No, no es Mario Conde, pese a su indudable encanto masculino. El hoy modelo de tertulianos televisivos y otrora distinguido financiero pudo haber ganado el premio del que enseguida les hablaré y haber incrementado así su cuota de admiración entre las mujeres. Se trata de un reconocimiento oficial a la excelencia en la aplicación de las políticas de género en la empresa. Pero como la tragedia de Mario es su habilidad para el enredo, él solito perdió su banco y su encanto, dos activos que, juntos, son dos economías de escala para triunfar en sociedad. Por eso el premio se lo han dado a otro. Muy merecidamente, por lo demás. Porque es un banquero muy serio, de lo mejor que hay en los patios de operaciones. Déjenme que, para resaltar la estupenda labor del galardonado, les ponga en antecedentes con una brevísima excursión literaria.
Un poeta triste y aburrido, sintiendo cercana su muerte, confesó que había desperdiciado su vida como el que tira a la calle el papel de una chocolatina. Ese poeta, que murió en 1935 y se llamaba Fernando Pessoa, hoy sería un hombre influyente y feliz. Es natural que un poeta se dé a la exaltación melancólica, pero el paso del tiempo y los nuevos lectores pueden obrar el milagro del giro lingüístico: el texto que nuestros abuelos leyeron convencidos de que era un poema ocultaba en realidad un ensayo social de altos vuelos. Y lo mismo le sucede al autor: el ilustre vate de Lisboa ha resucitado como un genio de la política, ha alcanzado la condición virtual de ser la cabeza pensante del Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad. Todo ello gracias a la penetrante crítica literaria de la ministra Leire Pajín. Se dice a menudo que la realidad supera la ficción, pero hasta ahora yo no había visto nunca que una lírica tan majestuosa como la de Pessoa fuera superada por una prosa tan aguda –una punta de flecha que traspasa el corazón de cualquier persona con sentimientos- como la de la ministra que ha prohibido el humo del tabaco para que podamos leer rectamente el verdadero sentido de un libro.
¡Enhorabuena, ministra! Por haber otorgado el distintivo “Igualdad en la Empresa” correspondiente al año 2010 al Banco Santander de Emilio Botín. Es verdad que al principio se impuso la máquina burocrática porque a don Emilio le faltaba algún papelito para obtener esa mención de honor a los empresarios más sensibles de España, pero la verdad siempre resplandece a la larga. Don Emilio se merece con toda justicia el susodicho reconocimiento oficial, hecho público el pasado lunes 28 de marzo, porque la pertinente Comisión Evaluadora ha constatado que su empresa “destaca de forma relevante y especialmente significativa en la aplicación de políticas de igualdad de trato y de oportunidades con sus trabajadoras y trabajadores, en los términos previstos en el artículo 50 de la Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres y en el Real Decreto 1615/2009, de 26 de octubre, por el que se regula la concesión y utilización del distintivo ‘Igualdad en la Empresa’”. No voy a ser yo quien le ponga el más mínimo pero a esa labor tan benéfica del Banco Santander con sus trabajadoras y trabajadores, entre otras cosas porque desconozco la estrategia laboral de la empresa. Mi ignorancia, sin embargo, no puede ser una excusa para manifestar mi más fervorosa adhesión al evidente impacto de género demostrado por el señor Botín desde hace unos años a la hora de evitar cualquier discriminación a sus empleadas. Un hombre que pone a una mujer, Ana Patricia, al frente de Banesto, es imposible que tenga impulsos machistas.
Esta marca de excelencia empresarial –que tiene una duración de tres años- es mucho mejor que figurar en el cuadro de honor de los Hermanos Maristas, ya que puede ser utilizada con fines publicitarios en el tráfico comercial de la empresa, y además su posesión se valora como un potosí para la adjudicación de contratos por las Administraciones Públicas, subvenciones y ayudas públicas. Además el logotipo y la representación gráfica del distintivo “Igualdad en la Empresa” molan cantidad y son muy bonitos. Sólo un poquito más de 30 grandes empresas pueden presumir de su concesión. Pero se echaba de menos un gran banco, el más grande de España y uno de los mejores del mundo, para que el distintivo “Igualdad en la Empresa” se asociara a un sector, el financiero, que tantas alegrías ha deparado al público en los últimos años. Era una gran injusticia –hoy afortunadamente enmendada por la ministra Pajín- que a la prudente gestión del sector bancario que tanto está contribuyendo a la economía de nuestro país se le hubiera puesto sordina oficial sin destacar el valor añadido de la enorme responsabilidad corporativa de sus empresas.
Esta corriente sentimental que fluye entre el gran financiero y la joven ministra me ha hecho releer uno de los diálogos del Banquero Anarquista (1922). En este maravilloso cuentecito Pessoa enfrenta a un taimado banquero y a un joven idealista que busca la liberación de la sociedad, suprimiendo ante todo el dinero. El banquero gana la partida al demostrar que los bancos deben acumular todo el dinero en circulación para que la gente no se esclavice a sí misma persiguiendo el vil metal. Ésta es la apelación a la utopía del banquero anarquista que, reivindicando el capitalismo más agresivo, buscaba el bienestar general: “En cuanto a la práctica soy tan anarquista como en cuanto a la teoría. Y en la práctica soy mucho más, mucho más anarquista que esos tipos que usted citó. Toda mi vida lo demuestra”.
La ministra de la rectitud se lo ha tomado al pie de la letra. Ha hecho muy bien. La política es una actividad responsable que jamás debe abandonar los caminos de la prosa más elemental.
Qué simpático que saque usted a colación al Banquero anarquista, de Pessoa, un librito singular que viene muy a cuento a su historia. Brillante.