Veinte años no es nada, cantaba Gardel, pero las cosas pasan, van pasando, y como tenemos ocasión y nos cogen el teléfono, le hacemos una entrevista a Antonio Gutiérrez, secretario general de CCOO cuando, en 1988, los sindicatos se plantaron contra la reforma laboral del gobierno socialista de Felipe González, la mayor respuesta social de la democrcia.
– 25 años después, ¿cuál es la valoración que hace de la huelga general del 14D?
– La convocatoria sirvió de catalizador del malestar latente por las decepcionantes políticas de los sucesivos gobiernos de Felipe González en todos los órdenes (desde el trueque atlantista para permanecer en la OTAN hasta las estrictamente socio-laborales, pasando por el cesarismo prepotente en las formas de gobernar). Además de jugar ese papel de vanguardia en el afloramiento del rechazo a un gobierno que había obtenido un gran apoyo popular (especialmente entre la base social a la que iba dirigida la convocatoria), CCOO y UGT demostraron que existían alternativas solventes para imprimir un giro social en la deriva socio-económica del país (expresión que resumía el catálogo de propuestas presentadas frente a la política económico-social del gobierno); y, finalmente, su unidad recién recuperada les convirtió en cauce de muchos colectivos sociales igualmente disconformes: estudiante que en el marco del proceso hacia el 14D congregaron a cientos de miles en varias manifestaciones; de asociaciones de vecinos; de padres; de profesionales e intelectuales que se sumaron de muy diversas maneras, desde la Unión de Actores a la Asociación de Futbolistas. Fue, en suma, una encomiable respuesta democrática frente a políticas injustas que se imponían mermando la democracia; por tanto, desmintiendo a los dirigentes del PSOE y del gobierno de entonces que pretendieron desactivarla infundiendo todo tipo de temores entre la ciudadanía y atribuyéndole a los convocantes oscuras intenciones desestabilizadoras (incluso recurrieron al tremendismo comparándola con la Octubre de 1934).
Supuso una contribución al fortalecimiento de la democracia en España que desde la Transición seguía transcurriendo por una estrecha vereda de miedos y limitaciones en el ejercicio de los derechos civiles y demostró que podía romperse la falsa disyuntiva entre servidumbre ante el poder y vuelta atrás si se osaba cuestionar sus dictados. La Huelga General del 14 homologó la democracia española con las más maduras de los países europeos y normalizó el conflicto social como la legítima expresión del desacuerdo con quien usa el poder obtenido del mandato popular para contravenirlo al antojo de los grupos de presión predominantes.
Pero si convocarla fue un acierto de UGT y de CCOO, su éxito no podía quedarse en el grado de participación, que ciertamente fue extraordinario, sino que además era imprescindible coronar ese éxito consiguiendo las reivindicaciones que la habían motivado. Y tras casi año y medio de negociaciones frustradas, pactos parlamentarios entre el gobierno y la derecha presidida por Fraga Iribarne (Agustín Moreno, entonces secretario de Acción Sindical de CC.OO. lo caricaturizó con gran ingenio como el Pacto de San Valenítn, puesto que lo perpetraron en las Cortes el 14 de Febrero de 1.989) y vuelta a las negociaciones armados con la Propuesta Sindical Prioritaria, CC.OO. y UGT consiguieron grandes avances laborales y sociales como la Ley de Pensiones no Contributivas, se comprometió la universalización de la sanidad, la mejora de la cobertura en la prestación por desempleo, la Ley de Control Sindical de los Contratos de Trabajo para evitar su utilización fraudulenta y abusiva por parte de los patronos, el pago de una retribución a los empleados públicos para compensar las pérdidas de capacidad adquisitiva, la revalorización de las pensiones para acercar las mínimas al Salario Mínimo Interprofesional, y varias más que en algunos casos trascendieron incluso de lo reclamado en la convocatoria del 14D. Es decir, logros que con el tiempo pasaron a considerarse derechos de ciudadanía pero que no fueron “regalos” del gobierno de Felipe González, sino conquistas que, a pesar de sus políticas, se deben a la lucha e inteligencia de los sindicatos UGT y CC.OO.
