¿Cogerán por fin a Julian Assange y lo juzgarán por violar a dos orcos de la CIA disfrazados de señoritas suecas? Ay no, perdón, que en realidad no acusan a Assange de violación sino de “sexo por sorpresa”: al final resulta que en Suecia no ponerse condón es delito. Y sobre todo es una gran imprudencia acostarse con horas de diferencia con dos señoras, una de las cuales es una feminista radical que encima te había puesto piso en Estocolmo, mientras que la otra se quejó a la policía de que le hacías más caso a tu laptop que a ella. Imperdonable.
A este paso Assange se nos va a convertir en el ciberPolanski, ni en la trena ni en libertad sino todo lo contrario: en el limbo. A ver si tendremos que acabar escondiéndole debajo de la cama los mismos y las mismas que desde el principio venimos advirtiendo que cuidadito con el personaje. ¿Tan difícil es ver a Assange ni como un dios ni como un demonio, ni en los altares ni en galeras? ¿Llegará un momento en que podamos analizar con calma y sin lipotimias las cosas buenas y malas de Wikileaks? De momento no parece.
Bien es verdad que es difícil sustraerse a la fascinación que irradian los impunes. Los que rompen las reglas y (de momento) no les pasa nada. Yo ya tenía pensado escribir de ello antes incluso de la explosión de la assangemanía, al hilo de la publicación casi simultánea en inglés de dos libros que han traído cola: “Life”, las memorias de Keith Richards, y “Decision Points”, las memorias de George W. Bush.
Ya sé que hay comparaciones que, más aún que odiosas, pueden parecer ofensivas. Y el caso es que a veces los extremos se tocan. Las memorias de Keith Richards (que le han sentado como un tiro a Mick Jagger) constituyen un monumento a la pasión musical pero casi nadie se las lee por eso. Huestes de lectores buscan más bien el secreto de la impunidad, casi inmortalidad. Como alguien que hace todo lo que está prohibido puede vivir para contarlo. Días antes de salir el libro al mercado saltó la noticia de que a otro satánico y casi de Carabanchel, Ozzy Osbourne, le habían detectado mutaciones genéticas que explicaban su sobrehumana resistencia a las drogas. Y declaró la esposa de Osbourne muy seria: “yo siempre he dicho que en el fin del mundo sólo van a quedar cucarachas, mi Ozzy y Keith Richards”.
Pero, ¿y la disciplina que exige ser un monstruo? Las memorias de Richards son casi los diez mandamientos del yonqui: sólo meterse la droga de mejor calidad, seguir una estricta dieta que alterne excitantes y calmantes, no llegar nunca a la sobredosis. El gran Keith está muy orgulloso de su virtuosismo, para nada al alcance de cualquiera. John Lennon intentó seguirle el ritmo y casi priva a Mark Chapman de la fama mundial.
Entre esto y lo que cuenta de las tías (pues mujeres no salen en las memorias de Richards, sólo tías), se explica en parte cómo es posible que una banda de septuagenarios podridos de dinero y con su fortuna metida en paraísos fiscales siga encarnando para tanta gente el súmmum (retroactivo) de la rebeldía. En ese punto de satanismo vip es donde las memorias de Keith Richards recuerdan a las de George W. Bush. Ejemplo: si Keith Richards presume de haberle robado a Brian Jones una novia que nada más conocerle ya se abalanzó a hacerle una mamada, Bush no se corta al describir la impresión que le causó ver con sólo catorce años los restos de un hermanito suyo abortado (involuntariamente), que su mamá le mostró metidos dentro de un frasco. De ahí su firme oposición a investigar con células madre.
O como cuando se queja de que no hay cárcel más calumniada en el mundo que la de Guantánamo, donde según él dice “los presos comen tres veces al día, reciben la misma atención médica que los guardias, se les dan facilidades para rezar cinco veces al día y un ejemplar del Corán a cada uno, y además tienen acceso a una biblioteca con libros y DVD, siendo el más popular la versión en árabe de Harry Potter”.
