Los ‘indignados’ le aguantan el pulso a la ‘operación salida’

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No sé si el movimiento 15-M lidera una revolución u otra cosa. Los que participan de él lo llaman revolución y así lo corean y así lo escriben en sus carteles y en sus pancartas: Revolución. Lo que está claro es que, sea lo que sea, y como podría haber dicho Gila, las revoluciones de ahora no son como las de antes, y eso que tienen muchos puntos en común con aquellas: requieren determinados estados colectivos de ánimo respecto a la injusticia, la moralidad y la sinrazón; exigen mucha voluntad por parte de los revolucionarios y necesitan  soluciones claras para resolver los problemas identificados. Además, precisan de golpes de efecto (propaganda, en la más laica de sus acepciones) ante la opinión pública, que es, a fín de cuentas, quien tiene que hacer, o por lo menos tolerar, las revoluciones.

Supongo que las estructuras del 15-M (sus portavoces, sus asambleas de planificación y organización)  llegaron a la conclusión de que pasar varios meses desenfocados, fuera de cámara, podía debilitar la imagen del movimiento, y supongo también que por eso -entre otras y, seguramente, más poderosas razones- se impusieron la complicada tarea de reunir un 24 de julio en las calles de Madrid -sólo unas horas después de cerrada la jornada con mayor volumen de tráfico del año- a unos cuantos miles de personas. Muy pocos colectivos (partidos, sindicatos y conferencias episcopales incluidas)  serían capaces de implicar en estas fechas, en Madrid, a tanta gente, pero los ‘indignados’, ayer, le aguantaron el pulso a la operación salida.

Los manifestantes, por la calle de Alcalá. / Gustavo Cuevas (Efe

Miles de personas (a ver qué dicen los alquimistas de las fotos de los colorines y los numeritos) respondieron a la llamada y se echaron a la calle para volver a gritar que esto se puede parecer a una democracia, pero que no lo es; que la crisis tienen que pagarla los que la provocaron; que los banqueros son culpables y que la política debe estar al servicio del pueblo y no de los políticos. En este asunto se volvió a registrar una imagen simbólica de calado. La policía sitió el Congreso de los Diputados mientras los concentrados coreaban  No hay café, pa’tanta lechera o Este edificio es del pueblo. La presencia policial impidiendo a un colectivo pacífico el acceso no al interior, sino a los pies de los leones, a los aledaños de la supuesta sede de la soberanía popular,  rechina en mi cabeza y no termina de encajar allí dentro. La imagen ya se repitió, amplificada, durante la manifestación del 19-J, y entonces tampoco me gustó nada.

En cualquier caso, parece que el multitudinario recibimiento del sábado a los marchadores de la indignación llegados de todos los puntos del país y la masiva participación en la manifestación de ayer han conseguido dos cosas: recargar pilas desde el punto de vista interno y recordar a los de fuera otras dos cosas más: que los problemas siguen vivos y que una determinada forma de confrontar con ellos -la de la acción participativa, democrática y pacífica-, sigue viva también.

Algunos indignados expresaron su protesta desnudándose ante la sede del Banco de España. / Gustavo Cuevas (Efe)

Cuando me acercaba en Metro hasta Atocha –ahora a las revoluciones se acerca uno en Metro-, se me vinieron a la cabeza esas historias que hemos escuchado tantas veces sobre milicianos republicanos que se iban por la mañana a los distintos frentes de la afueras de Madrid y que, vencida la tarde, se volvían a casa en autobús, en tranvía, en bicicleta. Tuve la impresión de que en estos tiempos que nos ha tocado vivir es perfectamente posible que mientras en un lugar de la ciudad se está celebrando la revolución, en el resto, en el vasto paisaje del resto de la gran ciudad, nadie se entera de que hay una revolución celebrándose a solo unos minutos de su portal. Y tuve esa impresión porque la línea 4 de Metro, la que me llevó desde Esperanza hasta Goya, me pareció mucho menos revolucionaria que la línea 2; y ésta, por supuesto, mucho menos revolucionaria que la línea 1, con parada en Atocha, donde la revolución inundaba cada uno de los vagones y la gente rebosaba el optimismo del que no ha pagado el billete y no le han pillado.  Esa clase de optimismo.

Hay otro asunto que no me resisto a comentar, aunque ponga en cuestión algunas de las cosas que dicen algunos ante las cámaras de las manipuladoras televisiones, que, por cierto, muchas de ellas lo son: “Todos los políticos son iguales”. Solo unos minutos antes de que la marcha partiera de Atocha, reparé -como diría mi mitad redicha- en una mujer con unos ojos verdes muy intensos repartiendo panfletos a los ‘indignados’. Tuve la impresión de que  nadie la reconocía. Yo sí la reconocí. Era Ángeles Maestro, diputada de Izquierda Unida durante tres legislaturas. Ella, entre otras cosas, fue protagonista de una acción de auténtica indignada cuando se sacó una teta y amamantó a su hijo en plena sesión de la Comisión de Sanidad del Congreso, reclamando, de esta manera, un espacio para la conciliación de la vida laboral y familiar. Una adelantada a su tiempo. “Ángeles. ¿Qué tal? ¿Cómo te va? ¿Te acuerdas de mí?”, le pregunté. “Me acuerdo de ti”, me respondió, “pero no de tu nombre”. “Soy Pascual”, le dije. "Pascual,  ¿cómo te va?”, me preguntó ella. “Estoy bien”, contesté yo. "¿Y tú qué haces aquí repartiendo octavillas?", le dije. “Ya ves, echando una mano. Ya sabes”, me remató, “que lo coherente no tiene por qué ser lo corriente”. Nos despedimos y emprendimos, cada uno por su lado, la bonita marcha hasta Sol; la plaza, digo.

7 Comments
  1. celine says

    La democracia, como las buenas revoluciones, se mantienen con trabajo y riesgo. Bravo por la diputada de IU. Bonito relato, Pascual.

  2. FRANCISCO PLAZA PIERI says

    Hace años comentaba yo sobre la impresión que me causaban algunos alumnos: sus actitudes, sus estéticas, sus formas de actuar, lo que en más de una ocasión vino a reprenderme un compañero…
    Estos días paso y vuelvo a pasar por la Puerta del Sol; ahora, hoy mismo he pasado por el Paseo del Prado y vuelvo a mi tesis: no puedo por menos de ver gentes descolocadas…
    Seguro estoy que la inmensa mayoría estan ahí para lo que estan…, pero nadie podrá negarme de que unos pocos, al menos eso, unos pocos se han sumado a la ‘fiesta’ para divertirse.

  3. patxitxo says

    Gente que se arrima sin auténtica vocación la hay en todas partes. Yo también he visto, en las concentraciones y asambleas de Pamplona, personas que al menos en apariencia no pintaban nada ahí. Bueno, sí, pintaban la mona. Pero ese fenómeno, que ya digo que probablemente se dé en casi todos los movimientos sociales de uno y otro signo, no le resta nada al de los indignados.

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