Que la estructura del mercado de trabajo no era, ni de lejos, la causa del hundimiento del empleo lo sabíamos todos. Lo sabía el Gobierno, los sindicatos, la patronal, los mercados y hasta el gobernador del Banco de España, que también sabía que los problemas de los españoles, los problemas de verdad, tenían que ver más con su negociado que con el del felizmente desaparecido -del Gobierno, se entiende- Celestino Corbacho. Que el origen del desempleo estaba más relacionado con las aventuras especulativas e inmobiliarias del sector financiero que con la cuantía de la indemnización por despido no era un secreto para nadie. Que la delicada situación de las Cajas de Ahorro y el cierre del flujo de crédito a Pymes y autónomos condenaba a la incertidumbre del paro a muchos miles de trabajadores más que la definición de las causas objetivas del despido tampoco se escapaba a ninguna privilegiada entendedera, ni tan siquiera a la del vicepresidente de la Comisión Europea, Joaquín Almunia, que, según la Wikipedia, hace ya muchos años llegó a ser no solo socialista, sino también, de Bilbao.
Todo el mundo sabía estas cosas y todo el mundo sabía que la reforma laboral no contribuiría a la creación de empleo, pero había que lanzar mensajes a los mercados, había que hacer reformas y había que hacerlo rápido. De hecho, 110 kilómetros/hora parece una velocidad adecuada para hacer cierto tipo de reformas. Y lo que todos sabíamos queda desgraciadamente corroborado, mes tras mes, por las cifras de paro registrado y de afiliación a la Seguridad Social. Ayer miércoles, el Ministerio de Trabajo aportaba los datos de febrero, cuando se computaron 68.260 parados más que en el mes anterior. El número de desempleados se sitúa en 4.299.263, récord de la serie histórica comparable (1996).
De momento, la reforma laboral no está aportando los resultados apetecidos por cualquier bien nacido. Al contrario. Como diría Mercedes Sosa, en el largo caminar que nos ha llevado del 16 de junio de 2010 –fecha en la que el Gobierno aprobó el Real Decreto Ley de medidas urgentes para la reforma del mercado de trabajo– hasta hoy, 316.845 personas han perdido su puesto de trabajo. Eso, los que alguna vez lo tuvieron. Concluir que la reforma laboral es responsable de este desaguisado es igual de sectario y ramplón que asegurar que la mejor obra social de las Cajas de Ahorro es el servicio que prestan al merecido y confortable retiro de sus directivos. Eso no se puede decir, pero como suelen recordar los expertos en sondeos y estados de opinión, a estas alturas de la película, ocho meses después, alguna tendencia se debería atisbar. Y lo cierto es que no se atisba nada.
Si rescatamos el Real Decreto aprobado en junio podemos comprobar que el primero de los objetivos de la reforma era “reducir la dualidad de nuestro mercado laboral”. Y no parece que lo estemos consiguiendo. Esa “dualidad” a la que se refiere el texto pretende confrontar la precaria situación que padecen colectivos como los jóvenes (muchos de ellos en busca de su primer empleo) y la presunta estabilidad de los afortunados que mantienen un contrato fijo, con sus catorce pagas y su ayuda para cambiar de gafas… Esto es, unos auténticos privilegiados. Pues bien, a pesar de todo, la brecha sigue creciendo. Un 10,9% del total de parados (470.421) tienen menos de 25 años, lo que representa un incremento de 22.555 personas (5,04%) respecto al mes anterior.
Otro de los objetivos de la reforma era facilitar el acceso al mercado de trabajo de un colectivo especialmente castigado por el desempleo: las mujeres. Según los datos de febrero, el paro femenino ha registrado en los últimos doce meses un aumento del 6,64% y afecta ya a 2.164.651 trabajadoras.
Fomentar la estabilidad en el empleo era otra de las prioridades de la reforma. Tampoco en este ámbito las cosas han ido a mejor. En febrero, el número de contratos (1.011.418) descendió un 9,37% respecto al mes anterior. La variación anual, pese a la reorientación de las bonificaciones a las empresas, castiga más severamente a los contratos indefinidos (-6,77%) que a los temporales (-1,07). La gran estrella de la reforma fue el llamado contrato para el fomento de la contratación indefinida. Las cifras en este apartado son de difícil calificación. El mes pasado se firmaron 44.851 contratos indefinidos y 9.358 de fomento de la contratación indefinida, lo que, para esta modalidad, supone una caída anual del 36,8% .
La reforma laboral, como todos sabíamos, no está creando empleo, pero nos ha tenido entretenidos unos meses a todos: a los del Manifiesto de los 100, a los del Manifiesto de los 500 y a los casi 4,3 millones de parados de este país. Y lo que es peor, todos sabemos también que ni tan siquiera será un factor determinante para crear empleo en el corto plazo si no se recupera el crédito, el consumo y la inversión… De recuperar la moral, la dignidad y la solidaridad, ni hablamos, que dicen que es demagogia… En cualquier caso, estaría bien que si hay que hacer estas cosas por la sencilla razón de que el mundo en el que nos ha tocado vivir impone hacerlas, nos lo digan. Lo que no es de recibo es que nos engañen, y menos, desde la presunta izquierda.
La tarea de los medios ahora es la de quitarle el miedo a la gente para que los que tienen dinero inviertan, lo hagan correr. Así se creará empleo, digo yo, ¿no? ¿Podrías escribir sobre esto? Bienvenido a este cuartopoder que me mola.
Me duplicas el tiempo que necesito para seguir tu obra… espero que también el gusto de leerte. Bueno, eso seguro. Bienvenido