Pero lo más stoniano es cuando Bush no sólo no disimula que estaba al tanto del waterboarding o ahogamiento simulado sino que admite de plano haberlo autorizado él en persona. Y hasta da detalles, el tío: cuando le preguntaron si se le podía hacer explícitamente el waterboarding a Khalid Sheik Mohammed, autoproclamado cerebro de los atentados del 11-S y del secuestro y decapitación del periodista norteamericano Daniel Pearl, él, Bush, se acordó de la viuda de Pearl, embarazada cuando a él lo mataron. “¡Faltaría más!”, fue su entusiasta respuesta.
La única concesión que hace Bush a la galería, a la ley y a la prudencia es negar como gato panza arriba que el waterboarding constituya tortura. Eso no lo acepta nunca. Y para que veamos que no es por estrechez de corazón nos informa de que cuando autorizó esta “técnica” rechazó otras dos que le parecieron demasiado bestias (no detalla cuáles).
Hay que reconocer que para bien o para mal siempre nos fascinan un poco los impunes. A todos nos gustaría haber roto las reglas alguna vez y que no nos pase nada, sentirnos por encima de los demás. Y es cierto que en la mayoría de los casos la impunidad se explica más por demérito ajeno que por mérito propio. Es más un tema de contexto.
Por ejemplo el director de The New Yorker, David Remnick, escribe certeramente de Keith Richards que este no ha sido tanto un superhombre como un habitante del vicioso Versalles de los Stones, protegido “por capa tras capa de dinero, abogados y privilegios” de las consecuencias que tendrían esas mismas acciones para el común de los mortales. Del desamparo y la vulnerabilidad del verdadero yonqui.
En el caso de Bush es interesante leer cómo cuenta que en su día representantes de los dos partidos en el Congreso de Estados Unidos fueron cumplidamente informados de las técnicas de “interrogatorio” de la CIA, y según él no sólo estaban todos de acuerdo sino que incluso acusaban al gobierno de ser demasiado blando, hasta que “cambió el viento”. Es el mundo el que ha mutado, no él.
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Antes de llamarle mentiroso conviene preguntarse: y puestos a mentir, ¿no era más fácil echarle toda la culpa a alguien, por ejemplo a Cheney, y decir que él estaba en Babia? Es lo que han hecho desde tiempo inmemorial todos los presidentes en estos casos. No olvidemos que Bush volvió a ganar las elecciones después de ir a la guerra de Irak. Nunca se enfrentó a un rechazo de su opinión pública de la magnitud del que experimentó Aznar. Nunca estuvo tan solo tomando sus decisiones como a muchos les gusta dar a entender. Si algo ha caracterizado y singularizado su mandato ha sido precisamente esta franqueza brutal, este empeño de hacer explícito lo que en general tiende a mantenerse implícito. A su manera Bush fue un presidente muy transparente, un presidente Wikileaks.
Y volviendo a Assange, su propia impunidad, ¿de qué está hecha? ¿Por qué todos le cercan y nadie acaba de hincarle el diente? Supongo que a estas alturas nadie creerá en serio que le hagan intocable ni la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos ni el humor inglés ni el tierno corazón de la Interpol. ¿Será de verdad un superhombre?
¿O será que está simplemente mercadeando, usando los secretos que aún tiene en la manga como un escudo humano? ¿Y nuestra curiosidad como rehén?
Dentro de que es un artículo interesante y que nos invita al saludable ejercicio de la reflexión, como siempre acostumbra Anna Grau, tengo que discrepar con su opinión sobre el señor Assange. No me ha gustado su recurso exaltado al sarcasmo: «o juzgarán por violar a dos orcos de la CIA disfrazados de señoritas suecas? Ay no, perdón, que en realidad no acusan a Assange de violación sino de sexo por sorpresa». Existen más que dudas razonables para pensar que nos encontramos ante una conspiración (las denuncias datan de agosto de 2010). No sólo es inocente hasta que se pruebe lo contrario, sino que incluso siendo culpable no se invalida nada del discurso de Wikileaks.
