instrucciones funciona, me doy cuenta de que en algunos lugares de Oriente Medio nada es lo que parece, que algo indefinido palpita debajo de la superficie y que incluso muchos de sus habitantes -ni siquiera tampoco ellos- saben bien lo que les pasa. Aunque lo disimulan. Si no conocen nada de ti, a menudo te miran extrañados, como a la defensiva, precavidos y con aire de sospecha. Imaginando por adelantado tus supuestos prejuicios sobre ellos, como corresponde a alguien que llega de fuera sin conocer su realidad íntima, sus vidas cotidianas y las de sus enemigos, cargadas de desconfianza mutua, odio y, ocasionalmente, de una violencia inhumana.

Jerusalén, pese a su turismo de masas, es la ciudad-clímax de lo que digo. La ciudad sagrada es la reina de la fusión del mito con la realidad. En Jerusalén las tres religiones del Libro tienen su propio y excluyente vaticano y desde 1967 (año en que el ejército israelí ocupó la parte oriental de la ciudad, hasta entonces anexionada por Jordania) toda la urbe y las poblaciones cercanas irradian una “electricidad” ambiental muy opresiva, siempre a punto (a veces realmente la tormenta se desata) de descargar miles de voltios para electrocutar a sus habitantes. Jerusalén tiene sus ventajas en otros apartados de la vida (cada uno, desde su óptica particular, tendrá su punto de vista), pero desde el centro de su perímetro expande, como si fueran las ondas magnéticas y cada vez más amplias de esa electricidad espiritual tan dañina, una exigencia casi insoslayable para todos los que tienen la suerte o la desgracia de ser atraídos por ella. Jerusalén es un mito que exige a sus fieles creyentes, a los servidores de sus designios implacables, que definan y sobre todo defiendan la relación de identidad que unos y otros, los israelíes y los palestinos, residan o no en la ciudad, mantienen unilateralmente con la que consideran su capital irrenunciable. Jerusalén es la única ciudad del Oriente Medio en la que “uno” vive cerca del “otro”, en la que ambos pueden mezclarse en gran número. Para el Estado de Israel, y ésta es la causa principal de una coexistencia muy difícil y conflictiva para sus moradores, Jerusalén es su capital “eterna e indivisible”, y su parte oriental no está ocupada, no es territorio ajeno a los judíos. Y, sin embargo, no reconoce derechos políticos plenos a sus residentes palestinos. Jerusalén es un mosaico demasiado abigarrado. A la ciudad de las tres religiones no hay dios que la entienda.

El conflicto entre israelíes y palestinos, con su epicentro en Jerusalén, tiene un poder desestabilizador mundial. Eso es innegable, pero esa fuerza destructiva no la justifica ni la exigüidad del territorio, ni el número de sus habitantes, ni ninguna otra razón objetiva o argumento racional. Lo que cuenta, hasta el agotamiento,  es el símbolo. En cierta ocasión escuché a Shlomo Ben Ami, ex-ministro de Exteriores del Gobierno israelí, cómo les contaba asombrado a sus interlocutores algunos detalles de las negociaciones mantenidas por él y Ehud Barack con Yaser Arafat y su equipo en Camp David durante el año 2000, bajo la mediación del presidente Clinton, poco antes de que fracasara el último intento serio acometido por las partes para lograr la paz. Ben Ami, casi avergonzado (ante su audiencia y supongo que, años antes, mucho más respecto al mandatario americano), manifestó a los presentes su estupor por la paciencia infinita que había tenido con sus invitados el presidente de la única potencia imperial, con intereses mucho más vastos y complejos que los de los israelíes y los palestinos. En su residencia de Camp David, los respectivos negociadores de unas organizaciones remotas y minúsculas le hacían perder al presidente norteamericano su escaso tiempo, le zurraban la badana discutiendo sobre un mapa urbano de Jerusalén, barrio por barrio, calle por calle y casa por casa el reparto de varias zonas de la ciudad entre unos y otros. Exprimiendo hasta la desesperación las energías laborales del gobernante más poderoso del mundo. En el fondo no me extraña que el presidente Clinton, entremedias de una serie completa y turbulenta de rondas negociadoras destinadas al fracaso, intentara calmar sus nervios de punta haciendo el paripé más espantoso y ridículo con la socia más pánfila del club presidencial de becarios y becarias.    

