Con una familiaridad alejada del protocolo y la solemnidad del Palacio Real –al que TVE insiste en rotular Palacio de Oriente, como en los tiempos de la dictadura--, el presidente Zapatero se acercó al autocar en el que venían los 23 jugadores de la selección española con la copa del mundo en la mano de Iker Casillas, y los fue saludando uno a uno en cuanto bajaron la escalerilla. El hijo de Vicente del Bosque, todavía con la camiseta azul de la final, recibió la copa y la besó y la elevó en el aire ante la sonrisa del presidente. Después, alguien le entregó una camiseta roja y se la enfundó mientras los jugadores y el presidente caminaban hacia el escenario instalado en los jardines de La Moncloa con una pancarta en lo alto en la que se leía: Felicidades, campeones.
La algazara, los aplausos y el griterío --¡Iker, Iker!-- de los funcionarios que trabajan en el complejo presidencial y de sus familiares, invitados a agasajar a los campeones del mundo, arreció cuando, ya sobre el escenario, el presidente cogió la copa y la elevó en el aíre, manteniéndola en alto el tiempo necesario para que Povedano, el fotógrafo oficial, y los demás reporteros inmortalizaran el momento histórico. En el futuro diremos que bajo la presidencia de Zapatero, España ganó la copa del mundo. Y el presidente, que hace quince meses asumió las competencias deportivas en detrimento del Ministerio de Educación, parecía tan consciente de esa trascendencia histórica que mantenía la copa junto a su pecho como si no quisiera soltarla. Lo hizo al cabo de unos minutos sobre un atril con micrófono que oportunamente colocó un diligente funcionario.
Ya iba a hablar Vicente del Bosque cuando se oyó un grito: “¡Que bote la selección!” Y todos a una comenzaron a dar saltitos de alegría, el presidente el primero, con su traje de faena, la chaqueta abrochada, el rostro relajado y una sonrisa de oreja a oreja. Del Bosque dio las gracias a toda la familia futbolística, “hasta el club más humilde”, por el apoyo transmitido, y el capitán, Iker, dijo a las autoridades “que estáis aquí por todos lados” que “el nombre de España va a estar cuatro años en lo más alto en todo el mundo”. Aparte del inseparable secretario de Estado de Deportes, Jaime Lissavetzky, las ministras Trinidad Jiménez, Bibiana Aído, la vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega y los titulares de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos y de Industria, Miguel Sebastián, no se quisieron perder el evento.
El presidente dio la enhorabuena “a los campeones y a toda España” por este éxito. “Ésta es la victoria de los 23 y detrás, de la fuerza unida de todos los españoles”. “Esta copa la han ganado ellos, pero es de todos los españoles”, añadió antes de afirmar que “han ganado por ser los mejores, por jugar en equipo, por jugar limpio y por ser muy buena gente”. Singularizó el talento en Andrés Iniestra, autor de la diana de la victoria, y tras unas palabras del ídolo de Fuentealbilla, que le entregó una camiseta firmada por todos, como ya hicieran con el rey Juan Carlos, terminó el segundo acto protocolario de la tarde.
Los jugadores se fueron a recibir el homenaje de cientos de miles de aficionados que abarrotaban las calles de Madrid y la explanada de Príncipe Pio, junto al Manzanares. Y el presidente Zapatero se quedó en La Moncloa con la oportunidad perdida de demostrar el talante abierto y no partidista del buen gobernante en un momento histórico, pues “si la victoria es de todos los españoles”, pudo invitar a los representantes de las fuerzas políticas, desde Mariano Rajoy a Cayo Lara, al distendido homenaje a los jugadores y no lo hizo. ¿Por qué?
Muy sencillo: porque no quiso, tal vez para no compartir protagonismo con los demás representantes políticos; daos cuenta de que ZP es un hombre muy presumido y pronto dirá que algo habrá tenido que ver su gobierno en que nos hayamos proclamado campeones del mundo.
Como dijo El Gallo «Hay gente pa tóo». Hasta para sentirse agraviado porque Mariano, el Marrullero, no estuvo en la Moncloa chupando cámara.
¿Ubinam gentium sumus? dijo Cicerón
No Jose, eso lo dijo Juan Belmonte cuando le presentaron a José Ortega y Gasset diciendo que era un filósofo.
Y por qué no lo hizo el rey? Al fin y al cabo es el jefe del estdo y por tanto debe estar por encima de las disputas partidarias o partidistas. Ya veremos si el miércoles, en el debate sobre el estado de la nación, Rajoy es capaz de asumir algo del espíritu de «la roja»