Asistimos en Nueva York al duelo entre los dos aspirantes a gobernador, el demócrata pero un tanto deprimente Andrew Cuomo y el alarmante Carl Paladino, ese que criticó a los gays por llevar calzoncillos singularmente apretados –aunque luego hizo como que rectificaba– y que al otro día casi la emprende a hostias con un periodista que según Paladino asediaba a su hija Sarah, habida fuera del matrimonio.
La señora Paladino ha dado últimamente algunos sensacionales titulares contando cómo se enteró de que Sarah existía. Fue al morir en accidente de coche su hijo Patrick. En ese momento va su marido y le confiesa que hace años tuvo una amante, que ya no están juntos, pero sobrevino una hija, que toda la familia está al tanto y que todos conocen a la niña menos ella. Y que Patrick seguro que habría querido que su media hermana asistiera a su funeral. Y asegura a los periodistas la señora Paladino haberle dicho al señor Paladino: “Todo hijo es una bendición, eres un hombre afortunado”. Y aquí paz y después gloria.
¿Se lo cree alguien? Yo no, desde luego. Una cosa es acabar tragando, y trabajar duro y con generosidad por integrar a la criatura en la familia, y otra es tomárselo con semejante estoicismo zen en el primer minuto , cuando lo propio es sacar brillo al hacha. Pero en fin, queda en pie el dato de que los Paladino, que son de derechas hasta el berrido –Woody Allen siempre ha pedido la secesión de la ciudad de Nueva York del estado de Nueva York, a su juicio una reserva natural de inextinguibles dinosaurios políticos–, consiguen llevar con soltura y hasta con gracejo una vida privada más propia de personajes de Almodóvar que del Tea Party.
Comparado con esto resulta bastante soporífero el vidrioso divorcio de Andrew Cuomo de una Kennedy, seguido por su reemparejamiento con Sandra Lee, una especie de Barbie que hace cocinillas por la tele. O los líos del actual gobernador, David Patterson, quien nada más tomar posesión confesó que tanto él como su señora se habían puesto ligeramente los cuernos en el pasado pero ya lo habían superado. Aunque luego él apareció fotografiado en actitud comprometedora con una latina “muy , muy atractiva”, como subrayó en su día determinado tabloide. Que ya era mala leche, teniendo en cuenta que Patterson es ciego.
Sabiendo lo inflexibles que son en Estados Unidos con las vidas privadas de sus políticos impresiona lo bien que se lo montan algunos. ¿A lo mejor es que los neogolfos de la política neoyorquina se benefician de cierta bula, de cierto remordimiento inquisitorial, después de que el puritanismo rampante se llevara por delante la carrera de una de las mentes más prometedoras y brillantes que ha dado de sí el Partido Demócrata, la de Eliot Spitzer?
¿Se acuerdan ustedes de Spitzer? Por favor no me digan que se han olvidado. Era ese gobernador de Nueva York, antiguo fiscal general del estado, que el 17 de marzo de 2008 tuvo que dimitir ignominiosamente. Le habían pillado yendo de putas. Lo cual no era muy presentable viniendo de un gobernador que endureció los ya bastante duros estándares americanos de persecución legal de la prostitución.
Spitzer dimitió teniendo al lado a su esposa, la impresionante Silda, quien abandonó una espléndida carrera como abogada para consagrarse a sus dos hijas y a la carrera política de Eliot. Silda Spitzer aguantó la brusca pérdida de status, la humillación y encima el chaparrón, pues mucha gente, y destacadas feministas, la pusieron a caer de un burro por no plantar al marido putero. Y por aparecer públicamente apoyándole.
No me pregunten por qué pero en la política americana empieza a estar muy mal visto perdonar a los maridos que se les va la olla. El hecho de que estadísticamente la mayor parte de las esposas que llevan cuernos sin carga afectiva opten por tratar de salvar su matrimonio no es algo que el electorado tenga en cuenta. A lo mejor es que, igual que de ellos se espera que tengan el sexo de los ángeles, de ellas se espera que corten huevos por lo sano como no los corta casi ninguna mujer -hay excepciones- en la vida real.