El testimonio del  antiguo ministro israelí, directamente implicado en las conversaciones de paz, demuestra, sin necesidad ahora de culpar retroactivamente a nadie de su ruptura, la importancia decisiva del desacuerdo sobre el estatuto de la ciudad santa, y también la que tiene  el posible retorno a sus hogares de los refugiados palestinos. Las dos cuestiones fueron la espoleta del estallido de la Segunda Intifada y de todo lo que ha venido después, con las secuelas de sangre de tantos muertos, mutilados y heridos, por no hablar de otros problemas menores, en comparación. Jerusalén y los refugiados son temas tabú, una palabra polinesia que significa “no tocar”. Y las cosas ahora siguen igual.

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Al menos es lo que dice la voz del mito, esa cáscara de la realidad que más tarde o más temprano se abre y con el paso del tiempo enseña lo que hay en su interior. Hoy ese tiempo parece que ha llegado. La realidad suele mostrar su misterio y excitar a los sectarios como si fuera “pornografía blanca”. ¿De qué ha valido tanto sufrimiento, cuál era la finalidad de tanta violencia para desembocar finalmente en la epifanía de tanta impostura? La televisión qatarí  Al Yazira comenzó a difundir el 23 de enero unos 1.600 documentos (del período 1999-2010) sobre las negociaciones secretas mantenidas por los máximos dirigentes israelíes y palestinos. Si los documentos sonoros y gráficos fueran auténticos (y casi todo indica que lo son), los negociadores palestinos habrían aceptado en junio de 2008 que los israelíes conservaran la propiedad de todos los barrios judíos de Jerusalén Este (Guiló, Guivat Tzorfatit, Pizgat Zeev…) a excepción de Har Jomá, que pasaría a manos palestinas. Como también la ciudad de Maalé Adumim, aunque permitiendo que sus habitantes israelíes continuaran residiendo allí. El principal negociador palestino, Saeb Erekat, también habría admitido la desmilitarización de un futuro Estado palestino y, por su parte, su propuesta sobre el retorno de los refugiados habría incluido, solamente, a 10.000 personas al año, de los más de cuatro millones de palestinos que se encuentran en esa situación. La demolición absoluta del mito irrenunciable llegó cuando Erekat sugirió la posibilidad de que el sector más conflictivo de Jerusalén –al-Haram al-Sharif-, la explanada en la que se encuentra la mezquita de al-Aksa, se mantuviera provisionalmente bajo supervisión internacional hasta que se llegara a una solución definitiva.  Como dijo Erekat, “lo único que no puedo hacer es convertirme al sionismo”.

Poco antes de esta explosión de transparencia, indiscreción o simple maldad (según se mire) por la cadena qatarí, vio la luz una encuesta de opinión efectuada por el American Pechter Middle East Polls, por encargo del Consejo de Relaciones Exteriores, con la colaboración del director del Centro Palestino para la Opinión Pública, Nabil Kukali. La encuesta, realizada en 19 barrios árabes de Jerusalén oriental, indaga sobre la hipotética partición de la ciudad como resultado de un acuerdo definitivo de paz. Quizás para sorpresa de algunos, cerca del 40% de los residentes palestinos encuestados se opuso a la partición, optando por la tarjeta azul de identidad israelí, frente a un 30% que elegiría ser nacional de un futuro Estado palestino con una Jerusalén dividida; el 30% restante se inclinó por el consabido “no sabe/no contesta”. Los palestinos proisraelíes refractarios a la partición de la ciudad declararon como motivos de su postura: seguir disfrutando del actual sistema de salud y de las prestaciones sociales del Estado de Israel, de las superiores expectativas de ingresos y oportunidades de trabajo, y también de su libertad de movimientos. Los que optaron por una eventual ciudadanía palestina adujeron, como argumento nuclear y casi exclusivo, su nacionalismo militante y su patriotismo palestino. Ante cualquier encuesta, cautela. Pero no desprecio y negación como petición de principio. Y menos en este caso, después de tantos años de cansancio y de violencia agotadora sin causa.