No acabo de entender las comparaciones que se hacen en este artículo. Por una parte está Bush, acusado de permitir la tortura, esto es, daños a terceros. Y con la responsabilidad que lleva su cargo.
Por otro está Assange, acusado por las extrañas leyes suecas de follar sin condón y con un condón roto, en lo que parece una clara represalia por su actividad periodística, que de momento es los mejor que le ha pasado a la profesión en 30 años como mínimo.
Y por otro está Keith Richards, que parece ser que se metía mandanga de la güena, o sea, que en pleno uso de su libertad decidía drogarse por placer.
Me parece chocante que se coloquen a estos tres tipos dentro de la afirmación «los que rompen las reglas y de momento no les pasa nada».
Bush de acuerdo, debería responder por muchas cosas. Pero ¿qué es lo que no le ha pasado de momento a Assange o Richards? Teniendo en cuenta que la violación no es violación en un caso y que en el otro tenemos a una persona que quiere introducirse por vena lo que le place…
Con estas raras y creo que mal ponderadas acusaciones me da la sensación de que se refleja de forma desafortunada una cierta inquina a Assange o Keith Richards. Pero porque alguien caiga mal no se debe sacar a pasear al cura de pueblo que llevamos dentro.
Tinta de calamar contra las revelaciones de Wikileaks, y más tinta de calamar contra la vergüenza que debe sentir todo periodista (incluida Anna Grau) al ver que una web hace el trabajo que ellos dejaron de hacer hace ya tanto tiempo: encontrar información que individuos con responsabilidad no quieren que se publique, y publicarla. Qué distinto de los dossiers institucionales, los teletipos y el corta-pega de wikipedia, ¿verdad Anna?
¿A qué tanta inquina? ¿De dónde viene la idea de esa presunta impunidad? El hombre ya está inmerso en su propio proceso judicial. Mientras tanto, Wikileaks sigue a lo suyo, y por lo que vemos, los presuntos medios de comunicación a lo de ellos, que no tiene nada que ver con los intereses de la ciudadanía.
Una acusación de violación no es poca cosa. Una confirmación escrita y firmada de una orden de nivel ministerial para espiar en la ONU tampoco.
Pero no son los gobiernos los que más quedan en evidencia con todas estas filtraciones. Son los medios de comunicación, también éste, y Anna Grau, y todos los periodistas. ¿Dónde estaban ustedes? ¿A qué se dedican? Cientos de miles de documentos revelando el doble juego de los funcionarios a los que pagamos… y ustedes no descubrieron ni uno sólo por su cuenta. Para redactar teletipos no hacen falta muchas ganas.
Eso sí, declaraciones oficiales de corta pega y filfa irrelevante, por toneladas y toneladas.
Asumir que se han roto las reglas, en este caso, equivale a saltarse la presunción de inocencia simplemente porque el tipo nos cae mal, o muy mal, o nos da una envidia terrible.
E incluso en el caso de que fuera culpable de las cosas que se le acusa, no veo cómo el trabajo de Wikileaks queda invalidado, de la misma manera que las películas de Chaplin no quedaran invalidados por las acusaciones de safismo (hoy pedofilia a secas sin mayores diferencias, claro) y comunista que se le espetaron en su momento, por poner un ejemplo cualquiera.
En cualquier caso, basta comparar el resultado diario de cualquier medio con el de Wikileaks para darse cuenta de quién debe sentirse como un farsante, cumpliendo o no todas las «reglas»…
Precisamente hace unos años felicité a un amigo corresponsal de un importante diario por una información curiosa. Lo hice mientras tomaba con él una cervezas en España. Pensé que era un texto que había dejado hecho. Me confirmó sin embargo que los compañeros de la sección «internacional» habían puesto su firma a una información de agencia ligeramente complementada por cuestión de imagen, para que pareciera que durante sus vacaciones el periódico sigue cubriendo el confín de la Tierra.
