Algunos causantes de la crisis financiera, premiados con el Nobel de Economía

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Thomas Sargent (izda.) y Christopher Sims brindan para celebrar la concesión del Nobel de Economía, el pasado lunes, en la Universidad de Princeton (Nueva Jersey, EEUU). / Peter Foley (Efe)

Esto de la crisis sigue arrojando muchos ejemplos sonrojantes, como las indemnizaciones de los banqueros que han pilotado entidades hasta el abismo, agujeros que se reabren en entidades rescatadas, agencias de rating que hunden con sus informes al personal o bancos de inversión que señalan la paja ajena, ignorando sus vigas. Como los Mandamientos, todo esto puede resumirse en una frase: nada ha cambiado, por lo que los causantes del problema siguen a sus anchas. Se llevan los bolsillos llenos… ¡y les dan el Premio Nobel, incluso! Es el caso reciente de Christopher Sims y Thomas Sargent, que han sido galardonados por su investigación sobre las causas y los efectos en la Macroeconomía. Ese ha sido el justificante oficial.

Pero otros economistas como Juan Laborda ponen de manifiesto que, a pesar de ser buenos económetras, “han justificado intelectualmente los extremadamente peligrosos niveles de endeudamiento y apalancamiento que han llevado al colapso de la economía”. Merece la pena leer con detenimiento su blog, aunque no está mal cómo concluye:

“Las autoridades económicas y financieras a lo largo del mundo han utilizado estos argumentos para legitimar decisiones económicas y políticas, que acabaron por generar una sobreabundancia de bienes de consumo, una sobreoferta de productos agrícolas, desempleo, pobreza, y estrés medioambiental, y que, en el fondo, han constituido el germen de la actual crisis económica y financiera”.

Si se lee con un poco de calma, la acusación es demoledora. Sus teorías son las causantes de toda la zozobra mundial. El escudo de legitimidad empleado por bancos centrales y bancos de inversión (primos hermanos) para haber llevado la economía a donde la han llevado.

He escuchado alguna opinión más de gestores en este sentido, pero hay más. No sólo se trata de estos dos señores. “Quiero que el Premio Nobel ofrezca rendición de cuentas”, decía el año pasado Nassim N. Taleb, ex operador bursátil en derivados, profesor y azote público de todos los creadores de teorías económicas infalibles.

Taleb, apenas conocido en España, pedía el año pasado que los ciudadanos demandaran al Banco Central de Suecia si habían perdido su trabajo o sufrido pérdidas por el colapso financiero, generado por teorías de los premiados. Utópico, pero interesante.

Este experto insistía en lo comentado anteriormente: muchos Nobel han dado legitimidad a unos modelos económicos insostenibles, que han llevado al mundo por la senda de la pobreza. Más allá de enumerarlos (es recomendable leer el artículo de Bloomberg con calma, también), esto es una vez más, un signo de nuestros tiempos.

Si no son los Nobel son los prestigiosos economistas y sus escuelas quienes firman prestigiosos informes a sueldo de los Goldman Sachs de turno. La legitimidad no se consigue, se compra al kilo y punto.

Cada vez soy más un convencido de que la salida de la crisis pasa por la asunción de medidas y el cambio de personas. Hay mucha gente que hay que desalojar de los centros de decisión. Empezando por todos los directivos de entidades financieras que las han pilotado durante los tiempos de bonanza, enfilándolas sin remedio hacia al abismo.

Se supone que el Nobel se entrega a gente que ha realizado descubrimientos que significan avances para la Humanidad. Claro que la Real Academia de la Lengua sólo especifica que el galardón es para personas que logran avances excepcionales. Y eso, simplemente, significa “fuera de lo común”, no necesariamente bueno.

Pues eso, o cambian algunas cosas ya o seguiremos con los bonus, los rescates, las indemnizaciones escandalosas… y además el Nobel para algunos. Mientras tanto, al otro lado, hay paro, pobreza, recortes en el estado del bienestar, etcétera. Eso sí, cuando caiga de nuevo otro banco, volverán a pasarle la factura a los ciudadanos, aunque el Gobierno intente lo contrario. A buenas horas.

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