Nadie dijo: “Vamos a Cibeles”, pero todos salimos del bar y empezamos a caminar hacia allí por instinto. La diosa de las celebraciones deportivas nos apelaba. Y nadie quiso oponer resistencia al magnetismo del triunfo. Por primera vez en muchas de nuestras vidas, podíamos asociar la idea de España a la idea de victoria: imposible irse a la cama.
La multitud tomaba las calles. Y esta vez no habría guerra de cifras, porque no se trataba de una España que se imponía a la otra: era la victoria de todos. Había que dar salida al nerviosismo de 116 minutos, coger aire, salir del estupor, asegurarse de que no era un sueño, o mejor dicho, confirmar que el sueño se cumplía. Los cláxones de los coches sonaban atronadores, la riada humana gritaba, saltaba, bailaba. Y cuando coreaba “gracias a Iniesta nos vamos de fiesta”, sentíamos el pellizco que daba fe de que aquello era real.
Al llegar a la Puerta de Alcalá, toda la calle era un mar de banderas rojigualdas. Nunca había visto tantas banderas españolas sin sentir miedo. Han tenido que pasar muchos años para que la derecha más carca vaya desistiendo de apropiarse de los símbolos nacionales. Y han tenido que venir unos chavales de Móstoles, la Pobla de Segur, Fuentealbilla y no sé cuántos pueblos más para despolitizar la bandera, quitarnos el miedo y hacernos desterrar el siniestro recuerdo del nacionalismo español. Algunos, muy pocos, seguían insistiendo anoche en sacar el águila a pasear, pero no parecían temibles, sólo ridículos. La alegre muchachada los arrolló tranquilamente hacia la cuneta de la historia. Sin darse cuenta siquiera de la trascendencia de lo que hacía.
Hay quien piensa que un país vertebrado sólo por el fútbol no tiene solución. Pero si el fútbol es la religión global posmoderna, eso sólo puede significar que estamos en vanguardia. Mañana seguiremos igual de jodidos, mañana habrá paro y dificultades. Pero hoy es hoy. Y quién sabe. Tal vez mañana todos hayamos aprendido algo de la sencilla fórmula de la selección: se hacen las cosas bien, se trabaja en equipo, se respeta al adversario, se cambia la furia por la elegancia, se cree en uno mismo… Y gol.
Llegar después hasta la diosa y presentarle nuestros respetos es sólo cuestión de dejarse llevar.
La derecha mas carca decidió apropiarse de los simbolos nacionales y la Izquierda hace ya mucho que renuncio quitarselos.
Y la Izquierda más Staliniana se buscó otros, como la republicana
Al menos la bandera republicana no representa el exterminio, la persecución y el fascismo que representa la bandera del pollo. Yo salí anoche con MI bandera que es la de TODOS. La bandera de España, que estan tan bandera hoy, como en su día lo fue la republicana. Lo único que debemos repudiar es a los fascistas, fachas y carcamales, que siguen sacando a pasear la bandera del pollo con orgullo, cuando lo que dan son pena. Una bandera de una dictaduda, de un país bananero, vergüenza de Europa mientras duró
Lo que más me gusta es el éxito de un hombre de «bajo perfil» como Del Bosque. A ver si hay suerte y cunde lo del bajo perfil pero alto rendimiento en España. ¡Suerte a todos!
Esto es como ir por el desierto y ver una bandera de la cruz roja. Sabes que hay agua, comida y medicinas. La bandera de un país representa su Estado, que en el caso de España es un Estado de derecho, mejorable, con sus fallos, pero con libertades y garantías. Y eso vale mucho.
Las banderas nunca dan miedo, son trapos de colorines. Lo malo son quienes las agitan y el motivo que pretenden al hacerlo.
Como cantaba Javier Krahe en su excelente San Cucufato:
«He perdido el humor, me deshago en suspiros,viendo que fácil es, pero nunca es ni a tiros.
¡Que país!
Uno, pobre infeliz, tan dispuesto al abrazo y la España Cañí va y le da un españazo.
Miro a mi alrededor, no le veo la gracia pero la desgracia sí. De mi boca, reacia, sale un jé,
pero un jé muy flojín, de media comisura.
Cucufato: mi humor o caeré en la locura.
San Cucufato, te enciendo esta bujía.
Devuélveme el humor, permite que me ría.
San Cucufato, los cojones te ato:
si no me lo devuelves no te los desato
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