Elogio del marido de la puta

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Foto: Facebook de Sarkozy.

Me gusta Nicolas Sarkozy. ¡Cuerpo a tierra! No estoy hablando –por ahora- de política sino de química. Digamos que Sarkozy me atrae. La primera vez que me di cuenta fue en la sede de Naciones Unidas en Nueva York hace tres años, estando él todavía casado con su anterior mujer, Cécilia. La que desciende de Isaac Albéniz y es pariente lejana de Alberto Ruiz-Gallardón.

Yo había ido a la ONU no por él sino por Zapatero, que ese día actuaba y predicaba. Es habitual que en esos casos a la prensa se la cite en un punto donde cuelga un tapiz del Gernica de Picasso y donde plantan un micro de pie, como los de los antiguos programas de José María Iñigo, para que los distintos líderes internacionales vayan pasando y diciendo lo que se les ocurre. Esperando a Zapatero nos tocó hasta asistir a las ocurrencias de Alberto de Mónaco.

Llega Zapatero. Dice no sé qué. No es mala uva, es que de verdad no me acuerdo. Fue la suya una intervención bastante sosa y anodina. Le sucede a veces. ZP, que es flaquito y todo él muy light, da mejor por la tele que al natural. Al natural como que te sorprendes de que se pueda ser presidente con tan poco gasto energético.

Y de repente llegó Sarkozy. Retaco. Con el sospechoso paso de quién para ponerse a la altura del mundo tiende a andar de puntillas o directamente a llevar alzas ocultas en los zapatos. Como José María Aznar, como Federico Trillo. Sólo que en el caso de Sarkozy sus limitaciones físicas tienen una especie de encanto napoleónico del que lo siento pero carecen los otros dos. Es como si al saberse bajito y con una vaga cara de hiena, Sarko fuese consciente de que tiene que hacer un esfuerzo extra para impresionar.

Lo hace. Y cómo. En su caso no hay quejas de falta de seducción o de energía. El presidente francés llegó como un vendaval –bien es verdad que con mucha más prensa extranjera rodeándole que a Zapatero, lo cual siempre ayuda a dar imagen de importancia- y sólo con su lenguaje corporal ya se hizo el amo de ese lado del East River. Juraría que me miró a los ojos por lo menos dos veces. Estoy casi segura de que los otros (y sobre todo las otras) periodistas presentes jurarían lo mismo. Su afán de comunicar era tan grande que le quemaba. Cortó impaciente a la traductora que le vertía al francés una pregunta muy simple en inglés: “¡ya lo he entendido!”. La pregunta era sobre Ingrid Betancourt, por entonces aún secuestrada. Y dijo Sarkozy: “Liberar a Ingrid Betancourt es una obsesión para Francia”. Pero había qué ver la potencia, la grandiosidad con qué lo dijo. Como Cyrano de Bergerac enfrentando cien espadas enemigas en la puerta de Nesle. Ay.

Que a Sarzoky le va la marcha ya había quedado claro mucho antes de aparearse con la sin par Carla Bruni, valga la paradoja. Ahí es nada conocer a tu futura mujer, a Cécilia, cuando la estás casando con otro hombre en tu calidad de alcalde de Neuilly. A Sarko le gustó tanto aquella novia que al día siguiente de la ceremonia nupcial oficiada por él mismo la empezó a perseguir por tierra, mar y aire (y porque entonces Internet no se llevaba), a pesar de ser él mismo casado y con hijos. Cécilia logró dar a luz dos niñas de su primer marido. La pequeñita tenía sólo dos años cuando su mamá se largó con Sarkozy.

Existe una foto del presidente francés mirando a una azafata de vuelo española a la que acababa de liberar de las garras de un incivilizado país africano (¡morbo!) que parece que tenga un escáner corporal en cada ojo. Otra foto impagable le muestra junto a Barack Obama y riéndose a mandíbula batiente al darse cuenta de que el presidente de Estados Unidos se ha quedado prendado del impresionante culo de una brasileña. Ese es Sarkozy.

