Una vicepresidenta en cuarto menguante

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Las estrellas se apagan y la de la María Teresa Fernández de la Vega, lleva encendida demasiado tiempo. Esa es al menos la opinión que me transmiten varios dirigentes socialistas de primer nivel, los cuales dan por seguro que la vicepresidenta primera del Gobierno no seguirá en su puesto en una próxima remodelación del Ejecutivo que el sentido común sitúa al comienzo del verano, una vez caiga el telón sobre la presidencia española de la Unión Europea.

Entre los argumentos que escucho y que avalarían el relevo se encuentra lógicamente el desgaste de quien durante los últimos seis años ha puesto cara al Gobierno todos los viernes, un récord no superado por ninguno de los portavoces que la precedieron en la historia de la democracia. Tanta longevidad en el cargo no hubiera sido posible sin la labor de un reducido pero eficiente equipo de asesores, independiente del de Moncloa, centrado en velar exclusivamente por su imagen. Será difícil encontrar en los telediarios, por ejemplo, solapamientos de sus apariciones con las de Zapatero, ya que, en la medida de lo posible, De la Vega ha programado su presencia pública para evitar coincidencias que le restaran protagonismo. A diferencia de otros vicepresidentes tanto del PSOE como del PP, De la Vega nunca ejerció de parachoques, y no fue extraño que a lo largo de este período acontecimientos que desgastaban al presidente sirvieran para fortalecerla ante la opinión pública.

La creencia extendida en el PSOE es que la futura crisis ministerial debe servir para impulsar a un Ejecutivo alicaído por la coyuntura económica y carente del necesario peso político con el que encarar el último tramo de la legislatura. Ello justificaría un cambio profundo y no meros retoques cosméticos en carteras de segundo rango, algunas de las cuales podrían darse por desaparecidas si no fuera porque transmitiría la impresión de que se transige a las exigencias del PP. Una crisis que no afectara a los ministros de mayor proyección o que no diera entrada a figuras de relieve pasaría desapercibida para la ciudadanía. Entre los primeros se encontraría De la Vega, quien a día de hoy  tendría todas las papeletas para hacer mutis por el foro con la elegancia que le caracteriza.

La vicepresidenta está en horas bajas, pero aún así ejerce un poder prominente sobre sus colegas del Consejo de Ministros. Un episodio ilustrativo tuvo lugar recientemente a cuenta de la polémica suscitada en torno a una eventual  revisión del acuerdo salarial de los funcionarios que Economía había planteado  dentro de su plan de austeridad en las cuentas públicas. Dicho acuerdo había sido negociado por De la Vega y, como era de esperar, el anuncio le enfureció. Según fuentes solventes, la vicepresidenta primera no se limitó a llamar a Elena Salgado para exigir explicaciones y una rectificación, sino que la conminó a que fuera ella misma la que desmintiera públicamente que el Ejecutivo albergaba este propósito, orden que cumplió a la velocidad del rayo.

A resultas de incidentes similares, la vicepresidenta se ha granjeado no pocas antipatías. Conocidos fueron sus enfrentamientos con la ministra de Defensa, Carme Chacón, en la gestión del secuestro del Alakrana, que derivó en una guerra de filtraciones para demostrar quién debía asumir la responsabilidad de algunos de los errores cometidos. Las relaciones que mantiene con el titular de Fomento, José Blanco, el actual hombre fuerte del Ejecutivo, son algo más que frías, antes incluso de que fuera excluida de la comisión ministerial encargada de negociar con los grupos políticos un pacto anticrisis. Y por lo que respecta al PSOE, Leire Pajín tampoco parece contar con su consideración y estima.

Quizás sea casualidad, pero el declinar de De la Vega ha coincidido en el tiempo con la marcha de alguno de sus colaboradores mas estrechos. Es el caso de Fernando Escribano, su jefe de gabinete, que abandonó su puesto en diciembre, pidió regresar a la Judicatura y ha encontrado plaza en el Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Meses antes lo había hecho el subsecretario de Presidencia, Luis Herrero, a través del cual llegó Carmen Gomis a la secretaría de Estado de la Función Pública. Gomis dimitió a finales de febrero sin haber cumplido un año en el cargo aduciendo razones personales, cuando la verdad es que apenas cruzaba palabra con la vicepresidenta. ¿Que por qué Consuelo Rumí, una persona de la estricta confianza de Zapatero, ha aceptado el puesto de Gomis si la continuidad de De la Vega está en el aire? “Porque debe de tener aspiraciones”, me cuenta un alto funcionario.