– Aquella huelga se convocó, entre otras cosas, por la reforma laboral que traía consigo los contratos basura para los jóvenes. Hoy, 25 años después, ya los tenemos aquí y el 93% de los nuevos contratos son temporales. ¿Qué reflexión le merece?
- El mal llamado Plan de Empleo Juvenil, porque en realidad precarizaba hasta el extremo las condiciones de trabajo de los jóvenes ( que ya padecían un 42% de paro y apenas tenían un 15% de cobertura como parados), tratados como potencial mano de obra abundante, barata y sin casi derechos, iba a servir de pretexto para sustituir empleos de mayor calidad ( de jóvenes y mayores). Fue tal vez la última gota que no solo desbordó el vaso, sino que se añadió a la catarata de injusticias que lo venían desbordando desde varios años antes.
La desigualdad creciente, aún habiendo remontado el ciclo económico, había desmentido rotundamente el axioma ideológico de la derecha, asumido con la fe de los conversos por Felipe González, según el cual “primero debía crecer la tarta para luego repartirla”. Pero los modelos de crecimiento nunca han sido independientes de los pilares con los que se fragua y si se hace mediante la precarización de empleos y salarios como vía fundamental para recomponer la tasa de beneficio y ganar competitividad por un lado y por otro se profundiza la brecha fiscal a favor de las rentas de capital haciendo recaer la mayor carga impositiva sobre los rendimientos del trabajo, cuando llegue el ansiado crecimiento no será posible redistribuirlo mejor; si acaso podrán incrementarse algunos gastos sociales ocasionalmente por el incremento de la actividad económica, pero la desigualdad relativa se mantendrá cuando no aumente; porque también suelen aprovecharse los momentos iniciales de los períodos expansivos para implementar reformas fiscales que aún incorporan mayor regresividad fiscal.
Así ocurrió entonces con aquéllos primeros gobiernos socialistas; continuó tal política aumentada y corregida con los primeros gobiernos del PP de Aznar; lamentablemente volvió a ocurrir con los de Zapatero para llegar a su expresión más brutal y reaccionaria con el actual gobierno de Rajoy. La reforma laboral legislada en 1985 introduciendo de hoz y coz la caterva de modalidades de contratación temporal que en lugar de hacer que “los contratos temporales de hoy serán los fijos de mañana” (ampulosa sentencia de Felipe González para contradecir a quienes alertábamos sobre la brusca sustitución de trabajadores fijos por temporales que iba a provocar) multiplicó por tres el índice de eventualidad laboral en poco más de un par de años y al 90% su porcentaje del total de contratos habidos en 1987, que además, por ser inferiores a los seis meses en la inmensa mayoría de los casos, período mínimo exigible para tener derecho a la prestación por desempleo, ocasionó que el seguro de paro solo acogiese al 28,8% de los parados, la tasa de cobertura social más baja de la historia aunque el Instituto Nacional de Empleo registró aquél año un superávit de 180.000 millones de pesetas. El 70% de los pensionistas cobraban por debajo del SMI y año tras año, desde 1982, perdían poder adquisitivo con las revalorizaciones anuales decretadas por el gobierno. Aumentaron en seis millones los usuarios de la Sanidad Pública y sus presupuestos permanecían congelados y, en general, el gasto social había constreñido su crecimiento a 1,64 puntos porcentuales del PIB, dese los 7p.p. que había aumentado en la etapa anterior con gobiernos de la UCD presididos por Adolfo Suárez.