A partir de ahí me explicó (estando su trabajo excelentemente considerado en ese diario) como el 80% de su labor consistía en traducir de la agencia Reuters (a través del google) y en ocasiones ampliar un poquito esa información.
El resto, cuando viajaba de la capital donde estaba a otros lugares, consistía en el seguimiento habitual de actos que hace cualquier periodista o bien en las clásicas informaciones post-algo, es decir, hay un huracán, un atentado, una guerra… y cuando todo pasa llegan los corresponsales para… esto… «post-informar».
Lo único que se podía considerar material propio eran algunos reportajes de contenido «humano» sobre personas en malas condiciones que encontraba en esos viajes.
En resumen, me contaba, las redes de corresponsales son una pantomima que tiene por objeto tener una especie de representación diplomática del diario, y sobre todo un nombre para el lector con la intención de parecer que el diario informa sobre lo que sucede en el mundo. Por supuesto el corresponsal en Ulan-Bator bien puede escribir desde Alcobendas.
A Yo:
A Yo: Exactamente, Assange es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Y las acusaciones en Suecia tampoco son una conspiración hasta que se demuestre lo contrario. Eso es lo que necesitamos en este tema, mucha más imparcialidad.
En cuanto a Julian Assange no se sabe precisamente cual es el real motivo del senor Assange de publicar toda esta informacion. Lo mismo puede ser un idealismo exagerado como un antiamericanismo visceral para hacer una imagen negativa de la politica exterior americana. Todo tiene un limite y no hay derechos absolutos por lo que creo con firme conviccion que no toda la informacion tiene que ser de dominio publico; de la misma forma que las fuentes de informacion de un periodista debe ser protegida y no se debe revelar la identidad de esas fuentes. En cuanto al presidente Bush, decia Ortega y Gasset que el hombre y sus circunstancias, el ataque terrorista del 11s fue uno sin precedente donde se tiene que enfrentar a una organizacion casi invisible con proteccion de algunos estados arabes, y con un profundo desprecio a la vida de ciudadanos inocentes. El filmar la decapitacion del periodista Pearl muestra el sadismo de estos radicales islamicos. Ante esas circunstancias que se puede hacer para cumplir con la obligacion de un presidente de proteger a sus ciudadanos. Desde el mundo ideal no se deberian tomar ciertas acciones pero cuando se confronta un soldado o un presidente con una realidad es muy dificil de tener un juicio completamente equilibrado. Como abogado militar del ejercito americano puedo dar fe que a los soldados se entrenan tanto en las reglas para entablar combate como el respeto a los derechos de los prisioneros de guerra. Hay que ponerse en esas botas antes de juzgar.
«Tinta de calamar contra las revelaciones de Wikileaks, y más tinta de calamar contra la vergüenza que debe sentir todo periodista (incluida Anna Grau) al ver que una web hace el trabajo que ellos dejaron de hacer hace ya tanto tiempo: encontrar información que individuos con responsabilidad no quieren que se publique, y publicarla. Qué distinto de los dossiers institucionales, los teletipos y el corta-pega de wikipedia, ¿verdad Anna?»
Lo ha bordado Vd., Sr./Sra. Beltenebros, no podría estar más de acuerdo. Wikileaks es la verdadera alternativa a estos plumillas fondones de sillón.
Estoy con croquetiforme y añado que pocos grupos habrán sido más perseguidos, acosados, juzgados y vilipendiados que los Rolling Stones por asuntos que pertenecen -o deberían pertenecer- a la más estricta esfera privada. La comparación entre Richards y Bush es un completo desatino.
Por lo demás no entiendo la expresión «el verdadero yonqui» y la atribución automática a esta entelequia del desamparo y la vulnerabilidad.
Creo que tanto croquetiforme como bertenebros dibujan un esquema simplista de los corresponsales y periodistas. Claro que habrá individuos que se comporten como dicen, pero también hay quienes trabajan por dar a conocer las injusticias del mundo. Con el articulo de Anna Grau se puede estar o no conforme, pero ése es el juego. Esa, la libertad.
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