La impresión que se ha difundido en el PSOE es que la tripulación comienza a abandonar el barco. Ayer mismo se anunciaba la dimisión de la secretaria de Estado de Comunicación, Nieves Goicoechea, también por razones personales. Sería injusto culpar a Goicocechea de los permanentes errores de comunicación del Ejecutivo, cuando se tiene un presidente que comunica lo que quiere y a quien quiere desde su propio móvil. Lo cierto es que esta parcela cae formalmente dentro de las atribuciones de la vicepresidenta, aunque sea el dedo de Zapatero el que designe a su responsable. De lo que sí se ha ocupado a conciencia el entorno de De la Vega es de convertir el cargo en un potro de torturas.

Como si tratará de reivindicarse, en los últimos días De la Vega ha intensificado su actividad. Conocida la aversión de Zapatero por las katiuskas, volvió a calzarse las botas de goma para visitar las zonas afectadas por las inundaciones en Andalucía, se desplazó a Ginebra para intervenir en la Consejo de Derechos Humanos de la ONU e inaugurar la exposición fotográfica de la Fundación Miguel Ángel Blanco y, casi sin continuidad, se plantó ante la comisión Constitucional del Congreso para explicar con un año de retraso sus planes para la función pública y el acuerdo que firmó con los sindicatos hace más de cinco meses. Tan importante debió de considerar su comparecencia que se hizo acompañar de no menos de diez de sus asesores, y todo para enfrentarse en singular combate dialéctico con un poco conocido portavoz del PP apellidado Barrachina.

No puede afirmarse categóricamente que la suerte de De la Vega esté echada, porque con Zapatero nada es seguro, pero desde hace algún tiempo se especula incluso con cuál será su destino tras abandonar Moncloa. Se ha hablado de la presidencia del Consejo Estado, donde tomaría el relevo de Francisco Rubio Llorente, pero no parece probable. A sus 80 años, Rubio Llorente sigue prestando servicios impagables. ¿Quién si no él habría conseguido un dictamen favorable y por unanimidad a la ley del aborto en un órgano donde dos de sus consejeros tienen más de 90 años y un tercero se llama Landelino Lavilla? También se ha especulado con su aterrizaje en Valencia como candidata a las autonómicas, otro grueso despropósito. Eso sí, cuesta trabajo imaginarla pidiendo su reingreso en la carrera judicial.

8 Comments
  1. Franesco says

    Ministra de Exteriores o embajadora para las Relaciones con Obama (que no EE.UU.), pasando Curro Moratinos a trabajar en su habitual tema árabe-israelí…

  2. elhombrehumano says

    Señor Escudier:
    me gusta volver a ver «preferiría no hacerlo vivo».

    Le deseo lo mejor en la vida, pero no que le toque la lotería. No soportaría la desaparición de sus letras en la pantalla de mi portátil.

    Un saludo.

  3. Diario Infobierzo.com says

    Enhorabuena por vuestro periódico digital, desde otro del gremio en Ponferrada.
    Mucho ánimo y largo recorrido. Nos gusta mucho a toda la redacción.

  4. oscar says

    ¡Enhorabuena por esta iniciativa periodística!

  5. busta says

    Larga vida, compañero. Lo mejor para el nuevo proyecto de un ex de los tiempos de Pradillo.

  6. Melquíades says

    Teniendo en cuenta sus gustos cromáticos, sólo hay un cargo posible para la Valida Primera del Reino: embajadora ante la Santa Sede. Sus fucsias armonizan perfectamente con el púrpura cardenalicio.

  7. javier says

    La visión utilitarista de Zp no atiende a lealtades o personas. Quizás de la Vega sea la próxima víctima de la concepción política y la frialdad del inquilino de la Moncloa.

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