Y para colmo, al esfuerzo negociador de los sindicatos durante todo el año 1988 respondió el gobierno burlando su legitimidad de interlocutores sociales más representativos otorgada democráticamente por los trabajadores en las urnas de las elecciones sindicales, al firmar sendos acuerdos con el sindicato corporativo de los funcionarios ( muy minoritario entonces), con una extraña asociación de pensionistas que no tenía representatividad ni entidad acreditadas democráticamente y el estrambote final, firmó el Plan de Empleo Juvenil con el secretario general de las Juventudes Socialistas (en aquéllos tiempos era Javier de Paz), que no tenía el más mínimo status para signar ese tipo de acuerdos.
Aunque el más inmediato resultado del 14D fue conseguir de Felipe González la promesa de “meter en un cajón” aquél Contrato de Inserción para Jóvenes, siguió persistiendo en el error de confundir la ganancia de la competitividad para la economía española con la recomposición de la tasa de beneficio empresarial por la fácil vía de devaluar los empleos y competir en salarios… y no tanto en precios, puesto que la inflación en España ha estado y sigue estando más inducida por los márgenes finales que se procuran los empresarios en los bienes y servicios que venden que en los costes laborales unitarios (casi anclados en los antepenúltimos de la Unión Europea). En todo caso, esas pretendidas ganancias de competitividad son cada vez más efímeras para un país europeo que se precie, puesto que cada vez con más frecuencia irrumpen en el mercado mundializado economías de países emergentes que pueden presentar estándares de precios y salarios más bajos que los españoles. Por esta recurrente confusión interesada se han venido descerrajando reformas laborales cada vez menos espaciadas en el tiempo y más brutales en la desregulación de las condiciones de trabajo y de los derechos laborales. Así, el propio Felipe González, sin apearse de su errada política económica, puso en marcha varias reformas laborales de diverso calado hasta el final de sus mandatos, siendo la más agresiva la que impuso, de nuevo con el aplauso de las derechas parlamentarias (PP y nacionalistas), en 1994 que motivó la Huelga General del 27 de enero de aquél año.
Pero como llevar las ideas de la derecha al Consejo de Ministros termina por cederles las carteras ministeriales, los gobiernos del PP que sustituyeron a los de Felipe González abundaron en la misma línea de precarización del empleo so pretexto de ganar competitividad, perdiendo otra oportunidad histórica como habría sido la incorporación a la Unión Monetaria Europea con una economía más basada en la incorporación de valor añadido tecnológico a nuestra producción con empleos de calidad para una economía del conocimiento. En lugar de esto escogieron el camino ya franqueado por sus antecesores en el gobierno. Lamentablemente, la última oportunidad que se está desperdiciando miserablemente es la de la crisis actual, puesto que en lugar de aprovecharla para cambiar un modelo de crecimiento que no es posible ni deseable se sigue basando en actividades intensivas en mano de obra como la construcción o los servicios de baja calidad, con la reforma laboral de 2010 impuesta por el gobierno Zapatero y la más involucionista del gobierno que padecemos ahora del PP, todo apunta a que el capitalismo español sigue aferrado al “que inventen ellos” (que en mala hora pronunciara Miguel de Unamuno allá por 1909) y los gobiernos de uno u otro signo les avalan en su retrógrada manera de mirar a…. sus bolsillos pero de espaldas al futuro del país.
– Los sindicatos CCOO y UGT ya han convocado dos huelgas generales al gobierno de Mariano Rajoy, pero no han sido capaces de doblarle el brazo respecto a la reforma laboral. ¿Tienen ahora las huelgas generales la misma capacidad que entonces para cambiar las cosas?
