La meta de los ‘indignados’

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Elias Canetti. / Wikimedia Commons

1.- La masa siempre quiere crecer. “Su crecimiento no tiene impuesto límite alguno por naturaleza. Donde se crean artificialmente esos límites, es decir, en todas las instituciones utilizadas para la conservación de masas cerradas, siempre es posible un estallido de la masa y, de hecho, se produce de vez en cuando. No hay mecanismos que puedan impedir definitivamente el crecimiento de la masa y sean del todo seguros”.

2.- En el interior de la masa reina la igualdad. “Se trata de una igualdad absoluta e indiscutible, que jamás es puesta en duda por la masa misma. Posee una importancia tan fundamental que casi se podría definir el estado de la masa como un estado de absoluta igualdad. Una cabeza es una cabeza, un brazo es un brazo, las diferencias entre ellos carecen de importancia. Nos convertimos en masa por mor de esta igualdad y pasamos por alto cuanto pueda alejarnos de este objetivo. Todas las exigencias de justicia, todas las teorías igualitarias extraen su energía, en última instancia, de esta experiencia de igualdad que cada cual conoce a su manera a partir de la masa”.

3.- La masa ama la densidad. “Jamás podrá ser suficientemente densa. Nada ha de interponerse, nada ha de dividirla; todo, en lo posible, ha de ser ella misma. La sensación de máxima densidad la tiene en el momento de la descarga. Algún día será posible determinar y medir con más precisión esta densidad”.

4.- La masa necesita una dirección. “Está en movimiento y se mueve hacia algo. La dirección, que es común a todos sus integrantes, refuerza el sentimiento de igualdad. Una meta situada fuera de cada uno de ellos, y que es la misma para todos, anula las metas privadas, desiguales, que supondrían la muerte de la masa. Para su subsistencia es indispensable la dirección. El temor a desintegrarse, que siempre está vivo en ella, hace posible orientarla hacia cualquier objetivo. La masa existirá mientras tenga una meta no alcanzada. Pero también hay en ella una oscura tendencia a moverse que da origen a formaciones superiores y nuevas. A menudo no es posible predecir la naturaleza de estas formaciones”.

(Elías Canetti, Masa y poder)

Cuando los indignados abandonan el grupo y regresan a sus casas recuperan su privacidad. Vuelven a ser desiguales en su particularidad: usan sus bienes propios y recuerdan sus nombres y apellidos. Pero enseguida desean comparecer de nuevo en las calles y plazas en las que cada uno ha conocido la felicidad de sentirse tan próximo al otro como a sí mismo. Es la fiesta perpetua de la igualdad sólo ensombrecida por el miedo a la desintegración del grupo y, con él, a la pérdida del calor de los cuerpos cercanos. Es el temor a la evaporación del sueño de la igualdad. Por eso el grupo no puede quedar comprimido entre sus miembros actuales y necesita siempre más adeptos.

“La masa existirá mientras tenga una meta no alcanzada”. El movimiento de los indignados pretende reparar las injusticias “naturales” que produce el capitalismo. Y derogar la corrupción de su hermano gemelo, el parlamentarismo del sistema de partidos. Con ese propósito el movimiento ha puesto sobre la escena política una estrategia muy efectiva de dispersión y posterior reagrupamiento, de división del trabajo y de multiplicación constante de sus miembros debido a la actividad continua de los grupos que lo componen. Los indignados están erigiendo un Estado negativo, sin instituciones reconocidas pero proveedor, gracias a una fuerza social móvil y anónima, de funciones que anulan los actos del Estado que ellos impugnan. Irrumpen en las cercanías de las asambleas representativas (el Congreso de los Diputados –al Senado simplemente lo desprecian como algo que no existe-, los parlamentos de las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos). Los poderes legislativos no les representan. Los indignados también salen en defensa de los pobres enervando el poder de los jueces en los procesos de desahucio y en las ejecuciones hipotecarias. Acusan al Gobierno de ser cómplice de los banqueros y sus desmanes. Y sobre el valor simbólico de la Monarquía como cabeza del Estado…

Supongamos que los indignados alcanzaran sus últimos objetivos. ¿Crearía un movimiento crítico un sustituto positivo del mal que habría desalojado al baúl de las pesadillas muertas? ¿Cómo sería su metamorfosis? ¿En qué nuevo sujeto social se transformarían los indignados?

1 Comment
  1. celine says

    Muy oportunas esas palabras de Canetti y algo inquietante y triste el sabor que dejan sus preguntas, señor Bornstein, pero inteligentes preguntas.

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