Creo que, desgraciadamente, un estatuto razonable y permanente para Jerusalén no está próximo en el tiempo. Nada está escrito sobre su futuro, desde luego, pero ojalá perdiera su naturaleza de “ciudad celestial”, que ha sido y continúa siendo el legado verdaderamente infernal de la fe religiosa. Jerusalén ha sufrido ya demasiado, desde el intento de asesinato, por mandato divino, de un padre a su hijo mayor en el monte Moria, salvado in extremis y de milagro por un carnero perdido en la espesura; un incidente al que sigue la destrucción del primer templo de la ciudad, después una crucifixión horrorosa también ordenada por Dios;... los romanos, los sicarios, otra vez la destrucción del templo, la expulsión de sus legítimos habitantes; luego al Profeta le da por ascender y descender en un burro con alas y volar por los cielos en ese asno sagrado usando la ciudad como si fuera la pista de un aeropuerto, posteriormente la barbarie de los cruzados y la crueldad de Saladino…los sionistas, los palestinos, los franciscanos y la Biblia en tres idiomas y además en verso. Jerusalén es una ciudad maravillosa y debe conservar y recordar (no todo) su pasado con orgullo compartido. Pero desde el comienzo de su historia está preñada de violencia, tragedia y milagros cotidianos. Si pudiera desembarazarse de los fanáticos nacionalistas y de sus hermanos -los creyentes religiosos que quieren imponer su voluntad cueste lo que cueste- sería estupendo, es decir, normal. Como la vida que intentamos llevar en nuestra ciudad usted y yo, estimado lector.  Los niños israelíes y palestinos se lo merecen.

7 Comments
  1. J Mos says

    Jerusalen. Como dice el Señor Bornstein, pesa sobre toda la humanidad como bendición y amenaza. Tanatas veces destruida y tantas reconstruida. Demasiados milagros y demasiados sacrificioos.
    Jerusalen , quizas necesite una ayuda de fuera, no solo de aeabes y judios , para dirimir su problema. No hay que olvidar que se ha planteado alguna vez dejarla bajo la tutela de las naciones unidas.
    Si yo pudiera soñar sobre ella, haría de esta ciudad la capital confederal de un estado nuevo, confederación de tres estados,israel, cisjordania y el territorio de Gaza. Una nación con nuevo nombre bdonde convivieran judios, musulmanes, cristianos, agnosticos, ateos…. pero todo esto es un suponer.
    Dicho estado desde luego debería tener una colaboración de la ONU permanente, y los cascos azules,cooperaran con el ejercito de israel y la policia palestina hasta que el tiempo curara las heridas.
    es una idea para este rincón del mundo tan importante a nivel religioso y cultural, también estratégico, y convertido siempre en un nudo gordiano teñido de sangre.

  2. Eleazar says

    Como siempre da usted en el clavo. Esperamos que en un futuro cercano el mito se convierta en verdadera paz.

    Por cierto, gracias a usted comprendo ahora un poco mejor a Bill Clinton 🙂

  3. Jota Mos says

    Quizas señor Bornstein los acontecimientos nos superen. Lo que pasa en Egipto, Jordania, Tunez, multiplican los interes de Oriente medio en muchos nuevos focos.
    Y Europa actua con lentitud. Uno piensa que la actitud dubitativa y reacia de Europa a la entrada de Turquía en la Unión, no es una buena actitud política, No se trata de ponerselo más facil que a los demas, sino igual que a todos. El que sea un pais mayoritariamente musulman no es motivo para cerrarselo a una Unión que se dice laica y donde se permite la libertad de culto. Ya se sabe en aquello del doble rasero.
    En cuanto a lo geográfico, es cierto que Turquía es minimamente europea. Pero posee un rincón de Europa, nada menos que la antigua Contantinopla, la Sublime Puerta. Ademas. ese Imperio que era mediterraneo e intercontinental (Europa, Asia y Africa), fue definido en el siglo XIX como el hombre enfermo de Europa. Pero sobre todo, por que si se la cierran las puertas, dara al traste con la política europeista, occidentalista y laica que trazó Mustafa Kemal (cambió hasta el alfabeto del arabe al latino)Una Turquía a la que se cierre Europa, podría ser el crisol donde pivotara un nuevo imperialismo musulman. Por el contrario una Turquía en la Unión Europea, se convertiría en un ejemplo de moderndad y laicismo a imitar por otros paise musulmanes, sin vernos obligados los europeos a admitirlos en nuestra Unión, ya que sus condiciones geográficas, historicas y culturales no son las de Turquía.
    Turquía no es solo la Sublime Puerta, que lo es geograficamente de buena parte de Europa, sino también la Sublime Llave.

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