Por mucho que se empeñen algunos nostálgicos “cualquier tiempo pasado NO fue mejor”. Sería una estupidez, puesto que implicaría admitir que el esfuerzo y las luchas de quienes nos precedieron no sirvieron para nada. No, cada tiempo es distinto con retos generalmente más complejos y difíciles de afrontar que en épocas pasadas. Como he señalado antes, hemos de reconocer que el verdadero éxito del 14D se hizo esperar casi año y medio. Generalmente, las movilizaciones sociales no obtienen sus objetivos de inmediato y menos en contextos como el actual…. pero los terminarán logrando. En 1988 estábamos en pleno período de expansión económica y ahora lo estamos en la más grave y prolongada crisis de los últimos 80 años; las inquietudes sociales alentaban a la movilización no a la más que comprensible indignación actual, pero mediatizada por el miedo imbuido en casi todos los intersticios de la sociedad. También gravita en el ambiente el desolador panorama que presentan las posibles alternativas políticas que pudieran representar un serio toque de atención al gobierno. Si unos prefieren seguir siendo cabeza de ratón, aunque engordando pero ratón al fin, y otros se creen que las inercias de la alternancia les devolverá al poder con apenas algún cambio cosmético, se equivocarán ambos y al margen de cálculos electoralistas, por separado y sin una profunda renovación que acabe de una vez con la percepción de permutabilidad entre derecha e izquierda, no podrá cuajar una política alternativa que responda decente y coherentemente a los anhelos de una considerable mayoría social. Pese a todo, la única opción, desterrada la resignación, es la de seguir luchando.
– Los sindicatos están atravesando una situación complicada y no son pocos los intentos para deslegitimarlos. ¿Hasta dónde debe llegar la autocrítica?
Como he querido señalar más arriba, la injusticia casi siempre se impone cercenando los derechos de la ciudadanía para combatirla. Y pese a la desafección de algunos, son los sindicatos de trabajadores más democráticos y representativos, UGT y CCOO los baluartes más sólidos para mantener ese combate. Pero precisamente por ello, su esfuerzo por renovar sus métodos y organizaciones y por la ejemplaridad de su gestión debe ser, respectivamente, mayor y más escrupulosa que nunca. En consecuencia, la autocrítica, que en mi opinión no se cubre con rezos sino con hechos, debe ser permanente y en forma de auto-escrutinio continuo de la eficacia de su labor principal de defensa de los intereses y derechos de los trabajadores, inescindible de los códigos éticos más rigurosos en todos los planos de su funcionamiento y actuación.
– Algunos sectores de movimientos sociales como el 15M u otros, especialmente protagonizados por jóvenes, tampoco sintonizan con el movimiento sindical tradicional. ¿Cuál es el camino?
Salvando las distancias, el 14D fue el 15M de 1988. Como apuntaba al principio, la más diversa convergencia de inquietudes sociales cristalizó en aquella acción encabezada por CCOO. Ahora nos encontramos con una sociedad hastiada de la política institucionalizada pero en modo alguno indiferente ante la política. Solamente los cínicos pueden menospreciar al 15M y otras expresiones sociales similares aduciendo que carecen de estrategias y objetivos bien definidos; sobre todo si esos detractores forman parte de organizaciones políticas o sociales que teniendo como primera obligación y por razón de ser encauzar las inquietudes de aquéllos a los que dicen representar, han dimitido de poner su cabeza al servicio de tales anhelos. Al contrario, deberían valorar que al menos hayan puesto las suyas los diversos colectivos que han sabido advertir la desazón y, desinteresadamente, tratar de hacerlo patente ante las instituciones y la sociedad en general. Tal vez la incomprensión de que son objeto los sindicatos pueda deberse a que aquélla contumaz labor de deslegitimación desde el poder y sus entornos a que te referías en tu pregunta anterior se haya conjugado en el tiempo con su confiada relajación en hacer patente que no son engranajes institucionales de un sistema que huele a podrido y que critican con la misma contundencia que quienes lo han hecho desde las acampadas en las plazas de las ciudades y lo quieren cambiar en la misma dirección de regenerar la democracia representativa haciéndola también más participativa. En todo caso, es una a-sintonía circunstancial que ya están tratando de superar tanto UGT como CCOO.
Con el paso del tiempo se ha demostrado que fue un buen secretario general