Nuestras posibilidades

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Once de julio en Pamplona, San Fermín. A eso de las tres de la tarde un grupo de inmigrantes, negros, vendedores ambulantes -serían entre quince y veinte- descansan las fatigas en un plaza del barrio de San Juan, un barrio bien, como dicen por aquí. He salido a fumarme un cigarrito al balcón antes de comer: unas borrajas de un verde incandescente, buenísimas, y una ternera con champiñones de las de mojar pan hasta el infinito, y más aún. Mi suegra es una figura de los fogones, todo hay que decirlo.

Las borrajas están dentro y los negros siguen fuera, en la calle, tumbaos sobre unos cartones y unas mantas. Se pasan toda la noche ofreciendo cosas inútiles (pulseras, anillos luminosos, corbatas, gorros, gafas de sol) a los habitantes de la Fiesta. Se pasan catorce horas vendiendo cosas inútiles a unos tíos que van de blanco y que llevan un pañuelo rojo -y a los que no llevan pañuelo, también- y luego se acercan a echar un sueño en la plaza esa del barrio bien de San Juan.

Son la sal de la tierra. Los parias están en los Sanfermines y no toman copas, no bailan, no se agarran a la cintura de su chica. Venden por la noche cosas inútiles y luego se van a dormir un rato a la plaza esa que da a la parte de atrás de la casa de mis suegros. Supongo que serán ellos los que harán la próxima revolución, ya que nosotros, los que todavía tenemos algo, no tenemos cojones para hacerla.

Las borrajas están estupendas, como siempre, y la conversación en la mesa gira en torno a las noticias del Telediario. Los mineros llegan a Madrid y se lían a hostias con los maderos, baluarte del mundo que hemos construido entre todos: entre los sinvergüenzas y los cobardes. En la tele alguien dice que ahora estamos pagando los excesos del pasado, que hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades. Lo cierto es que el parche para al carbón no costaría más de de 200 millones de euros y el rescate de los bancos corruptos y malolientes nos sale por unos 60.000. ¿De qué coño estamos hablando?

Por encima de nuestras posibilidades. Mi madre salió de su casa a los ocho años para ir a servir a la de unos parientes -he dicho ocho años- y desde hace veinte, cuando murió mi padre, recibe una pensión de viudedad que ahora está en 618 euros al mes. No tengo la impresión de que mi madre haya vivido nunca por encima de sus posibilidades. No tengo esa impresión en absoluto. Y conozco a un montón de gente así.

Por la noche salgo a tomar unas copas con mi chica y con Álvaro, un amigo de los buenos. Fibrosos vendedores de color, de color negro, nos ofrecen sus cosas inútiles. Compré una pulsera de cuentas de plástico rojas, amarillas, verdes y negras, muy jamaicana, y un gorro lamentable que me hacía un tipo ridículo, pero de fiar. A eso de las dos me encontré en la calle Jarauta con Fito, el de los Fitipaldis, que, a pesar de no llevar un gorro ridículo, también parece un tipo de fiar.

5 Comments
  1. Martín says

    Bueno, pero no dices que a esos vendedores les corrió la pasma, la foral, creo, y me parece que detuvo a algunos y les quitó la mercancía. Si es que vivir se ha puesto al rojo vivo y morir se ha encarecido lahostia

  2. Aligali says

    Te puedo asegurar que de todas las personas que conozco, entre familiares y amigos, tampoco sé de nadie que haya estado viviendo por encima de sus posiblidades… o yo conozco solo a un sector muy raro de la población, o no me creo la trola que nos estan contando. No digo que nadie lo haya hecho, pero desde luego, no ha sido la mayoría.

  3. petra valero valero says

    estos negros, que se me parte el alma cuando los veo, no hacen daño a nadie, malvendiendo, 4 cosas. ¡Por Dios un poco de caridad,! son hijos de Dios. y necesitan comer.

  4. Alex says

    Por favor, cuidemos la ortografía, que es de lo poco que nos queda… «San Juán», ¡¡con acento!! ¡Ay mi madre!

  5. Pascual García says

    Gracias Alex. Las noches sanfermineras es lo que tienen.

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