Dos años de declaraciones políticas ayudando a inflar la prima de riesgo

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Europa es un campo de minas. Desempleo, banca quebrada por inversiones de riesgo que nadie frenó durante décadas, falta de crédito, recesión, una brecha cada vez más profunda entre los de arriba y los de abajo y campo abierto para especular. En ese campo minado, baila la clase política actual, una generación de dirigentes, carne de urna en la mayoría de los casos, cuyas palabras a destiempo sirven de bengala a los inversores a corto plazo y cuestan miles de millones de euros en impuestos que deben ser destinados prioritariamente a pagar deuda pública. Lo dice la Constitución.

Es un fenómeno que se remonta al comienzo mismo de la crisis, abril de 2010, cuando la canciller Angela Merkel prefirió llevar al límite el tiempo para rescatar a Grecia, con tal de no verse afectada en las elecciones regionales que celebraba su país a principios de mayo. Y llega hasta ayer, cuando el ministro de Hacienda español, Cristóbal Montoro, dijo en el Congreso que en España “hay un problema para pagar los salarios públicos”. E insistió: “No es difícil de entender. No hay dinero”. La situación financiera española es muy complicada, pero probablemente Montoro no pretendía otra cosa que acallar a la bancada rival, como intenta en cada sesión de control al Gobierno, deslizando que la oposición no tiene ni idea de economía. El economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), Olivier Blanchard, debió llevarse las manos a la cabeza, después de haber advertido de que España es uno de los países que puede hacer descarrilar la economía mundial si se pierde la confianza en ella y no logra financiarse en el mercado.

La prima española, la diferencia entre la rentabilidad que se exige al bono español a diez años y la que se pide a los títulos alemanes al mismo plazo, que había empezado el día con ganas de bajar, se daba la vuelta y acababa en su cierre más alto de la era del euro: 576 puntos básicos. Eso quiere decir que el bono español tiene que pagar 5,76 puntos porcentuales de interés más de lo que paga el bund alemán. Y lo grave no es esa cifra, que indica el valor al que se intercambian entre sí deuda ya emitida los bancos, fondos de inversión, etc. Lo preocupante es que ese precio del mercado de compraventa influye en los intereses que se le exigen al Tesoro Público en las nuevas emisiones de deuda. Hoy el Tesoro sale al mercado a vender bonos para conseguir hasta 3.000 millones de euros. No era el mejor momento para crear incertidumbre, máxime cuando la emisión de letras del pasado martes se saldó con una buena demanda y a un precio menor que la anterior y hoy está por delante la aprobación del rescate español en la Cámara Baja alemana (Bundestag). La buena noticia puede venir porque la banca europea está volviendo a comprar con ganas deuda de la periferia para sacar rentabilidad ahora que ya no recibe ni un euro de interés por dejar su dinero bloqueado en el Banco Central Europeo (BCE) pero ¿a qué viene generar dudas un día antes de una emisión?

El precio de las palabras

¿Qué le puede costar al ciudadano una declaración a destiempo o un retraso provocado por interés electoralista de un político, en condiciones de volatilidad extrema como las que vive Europa desde hace más de dos años? Lo primero que hay que tener en cuenta es que, desde el estallido de la crisis griega, cualquier referencia a uno de los países puestos en el punto de mira por los mercados afecta a todos los demás.

Así, por ejemplo, el retraso del rescate griego forzado por Merkel en abril de 2010 provocó tal tensión en los mercados que las emisiones de deuda españolas a medio y largo plazo se encarecieron medio punto porcentual en cuestión de semanas, mientras que las letras a 18 meses lo hacían un punto. Las emisiones a más corto plazo sufrían un aumento aún mucho mayor de la rentabilidad exigida, de forma que, si a una letra española a tres meses se le pedía un 0,3% de interés a finales de marzo de 2010, a finales de mayo era ya un 0,7% (110% más) y un mes después se superaba el 0,9%. Algo similar ocurría con los títulos a seis meses y a un año.

Desde Alemania han salido un rosario de ejemplos de declaraciones muy costosas para la periferia en general y para España en particular. No han sido pocas las veces desde 2010 que el ministro de Finanzas germano, Wolfgang Schauble, ha insinuado o dicho abiertamente que estaban preparados para rescatar a España, provocando el ataque directo a la deuda de este país. Por no hablar de las informaciones citando a fuentes del Gobierno alemán que pretendían confirmar el inminente rescate. Ha sido la banca española la que ha acabado forzando la petición de asistencia financiera externa dos años después aunque de esa ayuda responda el Estado.

Merkel ha tensionado la prima amenazando con romper acuerdos cuando estaban cerca de alcanzarse o incluso con no acudir a cumbres en las que se tenían que tomar decisiones fundamentales para el futuro del euro. Fue también la que, junto al entonces presidente francés, Nicolás Sarkozy, emitió aquel comunicado en octubre de 2010 en el que, en plena turbulencia que acabaría desembocando en el rescate de Irlanda, se aseguraba que los inversores privados tendrían que asumir parte del coste de los rescates posteriores al de Grecia. Al final fue el segundo rescate griego el que incluyó una quita para los inversores privados, y no el irlandés, pero a Merkel le sirvió para soltar unas cuantas frases populistas a pesar de que la banca de su país, una de las principales causantes de haber inflado las burbujas del sur de Europa, era por tanto principal beneficiaria de los rescates. Merkel, perfecta conocedora de esa situación, habló de “un conflicto entre los intereses del sector financiero y los intereses de los políticos” porque no era posible seguir explicando a “los votantes que deben ser responsables de los riesgos que asumieron quienes hicieron dinero con esos riesgos”.

