En estas fechas estivales, en las que millones de urbanitas visitan su tierra natal o la de sus antepasados, se escucha la queja sobre lo mal que está el campo y el escaso rendimiento económico que obtienen los ganaderos. Es una cantinela tan habitual que los urbanitas suelen exclamar: “Ya estamos como todos los años, que si el ganado es muy esclavo, que si las vacas no dan, que si no llueve, que si se agostan los prados, que si el pienso y la sal son muy caros” y por ahí p’allá.
El domingo se celebró en Cabezón de la Sal el día de Cantabria con el vistoso izado de todos “los trapos” autonómicos del Estado español, según definió Camilo José Cela a las banderas cuando era senador y estaba en trámite el proyecto de Constitución. Hubo discurso del presidente Miguel Ángel Revilla, un hombre sencillo y claro que condicionó su futuro político a lo que le digan los médicos y enumeró algunos proyectos energéticos e industriales que aportarán riqueza y servirán de alternativa al sector primario. Las vacas y los prados son en Cantabria, Asturias, Galicia, Navarra y en otras comunidades una forma de vivir que a duras penas da de vivir.
Los datos que me pasa la diputada María del Carmen Rodríguez Maniega, que es asturiana, revelan que en Cantabria se dieron de baja el último año 252 explotaciones ganaderas, algunas más que en Asturias, donde causaron baja 226. En el conjunto del país, las granjas, recuas y rebaños que desaparecieron o cerraron se elevan a 12.158, a las que hay que añadir 1.606 en Andalucía que se declararon “inactivas”, a la espera de mejores tiempos.
Por provincias, son Cáceres (1.285), A Coruña (1.244), Ávila (1.045), Pontevedra (992), Badajoz (976), Lugo (832) y Salamanca (534), las que encabezan las cifras de explotaciones de ganado vacuno que han echado el cierre, seguidas de Asturias y Cantabria. En Euskadi sólo ha chapado alguna granja en Vizcaya. Pero en el resto del país va desapareciendo el olor prehistórico del ganado y muchas localidades llevan camino de convertirse en municipio geriátricos.
El fenómeno trae causa del reparto de la cuota láctea comunitaria, la escasa o nula rentabilidad de las pequeñas explotaciones y, sobre todo, del deterioro progresivo de los precios de la leche en los últimos años. En 2008 bajaron a 23 euros los 100 litros y fueron al traste 25.477 explotaciones, al tiempo que 3.786 más se declararon “inactivas”. Ahora los precios han vuelto a subir a 27 euros los 100 litros, pero siguen siendo ruinosos.
Todo lo cual se consigna y explica no sólo para que cuando los urbanitas paguen a 1,30 euros el café con leche en su ciudad puedan calibrar la ganancia del establecimiento, sino también para que cuando en el pueblo echen en falta a la Salada, la Morita, la Pinta, la Perla, la Serena, la Chavala, la Sultana, la Princesa y a otras recias tudancas cántabras, frisonas, pardo-alpinas o estabuladas pintas holandesas, sepan la razón de su desaparición y transformación en embutido y cecina.