El caso es que Spitzer se tuvo que ir. Y con él el saludable vendaval de furia que había traído a la política. Este hombre empezó a labrarse su prestigio haciendo de látigo de Wall Street y de unos excesos bancarios que el tiempo ha demostrado que sólo podían llevar a algún sitio peor que ninguna parte.
A mí me llevó meses conseguir que Spitzer me concediera una entrevista. Meses de machacar psicóticamente el teléfono y el e-mail de una secretaria de la empresa inmobiliaria del padre de Spitzer, que es millonario. También lo es o lo puede ser el hijo en el momento en que le dé la gana. Pero a él le tiraba la política.
Le tira aún. Por eso poco a poco ha recogido los pedazos de su familia –Eliot y Silda han sido cazados en un par de cenitas íntimas, con cara de re-enamorados- y asomando con cautela el morro mediático. A mí me concedió por fin la entrevista (“admiro su persistencia”, me dijo). No puedo linkarla aquí porque apareció en papel, no en la red. Sorry.
No pude evitar, y lo lamento, que de cara a situar al personaje de cara al lector español la entrevista se publicara junto a una foto de la pilingui de Spitzer. Pero él y yo hablamos fundamentalmente de economía. Es decir: de política. Opina Spitzer que lo peor que ha hecho Barack Obama es rodearse de un equipo económico absoluta y exageradamente imbuido de la certeza de que los bancos siempre tienen razón. Y que cuando no la tienen pues igual hay que dársela para no poner en peligro todo el sistema financiero. Por eso hay que rescatarles siempre sin rechistar, hagan lo que hagan.
¿Spitzer no los habría rescatado? “Sí, pero a cambio les habría impuesto ciertas condiciones, habría endurecido las leyes y las regulaciones financieras antes de dar dinero a Wall Street, que es cuando el gobierno era fuerte, y no después, cuando ya a nadie le importa un rábano lo que diga la Casa Blanca”. Parece sentido común elemental, ¿no? Pues por lo que sea no se le había ocurrido a nadie de toda la Administración Obama. Sigue sin ocurrírseles.
Me advierte una amiga por el Facebook de que Spitzer vuelve a la carga. Esta vez poniendo bajo los focos el devastador informe de Clayton Holdings, una empresa especializada en medir el riesgo bancario que, tras escudriñar 900.000 hipotecas en todo el país, llegó en su día a la conclusión de que no menos de un 30 por ciento no pasaban la ITV financiera.
No es que los bancos se emborracharan de ganancias y no se dieran cuenta. No es que se dejaran llevar por la avaricia de buena fe. Sabían lo que iba a pasar. Les previnieron de ello. Eligieron ignorar los avisos por no dejar de ganar montañas de dinero que a sus ojos justificaban el riesgo (el suyo, no el de los demás, que nos hemos arruinado gratis). Apostaron por el suicidio. Por caminar en línea recta hacia el barranco, y maricón el último.
Y lo peor ni siquiera es eso. Lo peor es que, continúa Spitzer, “algunas agencias encargadas de hacer cumplir la ley tuvieron acceso a los documentos de Clayton pero no hicieron nada ante la crítica información que estos documentos revelaban”. ¿Qué agencias, qué oficinas, cuántos responsables hay, exactamente, se pregunta el exgobernador? Quien añade: “No es demasiado tarde para usar la información de Clayton para reclamar la devolución de algunas superprimas y para pedir cuentas a los bancos, a las agencias de calificación y al gobierno”.
Volviendo a la entrevista, recuerdo cuando le pregunté: “Si no hubiera sido usted tan crítico con Wall Street, ¿le habrían sacado igualmente este escándalo o seguiría tan tranquilo gobernando Nueva York?”.
Spitzer me miró con toda la pasión de sus claros ojos inteligentes y guardó silencio.
Si tan inteligente era, porque se dejo pillar de esa forma? en que momento se creyo Dios y a que a el esto no le pasaria??