Pero sin duda su mayor hazaña galante y mediática es haber desposado a Carla Bruni. Al principio ninguno dábamos un duro, ni siquiera yo, tan atenta a los méritos de le petit Nicolas. Parecía todo un puro berrinche por la espantada de la primera mujer. Y además, a quién se le ocurre, siendo presidente de la República francesa, casarse con un zorrón que ha estado liada con Eric Clapton y Mick Jagger entre muchos otros, y que alumbró un hijo con un hijo de su anterior amante (ay qué lío).

Mario Vargas Llosa califica magistralmente en una novela una reacción masculina así, como la del padre de Bruni (o ya puestos, como la de San José). Dice que fue un “indiscernible gesto de grandeza o estupidez”.¿Cómo saber a qué carta quedarse? ¿Cómo y por qué un hombre acepta que su mujer le ponga los cuernos (o que se haya acostado hasta con el quico) en nuestra sociedad patriarcal y a la vez patriarcófaga, donde la dignidad de un hombre todavía se mide por lo más o menos transitado de los conductos íntimos de su mujer?

Un rotativo iraní cuyo director es nombrado a dedo por los ayatollahs acaba de calificar a Carla Bruni de puta. Lo cual es literalmente patético. Pero, con una mano en la corazón y otra un poquito más abajo: ¿quién no pensó más o menos lo mismo cuando sus extraordinarios amoríos y su boda exprés con Sarzoky salieron a la luz? ¿Cuándo la prensa se llenó de incontables historias de las mil y una noches de Carla, sus innumerables amantes, sus incontables fotos desnuda, la novela de una rival amorosa poniéndola verde, etc?

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Puta es una palabra a la vez portentosamente clara y ambigua. Significa lo que significa pero también significa muchas cosas más. Creo que una de las mejores definiciones que he oído me llegó en clave de chiste: “Puta es la que se acuesta con todos; mala puta es la que se acuesta con todos, menos contigo”.

El chiste funciona mejor en catalán, donde es frecuente la expresión mala puta, un matiz que a mí me encanta. Pues implica el reconocimiento de la existencia de las putas regulares o incluso buenas.

Yo creo que Carla Bruni es una puta buena. Hay quien cree y además dice que en determinados momentos históricos la prostitución ha sido una forma rudimentaria de feminismo, la única manera que tenía una mujer de escapar al yugo del padre y del marido y de ser dueña de su cuerpo, de su dinero y de su vida. Es posible que haya algo de cierto en esta afirmación, como seguramente la hay en la de que en tiempos de Jane Austen –cuando la mujer podía elegir entre el matrimonio, el convento y el fracaso existencial-, casarse era la forma más inteligente de prostituirse.

Pero en general y a día de hoy yo creo que presentar la prostitución profesional como una liberación de la mujer (o del hombre) es una posición tan intelectualmente arriesgada como socialmente criminal.

En cambio la prostitución de andar por casa, el puterío amateur, el que no se compra ni se vende sino que felizmente se regala (o no, y de ahí algunas críticas)… ese sí tiene para mí todo el encanto y toda la licencia de lo verdaderamente rompedor. De ir contra corriente del imperativo social de matarlas callando. De follar fuera del guión y por detrás del biombo mientras por dentro y por delante se mantiene una fachada impecablemente modosa, como han hecho hasta ahora buena parte de los presidentes de Francia.

Me gusta Sarkozy sobre todo porque está casado con Bruni. Porque ha osado ser lo que muchos próceres de aparente pelo en pecho no se atreven: el marido de una puta buenísima, de una puta gloriosa. Digna de los mayores insultos que, viniendo de donde vienen, no son otra cosa que coronas del más fino laurel en su cabeza.

Hay que estar inmensamente seguro de sí mismo para merecer una mujer así.

Vive la France.

3 Comments
  1. David (de Miguel Ángel) says

    Te superas, Grau

  2. Lei says

    Usted también demuestra seguridad. Me gusta. Enhorabuena.

  3. celine says

    Empecinado y, seguramente, divertido. También tiene guasa que saque este post de Sarko cuando le están poniendo de vuelta y media por el affaire de los gipsies rumanos y búlgaros, doña.

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