Aquellas declaraciones y la repetición de las mismas en la reunión del G-20 en Seúl a principios de noviembre, no solo dispararon la prima de Irlanda y, por supuesto, la de Grecia. La de Portugal ascendía en un día de465 a490 puntos y la española superaba los 225 puntos. Sí, entonces se decía que era un coste inasumible y quién los pillara.

El efecto en la deuda española de nueva emisión fue de nuevo letal. Las letras a tres meses, a las que en septiembre se les pedía una rentabilidad del 0,7%, tras el respiro logrado en el verano, pasaban a emitirse a un interés marginal del 1,87% a finales de noviembre, un 167% más. Los títulos a seis meses pasaban en ese plazo de dos meses escasos de emitirse al 1,2% a venderse al 2,2%.  Los bonos a diez años escalaban del 4,1% a una rentabilidad exigida en la emisión del 5,4%.

De poco sirvió el comunicado conjunto que se vieron obligados a emitir los ministros de Economía de Francia, Alemania, Italia, España y Reino Unido desde Seúl para calmar a los mercados, negando que el posible rescate a Irlanda fuese a implicar un coste para el sector privado. El daño estaba hecho. Tanto que a la entonces ministra de Economía española, Elena Salgado, poco dada a criticar nada que viniese de más arriba de los Pirineos, se la oyó decir que, aunque no fuese su intención, era “evidente que los costes de refinanciación de España comenzaron a subir exactamente cuando Merkel anunció la posible contribución del sector privado” al rescate irlandés.

Cuando especular es muy fácil

Lo que ocurrió entonces, y lo que ha ocurrido en tantos otros momentos en los que se ha abonado la desconfianza, lo explicó sin tapujos Lorenzo Bini Smaghi en su calidad de consejero del BCE precisamente en noviembre de 2010. “Tan pronto como surgen expectativas de que un país pueda recurrir al mecanismo de crisis, hay incentivos para tomar posiciones especulativas contra el país en cuestión, apostando por una pérdida de valor de sus bonos soberanos”.

Y esa apuesta, en Europa, es muy sencilla gracias a los CDS. Los credit default swaps son seguros que se cobran en caso de impago de una deuda. Lo que ocurre es que para contratarlos no hace falta tener la deuda que se supone se está asegurando. Es como si se pudieran contratar seguros de coche sin tener coche. Se podría ganar mucho dinero incendiando los automóviles de todo el vecindario. Como existen muy pocos CDS, cuando fondos especulativos concentran las compras de los mismos su precio se dispara. El mercado interpreta que eso significa que el riesgo que cubren también es mucho mayor y eleva la rentabilidad que exige a la deuda para asumir ese riesgo. Cualquier señal que sirva para atizar esa llama es un buen río revuelto para quienes apuestan a la caída de valores. Las palabras de los políticos y sus indecisiones y marchas atrás son la pólvora perfecta.

Christine Lagarde fue otro ejemplo en el verano de 2011 de declaración a destiempo cuando, en su estreno como directora gerente del FMI en el encuentro de banqueros centrales de Jackson Hole, dijo que era necesaria una “urgente recapitalización de la banca” europea. Podía haberlo dicho o incluso haber hecho algo cuando, meses antes, ocupaba el cargo de ministra de Economía de Francia. Sobre todo porque la banca francesa, cargada todavía de hipotecas subprime, era uno de los sistemas financieros que motivaron sus palabras. Bien conocía ella la situación aunque esta aún no haya estallado porque por delante ha reventado el sistema bancario español y su burbuja inmobiliaria. Aquello afectó a las primas a corto pero fue aún más dañino con el transcurrir de las semanas. La banca de EEUU dejó de fiarse de Europa y de financiarla. Allí empezó la vuelta a la recesión que no han podido frenar todas las medidas para inyectar liquidez en la banca europea, aunque sí hayan servido para evitar el credit crunch.

Tampoco parecen claros los intereses de Yorgos Papandreu cuando, el 30 de octubre de 2011, después de haber negociado un duro segundo rescate para su país, Grecia, que la hundiría en la profunda recesión actual, salió diciendo que pensaba convocar un referéndum. La idea tardó en surgirle y le duró tres días, los suficientes para transformar su ímpetu demócrata en una oferta de pacto con el entonces líder de la oposición y hoy primer ministro griego, Antoni Samaras. El propio Samaras es otro ejemplo del nivel de la política actual. El opositor férreo a toda nueva medida de austeridad impuesta desde Alemania cuando estaba en la oposición se convirtió en las últimas elecciones, las que ganó, en el filogermano que mantendría a Grecia en el euro.

Claro que eso no es muy diferente al cambio de discurso y política de la derecha portuguesa liderada por Pedro Passos Coelho antes de conseguir las elecciones anticipadas que tumbaron el Gobierno del socialista José Sócrates, ni la propia derecha española antes y después de hacerse con el poder. La inestabilidad provocada por las dudas constantes sobre las solvencias de sus países cuando su objetivo era el poder han tenido un coste que se pagará con impuestos. Claro que, en el camino inverso, las izquierdas de ambos países han recuperado el discurso en contra del ajuste al pasar a la oposición para intentar recuperar su base de votantes. Todo es política, política electoralista que no es la única culpable pero sí ha contribuido, por ejemplo, a que este país ya pague al año en intereses de la deuda 28.848 millones de euros, más de lo que destina en Presupuestos a prestaciones por desempleo.

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