En Estados Unidos se acercan en estos momentos al 10 por ciento de paro, lo cual pone los pelos de punta. Pero no todo el infierno es evidente. El paro es como un iceberg del que las frías estadísticas sólo muestran una parte. Para el resto hay que usar la imaginación. Por ejemplo para entender la desesperación de millones de personas que van cada día a trabajar como quien va a una cámara de tortura. Sea porque odian lo que hacen o las condiciones en que lo tienen que hacer o lo que les pagan por ello, sea porque el trabajo las expone a agresiones mentales o incluso físicas que en cualquier otro contexto se considerarían una salvajada. Pero en este contexto, por profesionalidad (es decir, por miedo a pasar a engrosar la legión de desempleados) te haces el amor a ti mismo y te callas.
Sólo con esta carga de invisible pero feroz tensión que cotidianamente soportan millones de personas en todo el mundo se entiende el fulminante éxito que de la noche a la mañana ha tenido nuestro personaje de hoy: Steven Slater, un asistente de vuelo (en mi pueblo, un azafato) de la compañía aérea JetBlue. Más que en noticia este hombre de 38 años se ha convertido en leyenda por su sensacional manera de dejar el trabajo.
Fue en un vuelo con origen en la ciudad norteamericana de Pittsburgh y destino en el aeropuerto JFK de Nueva York. Slater tuvo dos encontronazos con la misma pasajera. En uno de ellos la mujer abrió bruscamente el compartimento superior para equipajes, le dio al azafato en la cabeza y rehusó disculparse por ello. En otro momento parece que incluso le insultó. Los detalles concretos son aún un poco confusos. De lo que no cabe duda es de lo que pasó después: Slater mandó por megafonía un emotivo mensaje invitando a todo el pasaje a hacerse el amor a sí mismo, en especial a la pasajera que le había golpeado e insultado, informando de que llevaba casi veinte años haciendo esto y que ya estaba amorosamente harto. Agarró un par de cervezas de la cabina. Abrió una puerta de emergencia. Saltó por el tobogán a la pista. Y se fue a su casa.
Al día siguiente, ya suspendido de empleo y sueldo y citado a declarar ante el juez, Slater se había convertido en un héroe. Con miles de fans en Facebook y con camisetas a la venta en su honor. Le dedican baladas inmortalizando todos y cada uno de los fuck you all que soltó a bordo del avión.
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"Él ha vivido mi fantasía”, declaró a The Washington Post Sara Keagle, azafata de vuelo por dieciocho largos años. A los ojos de esta mujer, que habla de su profesión como de una condena a prisión mayor, la aventura de Steven Slater –a quien de momento el juez ha dejado en libertad bajo fianza de 2.500 dólares- es como “la Thelma y Louise de los asistentes de vuelo”.
De momento no consta que Hollywood haya mostrado interés. Pero ya existe un vídeo de animación que inmortaliza la aventura.
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Es divertido. Y a la vez muy triste. Como esta otra historia que circula por la red americana sobre una misteriosa jovencita, una tal Jenny –suponiendo que exista, se ignora de momento su apellido- que también ha dejado su trabajo con estilo: grabó una secuencia de viñetas donde da cuenta de su decisión y de sus motivos en sucesivos mensajes escritos en una pizarra de plástico, y lo mandó todo por e-mail a las veintitantas personas que trabajan en su ya exoficina. Que se supone que así se enteraron de las profundas miserias del jefecillo –un tal Spencer- del que Jenny era asistente. Entre las cuales destacan el mal genio, el mal aliento, la tendencia a referirse con expresiones soeces a sus subordinadas más jóvenes y atractivas y la costumbre de perder horas y horas con juegos online en lugar de trabajar.
¿Existe de verdad Jenny o es una heroína virtual viral, una Juana de Arco secreta de todos los parados secretos, de todos aquellos que sufren en sus carnes el paro de la manera más secreta y más cruel, esto es, aceptando trabajos alienantes y desesperantes por miedo a la miseria y al vacío?
Si se sumaran estos parados secretos a los evidentes, sólo Dios sabe cómo saldrían las estadísticas.
Soy un viajero frecuente y se de los atropellos que sufren los asistentes de vuelo por parte de algunos pasajeros.En USA hay personas que creen que tienen un derecho divino a ofender.
Insuperable, la balada de Steven Slater. Steven Slater somos todos…
Manda carallo; da vértigo pero es una gozada dar portazos como ése. Luego, se enfrenta uno a muchos precipicios pero al final, mira los lirios del valle cómo viven sin tener que trabajar, ¿no era así? Pues eso.