El hombre sin precio sigue vivo

4

Sigue agazapado, que no es exactamente lo mismo que escondido, en las montañas dos horas al norte de Nueva York. Frank Serpico tiene 73 años. ¿Será verdad, como decía este domingo en The New York Times, que nunca en todo este tiempo había visto la mítica película que en 1973 de Sidney Lumet sobre él, interpretado por Al Pacino? El reportero del Times, Corey Kilgannon, se la puso en su laptop y grabó este vídeo mientras Serpico “se” veía.

Kilgannon cuenta que Serpico se tuvo que levantar y alejar de la pantalla durante la secuencia en que Al Pacino es trasladado al hospital con toda la cara ensangrentada y una bala plantada para siempre en el cerebro, justo debajo del ojo. Se la disparó un camello de Williamsburg –barrio de Brooklyn actualmente encantador- ante la impresionante impasibilidad de sus compañeros policías, que ni movieron un dedo para cubrirle antes del tiroteo ni se molestaron después en llamar a una ambulancia. Serpico quedó tendido en el suelo, sangrando como lo que no era –excepto en la opinión de los policías corruptos a los que había denunciado.

Todavía a día de hoy impera lo que Leonard Levitt, que es lo más parecido a Serpico en periodista -ver este blog- llama “el muro azul de silencio”. La omertà que protege a los corruptos en la línea de fuego. La policía de Nueva York tiene un trabajo durísimo. Sus miembros se juegan el pellejo cada día por un sueldo aproximadamente de miseria –suele suceder-, lo cual a veces les hace pensar que tienen derecho a “buscarse la vida” con sobornos y mordidas. Si esto es así ahora, no veas en 1971, cuando la ciudad era una pura jungla. Un pantano de criminalidad que casi se podía saltar de punta a punta sin mojarse los pies, sólo pisando cabezas de cocodrilos.

Serpico sobrevivió al atentado –no se me ocurre otra manera de llamarlo- porque Dios lo quiso. También colaboró mucho un vecino de Williamsburg, un señor hispano mayor que fue quien llamó a la ambulancia y quien se quedó junto al héroe caído, cogiéndole la mano y hablándole, no dejándole morirse. Aguanta, chico. Tú sólo aguanta.

Está visto que hay gente que haciéndolo todo para morir, no se muere. Serpico cometió una de las mayores locuras que se pueden cometer (no dejarse sobornar y comprar cuando todo el mundo lo hace) seguida de otra locura más gorda aún (tirar de la manta) y salió más o menos airoso. Con un nervio auditivo menos –el tiro en la cara le dejó sordo de un oído y lleva causándole dolor crónico desde entonces: fragmentos de la bala siguen ahí- y con la vida resuelta antes de cumplir 30 años. Le jubilaron con “honor” (y con tanto odio que la Medalla al Honor que en la película le llevan al hospital, en la vida real se la tiraron por encima del mostrador de la comisaría: hala, coge tu chapa y vete, cabrón) y desde entonces vive de la pensión, de los derechos de la película y de los de su biografía. Ahora está escribiendo en primera persona sus memorias.

¿Será que con la crisis Serpico se ha arruinado, como todos, y necesita dinero? Durante diez años vivió en Europa y durante diez años más vagabundeó por Estados Unidos hasta establecerse en el pueblecito bucólico donde vive ahora, en una casa sin ordenador ni Internet –consulta ambas cosas en la biblioteca del pueblo- y donde aún gusta de disfrazarse más que Mortadelo pero llevando siempre las greñas sexy de cuando vivía en el Village, se hacía llamar Paco y lo último que parecía era un policía.

¿Policía y hippy? ¿Policía y enrollado? ¿Madero por fuera y Kerouac por dentro? Serpico nunca ha dejado de ejercer por mucho que la NYPD le jubilara. A su casa siguen peregrinando polis jóvenes que tienen dudas o problemas parecidos a los que él tuvo. Y abogados. Y académicos. Todos gloriosamente inadaptados. Todos enganchados a la nostalgia de un tipo de idealismo que ya no se fabrica.

También peregrinó en su día Mike McAlary, reportero de sucesos de The Daily News que a principios de los años 90 descubrió que tenía cáncer de colon. Decidió entonces renunciar a la batalla y dedicarse a escribir novelas y a estar en paz con su familia, como siempre había querido.

Hasta que le pasaron el soplo del caso de Abner Louima, un inmigrante haitiano (nada menos) arrestado por razones poco claras una noche de 1997 en una comisaría de Brooklyn. Allí un policía le sodomizó con el palo de una escoba y luego le rompió un par de dientes con el extremo del palo embadurnado en sus propios excrementos. Etc.

McAlary renunció a morirse tranquilamente en familia. Se saltó sesiones de quimioterapia para seguir el caso Louima. Falleció sólo unos meses después de recibir el Pulitzer. Louima estuvo en su funeral.

Hay gente así. Y además Serpico toca muy bien la armónica. Vuelve a ver el vídeo.

4 Comments
  1. jose castro says

    Decearia poder esa pelicula en espanol.; Alguien la tiene? Como pueda conseguirla?
    Tiene Mi email Dejemelo saber, Att. Jose Castro

  2. jose castro says

    Deceo Verla en espanol. Como puedo conseguirla? Donde? Escribame a mi Email
    Jose Castro
    revjosecastro@hotmail.com

  3. revjosecastro@hotmail.com says

    Espero alguien me diga donde la encue tro en espanol

  4. jOSE cASTRO says

    sIEMPRE E DECEADO VER LA PELICULA DE SERPICPO EN ESPAñol. Pueden ayudarme eneso? Gracias.

Leave A Reply