El sapo que se tragó Montilla el Día de la Hispanidad

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José Montilla, en una imagen del pasado día 10. / Toni Albir (Efe)

El escenario fue el Palacio Real, la fecha, señalada: el pasado 12 de octubre. Allí había un sinfín de personalidades  de la vida política, social, cultural y judicial de nuestro país. Como siempre, los Reyes ofrecían la tradicional copa  en el Palacio de Oriente, tras el también tradicional desfile militar y el consiguiente y ya también tradicional abucheo al presidente José Luis Rodríguez Zapatero.  Entre corrillo y corrillo, coincidieron el presidente de la Generalitat, José Montilla, y uno de los miembros del Tribunal Constitucional, que aspira a convertirse en futuro presidente del mismo y que, según aseguran fuentes gubernamentales, cuenta entre otros con el apoyo del actual ministro de Justicia, Francisco Caamaño, para lograrlo. El constitucionalista en cuestión no es otro que Manuel Aragón, alguien que, para el presidente de la Generalitat de Cataluña, José Montilla, es uno de los constitucionalistas que pusieron la proa al Estatut, un “traidor” en las filas progresistas del Tribunal Constitucional.

De forma simplificada, para quienes no le recuerden, Aragón fue el miembro del Alto Tribunal que se negó a hacer piña con el resto de los vocales, progresistas como él, quienes apoyaban una primera ponencia que daba por buenos y constitucionales  buena parte de los argumentos del texto del Estatuto catalán y, en concreto, la definición de Cataluña como nación en el preámbulo del texto. Dado que la presidenta del Tribunal Constitucional, María Emilia Casas, decidió no usar su voto de calidad, la negativa de Aragón, alineado con los votos contrarios de los conservadores en los sucesivos intentos de aprobar una ponencia del Estatut, se convirtió en un muro infranqueable para sacar adelante el texto. Al final, a golpe de recorte y de retoque y tras dejar por escrito que el término “nación” no tiene efectos jurídicos al hallarse recogido en el preámbulo, la ponencia del Estatut salió adelante.

Manuel Aragón. / tribunalconstitucional.es

La figura de Manuel Aragón tras este episodio tiene defensores y detractores y, lógicamente, Montilla no forma parte de su club de fans. Sin embargo, Aragón no era consciente de ello, o si lo era, le resbalaba la circunstancia, porque  se acercó a Montilla, copa en mano, y se reivindicó a sí mismo como el hombre que logró sacar adelante la ponencia del Estatut. Con un “si no es por mí…” y ante la mirada atónita de algunos de los presentes e incluso la respiración contenida de otros, Manuel Aragón trató de relatarle la importancia que había tenido su actuación en el seno del Tribunal Constitucional para “salvar “ el texto estatutario.

Quizás Aragón no había leído en la prensa que Montilla anunció que acataba pero no compartía la sentencia del Constitucional o que, incluso, encabezó una manifestación contra la sentencia del Tribunal Constitucional. El caso es que Montilla, tal vez descolocado ante tanta osadía, o dispuesto a no dar un espectáculo a domicilio a la Casa Real el día de la Hispanidad,  tragó saliva, apuró su copa y dio la espantada. Optó por tragarse el sapo, musitar una despedida y abandonar el corrillo que se había formado con él y el constitucionalista como centro de las miradas y cuchicheos.

Fiel a aquel eslogan , “Fets  i no paraules” (Hechos y no palabras”) que le acompañó hace algunos años, Montilla se alejó y dejó con la palabra en la boca a Aragón. Con la palabra y la proclama de que es el salvador del Estatut.

Dicen quienes le conocen que Aragón está en campaña  por alzarse con la presidencia del  Tribunal Constitucional y lo último que quiere es que le salgan enemigos bajo las piedras. Quizás por ello se comporta como un político poco antes de los comicios: no escatima en abrazos y saludos, reparte besos y trata de convertirse en el mejor amigo de los niños.  Del mismo modo que Manuel Fraga llegó a estrechar efusivamente la mano inerte de un maniquí y agradecerle su presencia en aquel comercio gallego por el que pasó como una exhalación en plena campaña electoral, ante la mirada atónita de un grupo de periodistas, Aragón trató, con escasa fortuna, de seducir a Montilla, que se quedó hierático y mudo, como el maniquí de Galicia.

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