Cuando en 1989 cumplí 18 años, realicé los dos deseos que le había pedido a mi madre muchos meses antes: “Mamá, cuando sea mayor de edad quiero asociarme a Greenpeace e ir al Casino”. Ella me contestó: “Vale. A lo de Greenpeace, ve tú sola; al Casino te acompañaré, que es más peligroso”.
No sé si mi madre acertó del todo en el pronóstico: al juego nunca me hice adicta; a los boletines y campañas de Greenpeace, sí. Fue en una de aquellas revistas donde leí por primera vez el célebre proverbio de los indios Creek: “Cuando hayáis talado el último árbol, cuando hayáis envenenado el último río, cuando hayáis comido el último pez, sólo entonces, os daréis cuenta de que el dinero no se come”. Hoy lo encuentro citado hasta en la página web de la Caja de Ahorros del Mediterráneo –ironías de la vida-, pero entonces me impresionó la fuerza de una profecía que nunca pensé ver cumplida en la larga vida que me quedaba por delante.
Ahora que el país despierta del delirio inmobiliario, observo aterrada que en estos veinte años la profecía se ha materializado: los bancos y cajas no saben qué hacer con miles de pisos embargados, los constructores bajan los precios para vender las viviendas que nadie quiere, las promotoras anuncian sus quiebras, las promociones quedan abandonadas a medio construir. Ahora se dan cuenta de que el ladrillo no se come.
El problema es que casi han talado el último árbol, casi han urbanizado la última marisma, casi han destrozado la última playa paradisíaca. Nada lo ilustra mejor que las imágenes de nuestra costa hace unas décadas y las actuales, publicadas en el informe Destrucción a toda costa, de Greenpeace. Veo los lugares donde veraneé de niña: Sitges, Oropesa, Gijón; evoco el recuerdo del pueblecito asturiano de Andrín, su mar salvaje de mi adolescencia, su montaña. Lo comparo con el paisaje arrasado por el cemento que descubrí hace tres años, y me doy cuenta de que no sólo nos han robado el paisaje, sino también la memoria. Es mejor no regresar.
La crisis da un respiro a nuestras costas, pero no nos hagamos ilusiones. Quienes acaban de descubrir que el ladrillo no se come, no sienten la menor preocupación por el paisaje o la memoria. El modelo basado en la destrucción inmobiliaria no rinde por el momento beneficios a los constructores, ni a los bancos con sus hipotecas, ni a los alcaldes con su corrupta mordida. Y sin embargo, en la actualidad España tiene suelo recalificado para construir 20 millones de viviendas más, lo que lleva a Greenpeace a alertar del riesgo de que la destrucción prosiga en cuanto reverdezca mínimamente la economía, a menos que realmente se busque otro modelo productivo.
Vigilemos: arrasado el paisaje y la memoria, aún intentarán saquearnos el futuro. Mi madre tenía razón: el dinero fácil es mucho más peligroso.
El ladrillo no se come pero ha dado de comer. Lo triste es que en España no se planifique racionalmente para evitar esos desmanes con el paisaje. Y lo paradójico es que el ladrillo costero viene a satisfacer los caprichos y requerimientos de los europeos del norte que quieren vivir cada vez más en nuestro suelo y bajo este sol. Es paradójico porque son europeos que provienen de países donde sí se ha planificado y cuidado el paisaje. Me pongo mala solo de escribir esto. Bien contado Irene.
Excelente Irene. Pa’ cemento, el alcalde endeudador, de Madrid y del 25% de toda la deuda municipal patria, es único. El último ejemplo que he visto (y sufrido) es la Plaza del Callao: feo, caluroso y costoso es el resultado de pavimentar con baldosas toda la plza y dejar jibarizado el único árbol. Un caso paradigmático de este hortera, por más que glamuroso, pa’ algunos progres, este Alcalde. Y de proverbios me gustaría recordarte también ese viejo lema ecologista y verde que dice algo así como que «él que no es sensible con el más invertebrado de los seres vivios no lo puede ser con el más vertebrado». Y como no, el discurso del jefe indio Sealth en respuesta al gobernador territorial Isaac I. Stevens, según lo contó y divulgó el periodista Henry A Smith (http://www.ub.es/hvirt/dossier/seattle.htm)
Hola, Irene.
Perdóname por dejarte este comentario aquí, porque es sobre algo que no tiene que ver con esta entrada. Ayer (martes) pude verte en el programa de Telemadrid. Me gustan tus opiniones y la forma de expresarlas, y creo que eres de las pocas personas en estos programas que escucha a los demás y que demuestra mesura. Tu intervención sobre el burka me pareció brillante. Sin embargo, creo que, al final, te dejaste un hilo suelto sobre el que vale la pena tirar. Estoy de acuerdo en que cada uno puede vestir como quiera, y que hay que cuidar la libertad individual. Yo me pongo lo que quiero, claro que sí. Pero ¡precisamente!: las mujeres con burka no se lo ponen libremente, sino que es la imposición de un marido, un padre o un hermano. No es una cuestión privada (a las mujeres las pegan en su casa), es una cuestión de luchar contra una ideología – de acuerdo, no es el islam – que considera a la mujer un animal inferior. Nuestra sociedad debe luchar contra eso, y si es a través de la prohibición, sea. Tal vez así, esos hombres que humillan a las mujeres entiendan que en nuestra sociedad hay cosas que no vamos a consentir. Pediste que te convencieran, pero creo que nadie te aportó este argumento. Probablemente ya lo habrás pensado, pero solo quería decirlo. Gracias por tu espacio y de nuevo disculpa la intromisión. Un saludo, Carmen.
Increíble…Hiciste bien en unirte a Greenpeace…Saludos
http://rtzo.wordpress.com/
Acertado comentario de Celine: el modelo constructivo viene a satisfacer a «europeos que provienen de países donde sí se ha planificado y cuidadado el paisaje». Asimismo Irene, apuntas muy bien la conexión que hay entre la destrucción de los espacios naturales, la banalización del paisaje y el lavado de la memoria colectiva. También añadiría su íntima relación con la calidad del empleo, y el desempleo, en España, y la evasión de capitales generada en los tiempos duros del boom urbanístico. Y todo desde los ayuntamientos y las leyes marcos de cada comunidad autónoma. Unamos esfuerzos, pues, para proteger nuestra común sensibilidad por nuestra tierra.